Religión y nación en el mundo ortodoxo

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La guerra en la ex Yugoslavia, las reticencias al ecumenismo por parte de algunas jerarquías ortodoxas y las críticas a la presencia del catolicismo en Rusia, ponen de relieve la peculiar relación entre Iglesia y Estado en el mundo ortodoxo. Para comprender estas reacciones es clarificadora la entrevista que publica Le Monde (20-I-98) con François Thual, profesor en la Escuela Práctica de Altos Estudios de París, experto en geopolítica de las religiones, convertido a la ortodoxia en edad adulta.

Thual no piensa que la ortodoxia sea una religión que progresa, pero «lo paradójico es que, aunque la gente va menos a la iglesia, la ortodoxia sigue siendo un fenómeno cultural que contribuye a la identidad de los pueblos ortodoxos». «El mundo ortodoxo -recuerda Thual- ha tenido una historia muy distinta de la de la Iglesia de Occidente: la mayoría de los pueblos ortodoxos han tenido que empeñarse en una guerra de liberación contra el ocupante turco, que era a la vez extranjero y musulmán. Durante la ocupación otomana, que afectó esencialmente a los Balcanes y al Cáucaso, la Iglesia fue el refugio de la lengua, de la identidad. Una vez liberados, en estos pueblos se mantuvo una especie de lazo genético entre lo confesional y lo nacional, en que lo uno prestaba servicios a lo otro: la Iglesia legitimando la nación, y el sentimiento nacional favoreciendo una legitimidad en la Iglesia».

Thual advierte una sacralización de la identidad de la nación por parte de la Iglesia ortodoxa, tanto en Rusia como en Serbia. «Los serbios son muy poco religiosos. Muchos observadores se han sorprendido al constatar que las iglesias siguen vacías. Lo cual no impide que, como civilización, los serbios adopten posiciones en tanto que ortodoxos. También la Iglesia serbia ha declarado que nunca aceptaría la partición del ‘territorio histórico’ de Serbia. En estos países que han vivido siempre una fusión de lo nacional y de lo religioso, después la sovietización y, por último, la desovietización, se vuelve a plantear el problema de las relaciones entre Estado, sociedad civil y religión con instrumentos de hace ochenta años».

¿La ortodoxia es necesariamente una religión de Estado o puede admitir la laicidad? Thual responde que «en su práctica histórica, la ortodoxia eslava, griega, balcánica o caucasiana no ha conocido nunca la laicidad en su definición francesa, fundada en la separación entre Iglesia y Estado. La separación entre el mundo confesional y el de la sociedad civil no tiene tampoco sentido. Estamos ante lo que Marcel Mauss describía como ‘fenómeno social total'».

En estos países, «la sovietización realizó una laicización forzosa, una erradicación de la religión que no tiene nada que ver con nuestro concepto [francés] de la laicidad».

Thual no piensa que los factores religiosos desencadenen los conflictos bélicos, sino que amplifican o acompañan a las crisis nacionales. «Las Iglesias en cuanto tales no pueden propugnar la violencia, pero hacen la apología de la defensa de la nación, puesto que ésta equivale a la defensa de la identidad religiosa». El clero ortodoxo serbio, «muy marcado por las persecuciones de la II Guerra Mundial y por la política antirreligiosa de Tito, al principio no era partidario de Milosevic, un ex co-munista. Pero el clero se consideraba como el defensor de Serbia. Sus teólogos han inventado la noción de ‘Serbia celestial’, es decir, un paraíso de base nacional…».

El problema es que «estamos ante gente que cree que la tradición sólo puede ser una repetición de lo mismo». «La obsesión del mundo ortodoxo es la traición. Se trata casi de una doble neurosis constituida a la vez por el miedo a traicionar y por el sentimiento, en tanto que depositarios de la verdad, de estar rodeados de enemigos. (…) El mundo ortodoxo es un mundo martirizado por la historia y, en consecuencia, marcado por una gran rigidez».

En cuanto a las reservas de las jerarquías ortodoxas griega y rusa hacia el ecumenismo, Thual lo atribuye a que «en la población ortodoxa se desarrolla la idea de que el ecumenismo es a la vez inútil y nocivo. Inútil porque los católicos no renunciarán nunca al primado del Papa. Nocivo porque el diálogo es ya un comienzo de traición». En cuanto a la evolución del mundo ortodoxo, Thual teme que «sea extremadamente lenta».

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