Épica del perdedor

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Juan Marsé (foto: Elisa Cabot)

Juan Marsé (foto: Elisa Cabot)

(Nota: Juan Marsé falleció el 18-07-2020)

Juan Marsé (Barcelona, 1933) es uno de esos autores que han gozado a la vez del favor del público y de la crítica. Este escritor catalán en castellano tiene a su espalda una importante obra no muy extensa, con la que ha estado a punto de obtener el premio Cervantes en su última edición. Gran contador de historias, se mueve en un territorio literario muy concreto, el de la Barcelona de posguerra, con las cicatrices de la contienda, que él mismo sufrió de niño. La publicación de sus Cuentos completos (1) y el simposio internacional sobre su obra que ha tenido lugar en la Universidad de Barcelona el pasado noviembre, revelan el interés que despierta su obra dentro y fuera de España.

En el I Simposio Internacional Juan Marsé se ha analizado el papel desempeñado por los textos del escritor en la recuperación de la memoria histórica de la posguerra española y catalana, y la relación de sus originales con las respectivas versiones cinematográficas. Profesores universitarios de varios países, críticos literarios, escritores y directores de cine han examinado sus escenarios, sus personajes y su técnica.

Hace unos días, además, se ha inaugurado una biblioteca pública con su nombre en el barrio barcelonés del Carmelo, escenario de la mayoría de sus novelas.

Su territorio literario

Retrocedamos a un tiempo, la España de los cuarenta, y a un espacio, Barcelona. Imaginemos a un niño pobre del barrio barcelonés del Carmelo o del Guinardó, charnego descendiente de emigrantes andaluces. No conoce a su padre (encarcelado, huido a Francia o torturado y muerto hace unos años). Íntimamente unido a su madre (que a lo mejor tiene que hacer cosas feas para traer algo a casa) y a su pandilla, con la que comparte hambre e historias, aventis, que alimentan sueños de ajustes y venganzas. Vive al otro lado de la ley desde la adolescencia, asqueado de la miseria y la resignación que ve alrededor; su juventud está llena de balas, blasfemias, amistad y, a lo mejor, de amor. Pasan los años y el cansancio va apagando los ideales y puede llegar al final de su vida con un resentimiento vacío y aburrido de odios y humillaciones. En su mundo transitan maquis, prostitutas y estraperlistas.

Imaginemos ahora a una chica que pertenece al otro lado. Su familia ganó la guerra, tiene dinero y está sólidamente relacionada con el poder y con la Iglesia católica. Sabe que existe otra Barcelona y otro modo de ver la vida, por las que puede sentir curiosidad intelectual o impulsos de caridad cristiana. Sólo el amor, por encima de la religión, la política o la clase, pero a pesar de todo imposible, puede hacer que se cruce en el camino del chico. Completan este entorno policías y ricatólicos.

He aquí un esquema del mundo que Marsé cuenta en todas sus novelas. Por su propia biografía y por sus ideas, el escritor pertenece al primer mundo, pero es suficientemente inteligente para no clasificar esas dos realidades como dos bandos de buenos y de malos.

Infancia y dolores de la guerra

Ni por su propósito ni por su estilo, Marsé es encasillable en la corriente de realismo social que reúne lo mejor de su generación, aunque hay toques de costumbrismo y de crítica regeneradora. Se muestra escéptico tanto de la lucha por ideales políticos como del amor, dos causas casi siempre efímeras, y parece que reserva al sexo los únicos instantes de felicidad que todos, ricos y pobres, pueden alcanzar en esta vida, por otro lado, la única que para él existe. Quizás donde es más manifiesta la miseria moral de sus personajes es en su conducta sexual. No abusa de descripciones obscenas, salvo en alguna de las novelas, pero el clima general es de torpe banalización.

Muchos de sus personajes se desenvuelven en un clima de asfixia y podredumbre moral del que no hay fácil salida. También se advierte cierto determinismo en la trayectoria de los personajes. Barrio y apellido parecen ahogar todo intento de elevación.

Para este escritor, la guerra española empezó realmente en 1939, y desde entonces opone un mundo de indignidad y supervivencia, el de los derrotados (lleno de miedos, denuncias, torturas, delaciones, desaparecidos, fusilados) y el de los vencedores, con sus torres lujosas, sus criados y sus devociones. No desperdicia oportunidad para ridiculizar a la Iglesia católica, con una visión ajena a cualquier perspectiva sobrenatural. No es extraño que, en este aspecto, su mirada sea tan superficial como podría serlo la crítica de un concierto hecha por un sordo a partir de los movimientos de los músicos.

La infancia es el lugar donde se encuentran, para Marsé, lo escrito y lo vivido. El hecho de que algunos de sus personajes sean niños o adolescentes, y su interés por las historias románticas, dotan a muchas de sus narraciones de un contrapunto de ternura que rebaja un poco el tono predominante de crudeza y sordidez.

Diez novelas

En casi medio siglo, Juan Marsé sólo ha publicado diez novelas, una novela corta y un libro de relatos, casi todos con premios de editoriales (Biblioteca Breve, Planeta, Ateneo de Sevilla), de críticos (Premio de la Crítica 1994 y 2001) o institucionales (Nacional de Literatura 2001). En 1997 obtuvo el importante Premio Juan Rulfo al conjunto de su obra, que es en Hispanoamérica algo así como el Cervantes en España. Muchos de sus libros han sido adaptados al cine.

El prestigio de Marsé en España es incuestionable, tanto entre lectores como entre profesionales de las letras. Más popular ha sido Últimas tardes con Teresa, que -como también La oscura historia de la prima Montse– se centra en las relaciones sentimentales entre personajes de distinta extracción social. Es una novela con un personaje (Manolo, el pijoaparte) inolvidable y con algunos momentos memorables, llena de logradas imágenes, como, por ejemplo, en las descripciones con que el escritor dibuja gestos femeninos.

Si te dicen que caí interesó más a escritores y críticos. Es una novela que, como ocurre en Un día volveré, gira en torno a la lucha violenta contra la dictadura. Es una novela de una violencia desaforada, de complicada construcción (y, por tanto, lectura) y de sabor agrio. En Si te dicen que caí consagra su llamativo hallazgo del aventi: historias más o menos fidedignas oportunamente recompuestas por la imaginación, que se cuentan un grupo de amigos en corro. La división exacta entre ficción y realidad ni la saben ellos ni menos el lector.

Prosa transparente

Marsé es un narrador con un gran dominio de la técnica novelística y con un lenguaje de gran riqueza y expresividad, poético e imaginativo en sus imágenes. Tiene un excelente oído para los diálogos, plenos de fuerza y realismo y muy fieles al habla coloquial (cuando el personaje así lo requiere). Neologismos y vulgaridades arrabaleras se alternan con insólitos adjetivos. Detrás de sus novelas se adivina una arquitectura bien pensada y planificada. No le interesa completar del todo el puzzle y siempre quedan al final algunos interrogantes por contestar.

En su modo de contar son frecuentes las elipsis: muchas cosas que pasan o han pasado el lector las sabe, o las intuye, por sus contextos o por sus consecuencias. Para José Carlos Mainer se trata de un escritor profundamente visual: «No sólo le gusta el cine (sobre el que escribe a menudo), sino que parece querer que su prosa compita con la impresión de simultaneidad, la fuerza del subrayado gestual, la capacidad de intuición relampagueante que tiene el plano fílmico: los arranques de muchas de sus novelas, la descripción física de sus personajes, la composición de las escenas, el uso de la elipsis y el montaje, la elaboración de ambientes abigarrados en los que quiere resumir la intención del relato y, desde luego, su peculiar sentido de la épica del perdedor deben mucho a la lección del cinema» (Boletín de la Fundación Juan March, mayo de 2002).

Juan Marsé piensa que el auténtico arte de novelar hace olvidar que se emplean palabras; transmite vida y verdad, no forma. De ahí su esfuerzo por lograr una prosa transparente. En alguna ocasión ha explicado que se trata de tener una historia que contar (interesante, revulsiva y divertida), saber contarla (de un modo interesante, revulsivo y divertido) y, lo más importante, tener ganas de hacerlo. Consecuentemente, se trata de atrapar al lector por lo que se está contando, y que no se pare a pensar en cómo se le está contando. Rechaza, por tanto, la prosa-sonajero y, también, la novela de ideas: el talento del novelista ha de estar implícito en la obra, que debe deslumbrar no por las ideas ni por la lengua sino por la capacidad de fascinar y atrapar al lector con una buena historia.

Desencanto político

Marsé ha conquistado el Premio de la Crítica con sus dos últimas novelas. El embrujo de Shanghai supuso un reencuentro esperado con sus seguidores. En los diez años que mediaban desde Un día volveré había publicado una excelente y dura novela corta (Ronda del Guinardó), un conjunto de relatos (Teniente Bravo) y la novela con que ganó el Planeta (El amante bilingüe), de calidad inferior a las anteriores.

La mirada del niño protagonista, Daniel, sirve en esta ocasión a Marsé para transmitir su desencanto político. Shanghai es el escenario de los sueños, de los héroes, donde sólo la imaginación es capaz de trascender la realidad de la derrota. La mirada infantil del narrador, la oposición de escenarios y un depurado estilo, la convierten en una de sus mejores novelas, favorecida por el abandono de la truculencia violenta y sexual de anteriores trabajos.

Siete años después publica Rabos de lagartija, donde estrena una atrevida apuesta: la mirada del narrador es la de un feto que cuenta la historia desde el seno materno. Otra historia desesperada y triste de perdedores, perseguidos y cínicos que relata, de nuevo, las huellas de la miseria en un niño, en este caso, en el hermano del narrador. El erotismo, sin detalles, vuelve a hacer presencia como una fuerza latente e imparable. Con esta novela obtuvo, además del Premio de la Crítica, el Nacional de Narrativa en su edición de 2001.

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(1) Juan Marsé. Cuentos completos. Edición de Enrique Turpin con apéndice didáctico. Espasa Calpe. Madrid (2003). 338 págs. 10 €.

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