Pesimismo en la lucha contra el sida

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Cierto sentimiento de frustración ha dominado el congreso sobre el sida celebrado a finales de julio en Ámsterdam. Esa reunión suele organizarse cada dos años, con aspectos científicos, pero también sociales, culturales y políticos, consecuencia de las características peculiares de esa pandemia, descubierta hace menos de cuarenta años, pero merecedora de la creación de una agencia internacional especial: ONUSIDA. No en balde, desde su aparición en 1981, ha matado a 35,4 millones de personas e infectado a 77,3 millones.

La sensación de fracaso se ha impuesto pese a los avances en los tratamientos antirretrovirales. Resalta la convicción de que no se alcanzará el objetivo propuesto para 2020, el llamado “90-90-90”: que el 90% de los portadores del virus sea consciente de su estado, el 90% reciba tratamiento y, de estos, el 90% llegue a una carga viral indetectable y, por tanto, intransmisible. Incluso, se reprocha a quienes desmotivan, con declaraciones optimistas sobre la erradicación de la epidemia para 2030, ante una infección que mató a casi un millón de personas en 2017.

Balance de la situación

Por primera vez, el número de personas fallecidas por enfermedades relacionadas con el sida cae por debajo de la cifra simbólica del millón; pero las nuevas infecciones identificadas en 2017 siguen siendo muy altas: 1,8 millones de personas, es decir, casi 5.000 casos al día (150.000 personas más que en 2016). Respecto de 2010, han disminuido en un 16%, pero para alcanzar los objetivos de 2020 sería necesaria una disminución del 75%. El director ejecutivo de ONUSIDA, Michel Sidibé, habla de “crisis”.

Un grupo de estudio ha propuesto en “The Lancet” un replanteamiento de la lucha contra el sida, para incluirla en planes de salud integrales

Los progresos siguen siendo insuficientes. En 2017, 36,9 millones de personas vivían con el virus del sida (VIH) en el mundo, un número que aumenta mecánicamente por el despliegue del tratamiento antirretrovírico que permite a las personas vivir con el virus. El 59% de las personas seropositivas tenían acceso a estos medicamentos, frente al 53% en 2016.

Por otra parte, sigue creciendo en Oriente Medio, África septentrional y Europa del Este y Asia central: en estos últimos, sobre todo, entre drogadictos que se inyectan. En Ámsterdam se reprochó la falta de voluntad política para acabar con la epidemia. Y se pidieron una vez más actuaciones públicas para resolver problemas derivados de tantas decisiones personales, como sustituir la heroína por metadona y facilitar la distribución de jeringuillas seguras. Varias organizaciones se han unido con el lema “perseguir el virus, no a la gente” (aluden a estigmas y discriminaciones, así como a la criminalización de la enfermedad).

Se reclama más dinero

Hay casi unanimidad sobre la necesidad de aumentar los fondos dedicados a la investigación y la prevención. En el informe de este año, ONUSIDA afirma que “la respuesta mundial al sida se encuentra en una situación particularmente preocupante (…) el ritmo de progreso dista mucho de estar a la altura de la ambición declarada”. Se refiere sobre todo a las incertidumbres sobre la financiación de la respuesta a la epidemia. En 2017 se disponía de un total de 20.600 millones de dólares, el 80% del objetivo fijado para 2020. Sin embargo, ONUSIDA destaca que “no hubo nuevos compromisos significativos de los donantes en 2017″, y teme consecuencias catastróficas si la financiación internacional se reduce en un 20%.

La prostitución, las relaciones sexuales entre hombres y el uso de drogas inyectables representan casi la mitad de las infecciones en el mundo, el 90% en Europa Occidental y Norteamérica

Según ONUSIDA, existe a nivel global una brecha en la financiación de unos 5.000 millones de dólares, y las aportaciones de los gobiernos donantes cayeron más de 500 millones de dólares entre 2015 (7.500 millones) y 2016 (7.000 millones), alcanzando el nivel más bajo desde 2010.

Entretanto, sigue pendiente resolver el problema de la reducción del costo de los tratamientos farmacológicos, especialmente gravosos para los países menos desarrollados.

Población en mayor riesgo

En la conferencia de Ámsterdam se protestó contra las discriminaciones que sufren los enfermos, y se pidió a los gobiernos que no sancionen penalmente la ocultación de portar el virus (aun con el riesgo de transmitirlo a otras personas). Pero no se puede olvidar que determinadas capas de la población presentan un riesgo particular de contraer la infección.

En 2017, los varones que practicaban relaciones sexuales con otros varones tenían 28 veces más probabilidades de infectarse que quienes vivían relaciones sexuales con personas del sexo opuesto. Entre los consumidores de drogas inyectables, el riesgo es 22 veces mayor que entre los no adictos. Es trece veces superior entre las profesionales del sexo y entre las transexuales que en el conjunto de mujeres en edad fértil (15-49 años). Estos grupos representan casi la mitad de las infecciones en el mundo, el 90% en Europa Occidental y Norteamérica, el 97% en Europa del Este y Asia Central.

En 2017 se infectaron 1,8 millones de personas, 150.000 más que en 2016

De modo particular, preocupa la infección de niños en la gestación, el nacimiento o la lactancia: en 2017 hubo 180.000 casos en todo el mundo. Las pruebas virológicas para los recién nacidos expuestos al VIH siguen siendo insuficientes, lo que retrasa aún más el inicio del tratamiento.

La prevención reducida a profilaxis

En Ámsterdam se han repetido tesis conocidas sobre profilaxis, incluida la conseguida con medicamentos tomados inmediatamente antes o después de actos sexuales. El problema es que la reducción de infecciones así conseguida resulta contrarrestada, en mayor o menor parte, por la frecuencia de prácticas con riesgo de transmisión.

No faltan iniciativas para mejorar la detección de la enfermedad; pero la prevención se enfrenta a una seria dificultad: llegar a grupos de población con mayor riesgo de infección, pero que no acuden a los hospitales donde se practican pruebas anónimas y gratuitas para detectar infecciones de transmisión sexual.

Una nueva estrategia médica

Además, entre los expertos crece la convicción de que es preciso replantear la lucha contra el sida, para incluirla en plataformas de servicios de salud integrales, combinando el VIH y otras infecciones. La lucha contra el virus de la inmunodeficiencia humana debería incluirse en programas sanitarios más amplios, que también se ocupen de las enfermedades conexas. Un estudio realizado por cerca de cincuenta expertos durante dos años, plantea ese cambio de paradigma en un número especial de la revista médica The Lancet.

Más allá del informe de ONUSIDA, que aboga también por combinar la prevención y la atención del VIH y la tuberculosis, estos expertos proponen la creación de servicios integrados que respondan al VIH y otras enfermedades que comparten rutas de transmisión, llegan a los mismos grupos de riesgo y a menudo coexisten en los pacientes. Esos servicios incluirían salud sexual y reproductiva, tuberculosis –es la principal causa de muerte de los pacientes con VIH: uno de cada tres casos–, hepatitis viral, drogadicción y trastornos mentales. Incluso, podría extenderse a enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión.

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