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Rica en canales, ¿pobre en contenidos?

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La televisión del futuro
En pocos años la informática y las telecomunicaciones han experimentado avances que difuminan las fronteras entre el ordenador y el televisor. Imágenes, sonidos, datos, todo se va transformado en bits, que podrán circular por una misma red digital. En el campo de la televisión, los adelantos en el tratamiento de la señal y su digitalización, y el empleo de soportes como la fibra óptica, han aumentado el número de canales disponibles, además de haber hecho realidad numerosos servicios. Las compañias telefónicas entran también en el negocio de la televisión por cable. La nueva televisión está llena de posibilidades técnicas. Lo que falta ahora es saber con qué contenidos se rellenarán.

El pasado 26 de mayo se hizo público el acuerdo logrado en Estados Unidos para adoptar una norma común de tecnología digital de aplicación a la televisión de alta definición (HDTV). La HDTV duplica el número de líneas de la imagen, lo que permite conseguir imágenes de mucha más calidad y en pantallas de formato mayor que las actuales. Hasta ahora cuatro sistemas digitales parecían tener más posibilidades de implantarse en el futuro en Estados Unidos. Dos eran investigados conjuntamente por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y General Instruments; el tercero, por AT & T y Zenith Electronics; y el cuarto, por NBC, Thomson y Philips. Finalmente se va a trabajar en una norma, compromiso técnico entre estos tres grandes grupos.

El acuerdo ha hecho lanzar las campanas al vuelo, y se habla de lograr cierta operatividad a mediados de los noventa -ya se apuesta por la retransmisión de la Olimpiada de Atlanta en HDTV digital-. Pero las dificultades técnicas y políticas son grandes. Uno de los objetivos es el uso de diferentes formatos para distintos programas. La alta definición puede tener un gran interés para la emisión de un acontecimiento deportivo, pero quizá no para la de un telediario.

Inquietud en Europa

El anuncio del acuerdo sobre una norma digital en USA ha provocado inquietud en Europa, que, al igual que Japón, está desarrollando su propio sistema de HDTV. Si ya era alto el tono de las críticas contra la norma europea D2-MAC, como paso previo para la norma de alta definición HD-MAC, ambas de tecnología analógica, ahora parece haber crecido más.

Según las directivas de la Comunidad Europea, los servicios de TV por cable y satélite deberían adaptarse a D2-MAC a partir de 1995. No parece que vaya a ser así. Los fabricantes no se deciden a hacer los receptores necesarios, porque no se producen programas que sigan la citada nor-ma. Y la Comunidad Europea no acababa de aprobar hasta hace poco -sobre todo por la oposición británica- una partida destinada a la producción: de 800 millones de ecus previstos inicialmente se ha ido bajando hasta 228, unos 34.000 millones de pesetas, la cantidad finalmente aprobada. Las ayudas a los productores serán otorgadas con una condición: un 50% del presupuesto de cualquier proyecto será proporcionado por la industria audiovisual y el otro 50% por la CE.

Algunos dicen que, ante la tecnología digital, la analógica de HD-MAC no tiene nada que hacer. Incluso dos empresas europeas como Thomson y Philips se han involucrado en el proyecto de televisión digital americano. De todos modos, Alain Presta, presidente de Thomson, cree que sin MAC «no estaríamos donde estamos hoy, y los japoneses habrían impuesto su norma MUSE en 1986». Además dice que «el 85% de los desarrollos hechos para MAC son digitales» y por tanto recuperables.

Todo en bits

A estas alturas uno debería preguntarse qué ventajas tiene la digitalización de una señal, su conversión en un código de unos y ceros. Una de ellas es la robustez de esa señal digital frente a distorsiones. Si la señal en un instante dado sólo puede tener dos valores -1 ó 0- en vez de, digamos, cien, es difícil que por una interferencia un 1 sea interpretado como un 0.

Pero no es ésta la única ventaja, ni quizá la más importante. Una señal codificada con unos y ceros puede representar una conversación telefónica, un fax, un canal televisivo. Como dice John Malone, presidente de Telecommunications Inc., «va a ser muy difícil trazar una línea y decir aquí acaba la industria del ordenador, y allí empieza la industria de la comunicación». Una misma red digital podrá transmitir datos muy diversos, y una pantalla de ordenador podrá mostrar tanto los datos almacenados en un disquete como un programa televisivo.

Se va hacia una realidad multimedia, de objetos que integran radio, televisión, ordenador personal, etc. Aunque también se puede ver la situación desde otra óptica. Como dice Nicholas Negroponte, director del Media Lab del MIT, «todo ahora se ha convertido en digital. Hemos creado en realidad un ‘unimedia’. Los bits son bits».

Canales sin fin

Una de las aportaciones de la tecnología digital que puede revolucionar el mercado televisivo son las técnicas de compresión digital. Una imagen de vídeo de calidad media contiene una gran cantidad de información: se necesita transmitir 90 megabits por segundo; para una imagen de alta definición la información requerida supera los 1.000 Mbits/s. Tales cantidades de información eran difícilmente soportables, tanto en satélite como en cable.

Por ello cobró una gran importancia el desarrollo de técnicas de compresión digital, que pretenden eliminar redundancias en el envío de información. En televisión se pasan 25 imágenes por segundo. Las diferencias entre una y la siguiente suelen ser mínimas; por ello no es necesario codificar de nuevo toda la imagen, sino sólo las variaciones que haya experimentado; y ni siquiera todas, pues algunas resultan imperceptibles para el ojo humano. De este modo una norma como MPEG II ha logrado compresiones de la imagen hasta reducir el envío de información a cantidades que oscilan entre 2 y 10 Mbits/s.

Las técnicas de compresión suponen más canales. Donde antes sólo cabía un canal, ahora caben cincuenta. Se trata de una posibilidad técnica que ya se está empezando a explotar. La empresa norteamericana Hughes ha anunciado para 1994 el lanzamiento de un satélite que soportará 150 canales. También Time Warner, en el cable, ha empezado a experimentar: los habitantes del neoyorkino barrio de Bellerose, en Queens, por una suma mínima, tienen acceso a un descodificador que añade 75 canales a los 20 que ya reciben actualmente. Y dicen que están muy satisfechos.

¿Mejorarán los contenidos?

La pregunta es: y ahora, ¿qué? ¿Con qué programación ñse llena tal cantidad de canales? ¿Va a desaparecer el concepto de televisión generalista? Michael Dahn, consejero de programación de la cadena norteamericana ABC, se muestra optimista: «Las costumbres de los telespectadores cambian muy lentamente». Pero lo cierto es que cambian. Las cadenas generalistas americanas ABC, NBC y CBS atraían en 1985 al 80% de la audiencia; en 1991 la proporción había bajado al 60%.

Muchos de los nuevos canales tratan de especializarse en determinadas parcelas: programación infantil, deportes, juicios en directo, etc. Aunque está claro que faltan ideas. De este modo se llega a emplear un determinado número de canales para emitir las mismas películas a distintas horas: así el telespectador puede elegir el mejor momento para ver una película determinada. Existe una pelea para hacerse con la mejor programación: no basta con tener la tecnología, hay que tener buenos contenidos. Las compañías televisivas tratan de hacerse con amplios catálogos de películas.

A medida que aumenta el número de canales, disminuye la porción de tarta publicitaria que corresponde a cada canal. De ahí que no esté muy claro que puedan subsistir tantos canales como se prometen para el futuro. Aunque muchos de esos canales serán de una misma empresa; y lo que ofrece ésta es variedad, importándole poco que un espectador siga uno u otro canal mientras sea de los suyos, y pague la cuota correspondiente si se trata de una televisión de pago.

Satélite versus cable

Otra de las guerras que se está librando tiene como contrincantes al satélite y al cable. Dos concepciones distintas en la transmisión de la señal televisiva: las ondas en el aire o en un soporte como la fibra óptica. El satélite cubre amplias zonas, pero requiere la instalación de antenas parabólicas. El cable necesita una amplia infraestructura, pero cuenta con la ventaja de la alta capacidad en canales que proporciona la fibra óptica. Capacidad que tanto en el caso del cable como en el del satélite se ha visto aumentada con las técnicas de compresión digital.

El final de la guerra fría ha reorientado las actividades de algunas empresas que dedicaban gran parte de sus esfuerzos a la industria de defensa. Es el caso de Hughes, empresa constructora de satélites, que ha entrado de lleno en el mercado televisivo con el anuncio de la puesta en órbita de un satélite dedicado a la radiodifusión.

Las posibilidades de la televisión por cable han tentado a las compañías telefónicas, que cuentan con amplias redes de cable para gestionar la señal telefónica. ¿Por qué no utilizar sus posibilidades para entrar en el negocio televisivo y competir con los actuales operadores del cable?, se ha preguntado Bell Atlantic. Dicho y hecho. Bell ha iniciado una experiencia de vídeo a la carta en Virginia. Esta evolución tropieza con algunas restricciones de la Federal Communications Commission (FCC), como la prohibición de controlar redes de cable para televisión allí donde se dedican a telefonía, o la de tener una participación mayor del 5% en las empresas de producción de programas. Pero las compañías telefónicas confían en que estas limitaciones no duren eternamente.

Temor a los monopolios

Era de esperar la competencia entre las empresas telefónicas y las que sirven televisión por cable. Pero ha sorprendido el rápido acuerdo a que han llegado US West -una de las compañías telefónicas que surgió de Bell- y Time Warner -cuya división de televisión por cable cuenta con siete millones de abonados- para formar una verdadera «autopista electrónica». Los clientes podrán acceder desde su domicilio a los datos y programas televisivos de que disponen ambas empresas.

Entre los magnates de los medios -Turner, Murdoch y demás-, habrá que acostumbrarse pronto a citar a otro: John Malone, presidente de Telecommunications Inc. (TCI), y el principal operador del cable orientado a la televisión en USA. En 1992, el 60% de los hogares norteamericanos estaba conectado al cable; de ellos, uno de cada cinco (13 millones de abonados) corresponden a TCI. Los comienzos de TCI fueron bastante modestos: una pequeña empresa provinciana, que fue adquiriendo redes de cable rurales, para más tarde hacerse con redes de grandes ciudades.

La FCC no ve con buenos ojos que la televisión por cable pueda terminar convirtiéndose en un monopolio. Por ello, además de evitar que las empresas telefónicas se hagan demasiado poderosas y copen el mercado televisivo, trata de fomentar la competencia. TCI se ha curado en salud, y antes de que se aprueben leyes antitrust ha decidido dividirse en dos sociedades: TCI y Liberty Media. Pero aún es incierto si las nuevas posibilidades difuminarán el poder de la televisión o significarán más poder para quienes ya lo tienen.

José María ArestéTelevisión interactiva: el mando es el mensaje

La multiplicación de la oferta televisiva ha hecho aparecer la diferencia entre televisión generalista -dirigida a grandes audiencias- y televisión temática -normalmente de pago y especializada en determinado tipo de programas-; pero parece haberse llegado a una situación en que las ideas y servicios ofrecidos al espectador han de ser cada vez más «originales».

La televisión interactiva es uno de los conceptos más recientes. Su idea madre es la de dar una mayor participación al telespectador en los programas que sigue, de modo que no sea un elemento meramente pasivo. Su finalidad última es lograr una bidireccionalidad en la relación televisión-espectador semejante a la que mantienen dos personas en una conversación telefónica. El televidente podría comunicar con la televisión a través del teléfono o quizá a través del propio mando a distancia. Los niveles inferiores de interactividad son ya una realidad: se puede utilizar el sistema de «pago por programa» para poder ver en el momento que se desee una película elegida dentro de un amplio catálogo. Otras posibilidades permiten comprobar el estado de la cuenta bancaria o hacer una compra. En Estados Unidos, TCI y Time Warner, las dos principales empresas de televisión por cable, han llegado ya a un acuerdo para desarrollar una norma común de televisión interactiva.

Un nivel más alto de interactividad convertirá los televisores en aparatos algo más complicados, y el aprendizaje de su uso será semejante al de una utilidad de ordenador. Los fabricantes y empresarios saben que éste es un punto importante: han de concebir aparatos sencillos si quieren asegurar su venta. No se debería obligar al usuario a convertirse en un experto en informática para poder utilizar la televisión. Pero la sencillez suele estar reñida con otro objetivo: la oferta de numerosos servicios y la posibilidad de manejar simultáneamente datos, sonido e imágenes.

Modificar la ficción

Otro factor importante es el precio de un televisor con todas sus posibilidades de multimedia e interactividad: no se puede olvidar que uno de los obstáculos para la televisión de alta definición japonesa ha sido el alto coste de los aparatos receptores. Algo parecido podría ocurrir con las innovaciones tecnológicas en interactividad.

Otra posibilidad de la televisión interactiva es permitir al televidente elegir los derroteros por los que va a discurrir el programa que está viendo. En un momento determinado, el héroe y el villano se enfrentan en un duelo; elija la muerte del villano, o bien, decántese por una herida en el brazo del héroe. En cualquier caso, cuando comente la película con su vecino, puede que no estén hablando de la misma historia. Dicen los partidarios de la televisión interactiva que así se fomenta un tipo de telespectador activo, que ha de involucrarse forzosamente en lo que ve. Quizá sea cierto, pero hablar de creatividad en el telespectador parece a todas luces excesivo.

A no ser que utilizara las posibilidades de la televisión interactiva para poner a disposición del público a través del cable los vídeos de fabricación propia. Un vídeo doméstico como aquel célebre del apaleamiento de Rodney King en Los Ángeles, podría alcanzar en el futuro una difusión similar pero de un modo bien distinto. Usted podría enterarse por televisión de que está en venta un vídeo en exclusiva sobre un acontecimiento de máxima actualidad, y comprarlo.

También se quiere ofrecer los numerosos juegos de ordenador a través de la televisión interactiva. O el mundo de la realidad virtual -mundos ficticios creados por ordenador-, a través de interfaces adecuados. ¿Desea comprar una vivienda? Ya no tiene que recorrer penosamente los pisos en venta. A través de un sistema de realidad virtual en televisión interactiva se desea que el interesado pueda «visitar» el piso, «entrar» en las habitaciones, contemplar la vista desde la terraza. Se habla asimismo de comprar la ropa y probarse diferentes tallas y modelos a través del televisor. La escuela o el trabajo sin salir de casa son otras de las posibilidades estudiadas. Sólo cabe preguntarse si será necesario salir de casa alguna vez con sistemas tan sofisticados. Los expertos advierten que una excesiva afición a los mundos artificiales de la realidad virtual puede hacer olvidar que el mundo real es el que verdaderamente existe.

La conexión de casi todos los hogares de una nación a una increíble «autopista electrónica» de datos plantea sin embargo algunos interrogantes. ¿Podrá el Estado, determinadas empresas poderosas, o algunos particulares ingeniosos penetrar -electrónicamente hablando- en cualquier hogar y violar el derecho a la intimidad?

Sin asomarnos a la ciencia-ficción, lo que parece claro es que el avance hacia una red digital, en la que circule todo tipo de información, es imparable.

José María Aresté

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