Por una laicidad positiva

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Se acaba de publicar en Francia una recopilación de artículos del filósofo Paul Ricoeur sobre filosofía de la religión. Con este motivo ha hecho unas declaraciones a Le Monde (10-VI-94), donde se refiere, entre otras cosas, a la laicidad en la escuela.

Me parece totalmente asombroso que en la enseñanza pública se hable de los dioses egipcios o griegos, que los jóvenes sepan de Isis y Osiris y de los amores de Zeus, y que no tengan la menor idea de Ezequiel o de Jeremías, ni de lo que es un salmo.

Hay dos grados de laicidad. El primero es una laicidad de abstención: el Estado no tiene religión, no reconoce ni subvenciona ningún culto; es responsable de la paz y del orden público, de la cohabitación de las libertades. El segundo es una laicidad de confrontación: consiste en distribuir por igual la palabra en el espacio público.

Ahora bien, la escuela está en un lugar intermedio entre la sociedad civil, donde se produce la confrontación entre las diferentes convicciones, y el Estado. Sería deseable que preparara para la confrontación que tiene lugar en el espacio de la sociedad civil, al menos informando de los términos del debate. Sería una forma intermedia de laicidad, no ya de mera abstención, sino de iniciación al debate.

Pues la sociedad necesita que estén presentes sus diferentes herencias espirituales y culturales: son ellas las que inspiran el civismo. Ahí, el patrimonio religioso entra en composición con las otras dos grandes tradiciones de la modernidad: la Ilustración y el romanticismo.

Los miembros de las comunidades religiosas deberían tener la responsabilidad de practicar de buena fe esta información; y a esto debería corresponder la reciprocidad por parte de los que adoptan la laicidad como una convicción profunda y que niegan el derecho de la tradición judeocristiana a participar también en el apoyo de la moral cívica. Deseo que se desarrolle una laicidad positiva, hecha de información pedagógica, y no sólo una laicidad de abstención.

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