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Recuerdos de un olvido

publicado
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Contrapunto

El escritor Martín Garzo comenta en ABC Cultural (4-IV-97) su visita a la exposición «Recuerdos de un olvido. Los libros en que aprendimos». Son cuatro mil libros para niños -desde cuentos a enciclopedias y libros escolares- utilizados en España, fundamentalmente desde mediados del siglo XIX hasta la postguerra. El escritor alude primero al contexto histórico con un juicio sumario: «El poder casi absoluto de la Iglesia, la escasa impregnación de las ideas ilustradas y la presencia de una burguesía, en su mayor parte rural y mercantil, reacia a todo tipo de novedades, y de terribles desigualdades, hicieron de los dos últimos siglos de la historia de este país un tiempo que no cabe recordar sin estremecimiento».

Sentimos un escalofrío y nos preparamos ya a llorar por la negra suerte de los niños que crecieron en este desierto cultural. Pero no, Martín Garzo reconoce sinceramente su sorpresa ante lo que descubre: «Tal vez por ello aún maravilla más descubrir cómo en ese contexto feroz tantos pudieron encontrar la manera de sustraerse a esas leyes y ofrecer un poco de sabiduría y consuelo, el consuelo que nace de la razón y del deseo de ser útiles y deleitosos».

Alaba así «la hermosura tanto tipográfica como de ilustraciones de estos libros», que constituyen «un pequeño compendio del saber universal» (ciencias naturales, el funcionamiento del cuerpo humano, hasta «los misterios de la sexualidad», las matemáticas, el mundo de los cuentos, etc.), todo «explicado sencillamente, sin pedantería». Y no se piense que eran joyas destinadas a privilegiados; para envidia de los padres de hoy, en su mayor parte eran libros «muy baratos, pues estaban pensados para ser adquiridos por lo general por las familias más pobres». «El resultado -resume Martín Garzo-, por su variedad, por su riqueza, es sorprendente y no es extraño que nos cause admiración contemplarlos hoy reunidos».

Sí, ciertamente es sorprendente que en un contexto histórico «feroz» se diera esa cosecha cultural tan espléndida. Hasta el punto que uno empieza a dudar de si ese contexto era tan feroz como lo pinta Martín Garzo. Si nos dijeran que en determinados años de esa época hubo una sequía pertinaz, acompañada de catástrofes naturales, pero se obtuvieron cosechas récords, sería lógico sospechar que la climatología no debió de ser tan adversa.

Y aquí hay algunas inconsecuencias que alimentan la duda. Por un lado, «el poder casi absoluto de la Iglesia» parece sugerir una cultura monolítica y cerrada; pero en los libros encontramos variedad y apertura al saber universal. De una parte, tenemos una burguesía «reacia a todo tipo de novedades», pero luego esos libros novedosos son editados por pequeñas empresas familiares (burguesas, por lo tanto). Sin duda, había «terribles desigualdades», pero parece que también había quien pensaba en ilustrar a los más pobres. Y cuando en un contexto tan opresivo resulta que «tantos pudieron encontrar la manera de sustraerse a esas leyes», es inevitable pensar que esas leyes no debían de ser un corsé tan rígido.

Quizá lo que necesitamos es echar una mirada a los libros de texto de hoy. No vaya a ser que nos estén transmitiendo muchas veces una mirada distorsionada de la historia, que nos impida entender el pasado.

Ignacio Aréchaga

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