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Por qué millones han cambiado el “chip”

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El número de católicos en América Latina está decreciendo. Lo señalaba meses atrás un estudio de Latinobarómetro, y lo confirma ahora una investigación del estadounidense Pew Research Center, que observa en 18 países del área una migración de fieles católicos hacia las iglesias protestantes, mayormente las de corte Pentecostal, de cuyos miembros el 84 por ciento declara haberse criado como católico.

Sí, las flechas marcan a la baja: en 1972, el 92 por ciento de los latinoamericanos se confesaba católico, y en 2013-2014 “solo” lo hace el 69 por ciento. En igual período, los protestantes, que constituían el 4 por ciento de la población, pasaron a ser el 19 por ciento, un alza promedio bastante notable, que alcanza cotas más importantes en países centroamericanos como Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras (en este último, los católicos caen hasta el 46 por ciento, frente a un 41 por ciento protestante).

Entre las congregaciones pentecostales hay una gran fragmentación, a veces por discrepancias muy accesorias

En busca de vivencias espirituales… y prosperidad

¿Por qué han cambiado de “chip” religioso millones de latinoamericanos? Las razones son varias, según el Pew. El 81 por ciento de los consultados, por ejemplo, dice buscar en la iglesia protestante, y más exactamente en las pentecostales, una experiencia personal más “cercana” con Dios, lo que podría traducirse en vivencias espirituales de una mayor exaltación física y anímica (la investigación las achaca al influjo social de las religiones africanas y amerindias), o en grandes “campañas evangelísticas” en las que más de un fiel exhibe “milagrosos” empastes dentales aparecidos en su boca tras la oración, y donde lo cool es, para algunos, arremeter contra la “gran Babilonia”, a saber, la Iglesia de Roma.

Por su parte, otros católicos, al emigrar de las zonas rurales a las grandes ciudades en busca de trabajo, encuentran un ambiente más “familiar” en comunidades evangélicas urbanas, que les proporcionan respaldo afectivo, y allí se quedan. Algunos otros, entretanto, cambian de fe siguiendo la de su cónyuge, mientras que a otros la iglesia evangélica les ha salido a su encuentro, dado el incansable activismo protestante en los distintos ámbitos y las auténticas técnicas de marketing desplegadas por pastores que, en muchos casos, comparten las horas entre el púlpito y la mesa directiva de una empresa.

Un aspecto muy relacionado con esto es la atracción que suscita el denominado “evangelio de la prosperidad”, una corriente particularmente fuerte entre los cristianos evangélicos, que condiciona la mayor o menor prosperidad material de la persona a su mayor o menor “grado de fe”. Los predicadores invitan a sus oyentes a imaginar los bienes materiales que desean —dinero, una vivienda cómoda, un coche, una visa a EE.UU., etc.— y a creer “por fe” que ya Dios se lo ha dado. Al final, este “camino corto” hacia el bienestar material ha demostrado tener más simpatizantes que la exhortación de la Teología de la Liberación a transformar por cualquier vía las estructuras del sistema, lo que resulta más arduo, peligroso y dilatado en el tiempo. El público que traspasa el umbral de la iglesia pentecostal prefiere el “ahora mismo”, y al menos ese será el mensaje que recibirá.

Las vivencias espirituales, la mayor “exigencia moral” y el deseo de prosperidad son factores que atraen a los que se convierten al pentecostalismo

El tirón del Papa

Como tendencia, no van alejadas las cifras de pérdidas de población católica que muestran el Latinobarómetro y el Pew, si bien al estudio del centro estadounidense podría sobrarle la expresión “cambio generalizado”, toda vez que una mayoría católica de 67 puntos (según el primer estudio) o de 69 (según el segundo) es todavía mucha mayoría.

Otros ejes de coincidencia entre ambas investigaciones son la constatación de que ha crecido el número de quienes dicen no tener religión (un 8 por ciento, que en el caso de Uruguay, “país agnóstico”, salta hasta el 37 por ciento), así como que el nivel de estudios entre los católicos sigue superando al de los fieles protestantes, y que la figura del Papa Francisco ha concitado grandes simpatías y mayores esperanzas de renovación de la Iglesia. Según el Pew, ocho de cada 10 católicos latinoamericanos tiene una opinión favorable del Pontífice, y entre los argentinos, católicos y no católicos, se suma un punto más.

Esta actitud podría favorecer la acogida de las directrices pastorales de Francisco, que habla de “una Iglesia en salida”, con una actitud activa para atraer o recuperar a los que están fuera.

Mayor exigencia moral

Otras afirmaciones del informe del Pew habría que tomarlas con pinzas. La empresa de sondeos estadounidense señala que, por norma, los católicos suelen ser más laxos que los pentecostales en cuestiones como el aborto, los métodos anticonceptivos, la homosexualidad, el sexo extramatrimonial y el consumo de bebidas alcohólicas, por lo que el 60 por ciento de quienes permutan de iglesia lo hacen buscando una institución “que le conceda mayor importancia a vivir una vida moral”. Y uno no puede dejar de preguntarse en qué olvidado cajón han metido –los que se marchan– la prolífica documentación católica sobre temas morales. Quizá en los últimos tiempos la predicación y la enseñanza han hecho poco hincapié en estos temas, y su observancia entre los católicos se ha deteriorado.

En cuatro décadas los protestantes han pasado a ser el 19 por ciento de la población, y en países de Centroamérica hasta el 40 por ciento

Sí que podría dudarse, ya puestos, de la solidez y congruencia moral de un campo tan diverso como el de las confesiones pentecostales, donde la ausencia de un magisterio colegiado y el alto nivel de improvisación imperante provocan la fragmentación ad infinitum de las congregaciones por temas tan nimios como que las mujeres usen o no pendientes, o que los laicos prediquen desde el púlpito con corbata o sin ella.

Ciertamente el aborto les merece toda condenación, por ser tan evidente, pero procedimientos como la implantación de dispositivos anticonceptivos con efectos abortivos en el cuerpo de la mujer no les suelen provocar escándalo alguno. En homilías en que las palabras “infierno” y “diablo” se colocan en el “top ten” de las más reiteradas, poco espacio queda para enterarse de en qué momento se crea una vida humana y de cómo protegerla. Si en iglesias de mayor colegialidad y raigambre histórica, como la anglicana y la luterana estadounidense, los anticonceptivos recibieron luz verde a principios del siglo XX, ya se verá con qué criterios morales se manejan estos y otros asuntos en congregaciones que van más “a su aire”.

Preocupación por los pobres

Por otra parte, el Pew registra el hecho que, para los protestantes latinoamericanos, la mejor forma de ayudar a las personas que viven en la pobreza es llevarlas a la fe, mientras que para los católicos lo es desarrollar iniciativas sociales con las que darles apoyo concreto, además de llamar a capítulo a los gobiernos para que cumplan con su deber de promover a los más desfavorecidos.

La contradicción, en este caso, sobreviene en el dato de que los protestantes serían los que se implican más en respaldar a los pobres, por ejemplo, al ayudarles a buscar empleo. Al menos es lo que los consultados “dicen” a la empresa de sondeos, que es francamente parca en ilustrar los muchos campos de acción en que puede desarrollarse la acción social cristiana. Los números que pudiera exhibir la Iglesia católica en este tema, en América Latina y más allá, serían apabullantes, tanto como los testimonios silenciosos de miles de misioneros laicos o religiosos que laboran en remotos lugares en los que nadie ha visto jamás un grifo ni un interruptor.

En encuestas y pareceres —se ve—, nadie, ni el Pew, está a salvo de algún que otro leve patinazo.

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