Profesores de película: de Mr. Chips al Sr. Holland

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La enseñanza vista por el cine
Se estrenan en España Profesor Holland y Mentes peligrosas, dos películas que retratan, desde perspectivas diferentes, el mundo de la enseñanza. Se amplía de este modo un subgénero cinematográfico que ha aportado reflexiones muy interesantes sobre el sentido de la tarea educativa, las relaciones profesores-alumnos y, en concreto, la figura del maestro.

Sorprende la gran cantidad de películas cuyo mensaje central señala que la enseñanza puede ser el trabajo más maravilloso, si uno tiene aptitudes y está dispuesto a esforzarse. Así lo hacía ver el clásico Adiós, Mr. Chips, tanto en la primera aproximación de Sam Wood (1939), como en la versión musical de Herbert Ross (1969). Profesor Holland (Stephen Herek, 1995) es también un canto a la vocación de profesor, incluso en lo que puede suponer de renuncia a otras salidas profesionales a primera vista más gratificantes.

Alumnos agradecidos

En aras de su dedicación a la enseñanza, el protagonista de Profesor Holland sacrificará decididamente sus aptitudes artísticas y su ilusión por componer música. Sin embargo, el fruto de su aparente fracaso será una gran obra: la que ha ido componiendo, año tras año, al dar lo mejor de sí mismo a sus alumnos. Quizá Holland nunca pasó de ser un buen maestro -que no es poco-, pero sin duda dejó su impronta en las chicas y los chicos que pasaron por su aula, como aquella jovencita tímida e insegura que llega a ser gobernadora del Estado.

Es un sentimiento muy común el agradecimiento de los alumnos que recuerdan a sus profesores con cariño, aunque les hayan hecho sufrir. Al igual que en Profesor Holland, esto se muestra muy bien en La versión Browning (Mike Figgis, 1994). En una fiesta escolar, dos antiguos alumnos saludan a su temido profesor de lenguas clásicas. Éste, a pesar de la actitud externa de distanciamiento que ha mantenido siempre, es capaz de recordar sus nombres y saludarles con afecto. Lo que contrasta con la despreocupación del director del colegio, que ignora que el padre de uno de sus alumnos murió hace años.

Despertar inquietudes dormidas

Extraer de los alumnos lo mejor de sí mismos; esto es lo que logra el célebre profesor Keating de El Club de los Poetas Muertos (Peter Weir, 1989) cuando llama a uno de sus chicos a la tarima, y logra que exteriorice el temperamento artístico que esconde tras una gruesa capa de timidez. También Holland consigue al fin que una alumna difícil, incapaz de dar una nota a derechas aunque pertenece a una familia de tradición musical, toque decentemente el clarinete; o que un joven de color, muy dotado para el fútbol americano, haga sonar el bombo al compás de sus compañeros de orquesta, y así pueda obtener una beca.

Una clase se puede impartir de muchas maneras. Holland, al comienzo de su carrera docente, prepara las clases de modo rutinario, y no pone la pasión necesaria para despertar el interés de sus alumnos. Pero poco a poco mejora sus métodos pedagógicos y obtiene resultados magníficos. Querer que unos chicos pocos interesados por la música vibren escuchando a Bach puede ser una tarea ardua; pero si se comienza poniéndoles música moderna, y haciéndoles ver las conexiones que tiene con la clásica, la cosa cambia. Son los mismos planteamientos sugestivos con que se describe la educación de Verruga, el futuro Rey Arturo, en la película de dibujos animados Merlín, el encantador (Walt Disney, 1963).

Tampoco están nada mal los golpes de efecto de Keating. La lectura de un aburrido párrafo teórico sobre literatura provoca el mandato a los alumnos de que arranquen del libro dicha página. Ideas transgresoras como esa, chistes o comparaciones ingeniosas puede mantener atento a un auditorio inicialmente poco dispuesto. Cuando Keating es expulsado del colegio, tendrá la satisfacción de ver cómo uno de sus colegas hace un esfuerzo adicional para que sus clases de latín sean más entretenidas.

El esfuerzo del alumno

Esos modos sugerentes de enseñar no significan simplemente facilitar la asignatura a los alumnos. A veces exigen también que el profesor les haga descubrir la necesidad del esfuerzo y sacrificio personales, aunque esto suponga a los alumnos limar sus defectos y vencer su tendencia hacia lo fácil. Se aprecia muy bien esta idea en todas las películas que muestran la enseñanza de alguna materia artística o deportiva, quizá porque respecto al arte y al deporte se suele entender mejor el sentido del sacrificio.

En el campo de la enseñanza musical, además de Profesor Holland, se pueden encontrar ejemplos muy gráficos de maestros exigentes en El profesor de música (Gérard Corbiau, 1990), Todas las mañanas del mundo (Alain Corneau, 1991), Un corazón en invierno (Claude Sautet, 1992), El toque silencioso (Krzysztof Zanussi, 1992), Farinelli. Il castrato (Gérard Corbiau, 1994)… También tratan este aspecto esforzado de la enseñanza las películas sobre la formación de actores, como Dadme un respiro (James Alpine, 1993), Adiós a mi concubina (Chen Kaige, 1993) o Funny Bones (Peter Chelsom, 1995).

En cuanto al cine deportivo, basta con recordar el interesante tratamiento que dan a este tema films como Carros de fuego (Hugh Hudson, 1981), Hoosiers (David Anspaugh, 1988), Somos los mejores (Stephen Herek, 1992) o Rudy. Reto a la gloria (David Anspaugh, 1993). Este último título, además de confirmar el interés de su director por los temas educativos, ofrece reflexiones muy interesantes sobre la importancia de una visión integral de la enseñanza, y la necesidad de completar el aprendizaje especializado, otra de las grandes ideas que suelen resaltar casi todas las películas ambientadas en el campo docente.

El valor de las humanidades

Recordar el valor de las humanidades es uno de los objetivos centrales de algunos films recientes, alarmados con razón por reformas educativas que relegan a segundo término estas materias. Ya se enseñe literatura (El Club de los Poetas Muertos), música (Profesor Holland) o griego (La versión Browning, en su adaptación moderna, o en la de Anthony Asquith de 1947), se trata de motivar a las nuevas generaciones para que no pierdan la capacidad de apreciar la belleza de las cosas y de interrogarse sobre las grandes cuestiones. Este es precisamente uno de los mensajes que expresa la magnífica película Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993) en la subtrama sobre la labor pedagógica de C.S. Lewis.

La versión Browning, de Mike Figgis, tiene dos momentos mágicos, que demuestran el entusiasmo que puede producir la lectura de una tragedia griega a quien esté dispuesto a esforzarse por captar la belleza que encierra. La lectura de un fragmento del Agamenón de Esquilo provoca el éxtasis del profesor y el interés creciente de uno, sólo uno, de sus alumnos. El resto de la clase nota que algo especial sucede, pero no saben entenderlo. Más tarde, el alumno tocado volverá a disfrutar con otro fragmento de la obra en una clase particular con el profesor. El gozo del chico tiene gran fuerza dramática, también porque su gran ilusión es ser admitido, el curso siguiente, en la clase de ciencias. Y esto, frente a los típicos tópicos, no es ningún obstáculo para que ame las humanidades.

Como tampoco lo es que los soldados casi analfabetos de Un poeta entre reclutas (Penny Marshall, 1993) o el joven que se prepara para ingresar en una academia militar en El hombre sin rostro (Mel Gibson, 1993) disfruten leyendo o representando las obras de Shakespeare, o haciendo progresos con el latín. Frente a utilitarismos en boga, que no ven sentido al aprendizaje de una materia si no sirve para algo, los films citados son claros ejemplos del valor de una completa formación cultural. Sobre todo porque obliga a pensar por uno mismo, lo que ayuda a la hora de tomar decisiones importantes.

Alumnos difíciles

A veces el profesor debe enfrentarse a un alumnado difícil, como sucede en Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995). No es lo mismo dar clase a chicos o chicas de buenas escuelas, como en El Club de los Poetas Muertos, La versión Browning o Los mejores años de Miss Brodie (Roland Neame, 1969), que a muchachos de barrios conflictivos, inmersos en difíciles situaciones familiares o sociales. En esta línea de profesores que deben ganarse poco a poco a unos alumnos gamberros y desmotivados, hay una larga tradición de películas: Forja de hombres (Norman Tuarog, 1938), La ciudad de los muchachos (Norman Tuarog, 1941), ¡Qué verde era mi valle! (John Ford, 1941), Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967), Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955), Up the Down Staircase (Robert Mulligan, 1967), El rector (Christopher Cain, 1987), Nuevos rebeldes (Hugh Hudson, 1990), Sister Act 2 (Bill Duke, 1993), Lobos universitarios (David S. Ward, 1994)…

Intentos de suicidio, chicos que dejan las clases para ponerse a trabajar, peleas, racismo, son temas que se plantean en estas películas. Frente al profesor recién llegado, interesado en que los alumnos progresen, suelen estar los maestros desengañados, que han perdido la ilusión por enseñar y dan por imposible que los chicos a su cargo puedan mejorar.

En Up the Down Staircase, de Robert Mulligan, el interés de la profesora de un colegio de Nueva York para que un alumno avance, lo confunde éste con un supuesto enamoramiento, del que debe ser desengañado. Esta relación conflictiva profesor-alumno, que plantea cuestiones de moral sexual, es el tema central de Maridos y mujeres (Woody Allen, 1992), El país del agua (Stephen Gyllenhaal, 1992) o Alegre, ma non troppo (Fernando Colomo, 1993). Estos films resuelven el tema de un modo cínico, sórdido o frívolo, respectivamente. Por el contrario, en El profesor de música o en Profesor Holland, que también plantean la atracción de profesores hacia sus alumnas, se trata el conflicto de un modo más honesto y profundo.

Entre alumnos y profesores pueden surgir diferencias que obliguen al castigo. Éste puede ser aplicado de un modo rutinario, sin buscar la mejora del joven, con lo cual los resultados suelen ser negativos. Es lo que plantea El club de los cinco (John Hugues, 1984), al describir las reacciones de cinco alumnos, que no se conocen entre sí, cuando son obligados a acudir un sábado por la mañana al colegio. Desarrollarán una cierta amistad, pero también perderán el tiempo hablando de frivolidades.

A veces hay alumnos muy conflictivos, cuya corrección es difícil de lograr, aunque se busque con ahínco. Es el tema de Esos tres (William Wyler, 1936), o del remake del propio Wyler, La calumnia (1961). La mentira de una niña es castigada con acierto, con sentido medicinal. Pero la chiquilla se deja ganar por el rencor, y elabora una sarta de mentiras bastante sofisticada, capaz de destrozar la vida de sus dos maestras.

El cine ha mostrado también otro tipo de alumnos difíciles, que requerían especial cariño y paciencia por parte de sus profesores. Sordomudos, como en Mandy (Alexander Mackendrick, 1952), El milagro de Ana Sullivan (Arthur Penn, 1962) o la misma Profesor Holland -la subtrama de la relación entre Holland y su hijo-; o personas criadas en un estado semisalvaje y con graves problemas de comunicación, como en El pequeño salvaje (François Truffaut, 1969), El enigma de Caspar Houser (Werner Herzog, 1974) o la reciente Nell (Michael Apted, 1994).

Heroísmos y fracasos

Aunque muchas veces el heroísmo de los profesores es el cotidiano, el de hacer que día a día sus alumnos mejoren, también el cine les ha mostrado capaces de sacrificios aún mayores. En Adiós, muchachos (Louis Malle, 1987), los religiosos que llevan un colegio durante la ocupación nazi de Francia acogen entre sus alumnos a chicos judíos, para evitar que acaben en los campos de exterminio. Al ser descubiertos, el rector del colegio es detenido por los alemanes, y se despide de los chicos con un emocionante y lacónico «Adiós, muchachos», afortunada expresión de que su entrega por los alumnos le lleva hasta ese sacrificio. También Charles Laughton, profesor de una escuela rural en la Francia ocupada, hará acopio de dignidad y será buen ejemplo ante sus alumnos en Esta tierra es mía (Jean Renoir, 1943).

Todos los profesores saben lo difícil que es la tarea de ganarse la amistad de sus alumnos. Éstos pueden llegar a quererles, e incluso a admirarles; pero ganarse su confianza… En El Club de los Poetas Muertos, Keating es el profesor más querido por los alumnos, y su modo de dar clase influye en casi todos de un modo positivo. Sin embargo, en un caso no se consigue la confianza plena (el alumno no cuenta con claridad su problema y el profesor no sabe sonsacarlo), y se produce la tragedia. El alumno, desesperado al ver truncado su sueño de ser actor por la oposición de sus padres, lleva hasta el extremo el consejo de su profesor -«Carpe diem!, ¡Aprovecha el momento!»-, y se quita la vida. El profesor llorará amargamente la desgracia de su alumno, más por la parte de responsabilidad que le corresponde en la decisión del chico.

El papel de los padres

En el caso antes descrito, se muestra con claridad el penoso papel jugado por los padres del joven suicida, que no se han tomado en serio su educación -no tratan de entender su interés por el teatro-, quizá pensando que ya hacían bastante enviándolo a un colegio de élite. De la importancia que tiene en la enseñanza la sintonía padres-profesores se ofrecen varios apuntes en el film En busca de Bobby Fischer (Steven Zaillian, 1993).

En una reunión, la maestra del niño protagonista hace notar a sus padres que la creciente dedicación de su hijo al ajedrez, y los continuos viajes que supone, le están retrasando en otras materias y alejándole de sus compañeros de curso. Aunque el padre se enfurece, pues ve una afirmación de su yo en las habilidades del chico con el ajedrez, la madre toma buena nota de las advertencias de la profesora. También será la madre la que defienda la inocencia del niño cuando su profesor de ajedrez le provoca el dilema moral de tener que odiar a sus adversarios si quiere ganar un campeonato.

También en otras películas se ofrecen apuntes interesantes del papel de los padres en la enseñanza. Algunas, como Rudy o Lobos Universitarios, muestran el conformismo o desinterés de los padres. Por el contrario, en El pequeño Tate (Jodie Foster, 1991), se exaltan los sacrificios de una madre para ayudar a su hijo superdotado; y en El río de la vida (1992) y en Quiz Show (1994), ambas dirigidas por Robert Redford, se describe el esfuerzo de los padres por dar a sus hijos una buena educación. Quiz Show, además, ofrece ideas muy sugestivas sobre el valor del trabajo de profesor y su contraste con el vacío que provoca la búsqueda del éxito a cualquier precio.

La reflexión sería interminable si se analizaran otros títulos menores, sobre todo comedias, como El profesor chiflado (Jerry Lewis, 1963), El profe (Miguel M. Delgado, 1971), Poli de guardería (Ivan Reitman, 1990), El genio del amor (Fred Schepisi, 1995)… En cualquier caso, todo lo dicho es suficiente para mostrar el interés que siempre ha tenido el Séptimo Arte por la enseñanza, y las numerosas reflexiones interesantes que ha ofrecido a lo largo de su centenaria historia sobre este aspecto tan decisivo del ser humano.

José María Aresté y Jerónimo José Martín

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