Pensar el progreso en las ciencias de la vida

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En el ámbito de la medicina y de las ciencias de la vida las noticias sobre nuevas posibilidades técnicas son a menudo ambivalentes. Los nuevos poderes sólo supondrán un progreso si contribuyen a elevar la dignidad humana. Pero muchas veces hay más perplejidades que respuestas. Por eso la reflexión sobre los problemas de bioética se ha convertido en un presupuesto indispensable para enjuiciar lo que es avance o no en las ciencias de la vida. Dentro de esta reflexión, tiene singular valor la aparición del primer manual completo de bioética, de nivel universitario, que se publica en España (1).

Bajo la dirección editorial de Aquilino Polaino-Lorente, catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense, han participado en la elaboración de esta obra veintisiete profesores, la mayoría de universidades españolas, italianas y chilenas.

El manual agrupa estas colaboraciones en tres partes. En la primera, dedicada a la fundamentación de la bioética, Aquilino Polaino estudia algunas cuestiones básicas (relación entre ciencia y conciencia; ética y ley natural; ética como propuesta, pretensión y proyecto) para después analizar el método y fundamentos de la bioética. Completan esta sección Tomás Melendo, que escribe sobre la dignidad de la persona, y Antonio Pardo, con una presentación crítica del punto de vista de las hipótesis secularistas en bioética.

La segunda parte, titulada «El valor fundamental de la vida humana», analiza las cuestiones éticas referentes al inicio y primer desarrollo de la vida: manipulación genética e intervención en embriones, trasplantes de tejido fetal, fecundación in vitro, diagnóstico prenatal, esterilización anticonceptiva, ética de la transmisión de la vida y medicina prenatal.

La ética, en primer plano

En la tercera parte, la más amplia, se aborda la ética en la práctica médica cotidiana, con estudios referentes a la denominada bioética clínica, como la relación médico-paciente, las relaciones interprofesionales de los médicos, historia clínica e informatización, el secreto médico, el ensayo clínico, la obligatoriedad de la asistencia al paciente, el consentimiento informado, la ética de la publicidad en biomedicina, los comités de ética hospitalaria, y las implicaciones éticas de la educación para la salud. Se añaden unos capítulos que abordan la ética en el término de la vida humana: atención al enfermo terminal, comunicación del diagnóstico, ética y suicidio, el sentido del dolor y del sufrimiento, y finalmente, la asistencia pastoral a los enfermos terminales.

El mero enunciado de los temas permite advertir la complejidad y vigencia de los problemas planteados. Como comenta Aquilino Polaino en la presentación del manual, las cuestiones éticas han pasado a un primer plano de la actualidad en todo el ámbito de la biomedicina. En la formación de los profesionales de la salud se echa en falta los criterios éticos que les ayuden a tomar las decisiones más adecuadas a cada enfermo, y ésta es muy primordialmente la finalidad del manual. «No parece que el avance de la medicina tecnificada, sin duda eficiente, pueda aportar alguna solución. Es el hombre -y no la tecnología- el que ha de salir al encuentro de estos problemas inquietantes, porque es también el hombre -únicamente el hombre- el que, olvidándose de ellos, se denigra a sí mismo o tratando de resolverlos hace crecer la estatura de su dignidad. El problema más acuciante de la medicina contemporánea no reside tanto en la innovación tecnológica de sus procedimientos como en el ‘rearme ético’ de sus profesionales».

Insuficiencia del utilitarismo

En la Introducción general, Carlo Caffarra expone los puntos centrales que se debaten actualmente en la bioética: cómo aplicar los principios generales de la ética a los nuevos problemas que se plantean en el ámbito de la vida. El autor rechaza la respuesta utilitarista, pues no vale meramente determinar qué solución clínica tiene una mayor utilidad, o qué consecuencias se derivan de ella. La validez de las normas de comportamiento ha de basarse en la dignidad del hombre como tal, en la verdad del hombre, como paciente o como médico: la ética debe enraizarse en una visión completa de la persona humana.

Esto exige que el especialista en bioética esté familiarizado, por una parte, con el estado actual de los conocimientos científicos, tal y como se presentan en el contexto clínico; y por otra parte, debe tener una amplia formación humanística y de filosofía moral, de manera que pueda juzgar con suficiente conocimiento de causa los hechos que al clínico se le plantean. Ignorar o renunciar a cualquiera de estas dos vertientes, forzosamente dejaría desamparada a la bioética. Las decisiones éticas no pueden quedar estrictamente en manos de la tecnología biológica, o de los investigadores y médicos: es preciso apelar a la ética, para determinar qué debe hacerse y qué no.

Pero, por otra parte, el especialista en ética, cuando emite sus juicios sin una formación suficientemente relevante y precisa de los avances técnicos en biología o en medicina, muy posiblemente también se equivoque, por no entender los términos reales del problema planteado. Es necesario, pues, un diálogo entre la ética y la biología.

El principio clave

La bioética se plantea, por tanto, como una parte de la ética. Es la propia filosofía moral que se aplica a un campo que la ciencia y técnica actual han desarrollado. No es un nuevo conjunto de principios o reglas útiles, sino la aplicación de esos criterios científicos a una serie de problemas particulares. Y como tal ética, necesita una metafísica que explique de qué forma la persona humana es fundamento de las valoraciones morales. El principio fundamental de la bioética que la metafísica descubre es el de la suprema dignidad de la persona humana sobre los otros valores humanos. Por esta senda puede encontrarse solución a los actuales problemas debatidos en la bioética, donde se contraponen en tantas ocasiones unos valores con otros, sin acabar de acertar en algunos casos con soluciones dignas de la persona.

Desde esa posición de reconocimiento del valor fundamental de la vida humana, los diversos especialistas que intervienen en este manual abordan las cuestiones concretas planteadas en la investigación biomédica sobre el hombre y en la práctica clínica cotidiana.

Al tratar sobre la manipulación genética y las intervenciones en embriones humanos, la posibilidad de transplantes de tejido fetal, las técnicas de reproducción artificial, el diagnóstico prenatal, etc., se realiza un notable esfuerzo por proponer soluciones que respeten el estatuto ético del embrión humano. «Es contrario tanto a los principios fundamentales de la Etica como a la doctrina de los derechos humanos -comentan Ignacio Carrasco y Jesús Colomo- que una instancia pueda arrogarse la facultad de decidir qué condiciones debe reunir un representante de nuestra especie para que le sean reconocidos sus derechos como ser humano. Los derechos fundamentales no son otorgados por otros: provienen de la naturaleza del mismo individuo, independientemente del grado de madurez, o de la edad, o de las capacidades, o de la raza, o de la calidad de vida, etc. Si un viviente es humano, nadie puede negarle el reconocimiento moral ‘porque no está suficientemente desarrollado’ en este o aquel aspecto. Se podrá discutir sobre las diferencias entre un hombre en estado adulto o en estado embrionario, pero, en uno y otro momento del desarrollo vital, deben ser respetados los derechos personales».

En la práctica médica de cada día

La bioética no se reduce a «problemas límite» planteados por el avance tecnológico, ni a casos más o menos clamorosos de los que se hacen eco los medios de comunicación en todo el mundo. Tiene que ver muy directamente con la práctica médica cotidiana, con la relación médico-paciente que plantea cuestiones éticas relevantes.

Se pide más, desde la ética, a los profesionales sanitarios, y existe de hecho en éstos una preocupación honda por acertar en la solución ética de los nuevos problemas planteados. Cómo establecer una relación entre médico y paciente que respete la dignidad de la persona y su autonomía; cómo guardar el secreto médico en un mundo informatizado; cómo realizar los ensayos clínicos en los campos pioneros de la investigación médica; cómo obtener el consentimiento informado de los pacientes y cómo comunicarles la verdad sobre su situación clínica; cómo humanizar la atención al enfermo terminal en ese periodo final de su vida. Son cuestiones que aparecen en todos los congresos y reuniones médicas de estos últimos años, y que afectan de modo muy directo a todos los profesionales del ámbito de la salud, y a toda la sociedad.

En la respuesta a estos interrogantes, en el sentido que se dé al dolor y al sufrimiento, en la forma de valorar la vida humana débil o imperfecta, está en juego en gran medida la humanización de la atención sanitaria, y la gran aportación que la medicina actual puede realizar en favor del progreso del hombre.

Francisco Javier León 
Director del grupo de Investigación en Bioética de Galicia

 


La ética y el término de la vida humana

En un capítulo del Manual de Bioética General, Lino Ciccione, profesor de Ética del Collegio Alberoni, de Piacenza (Italia), propone unos puntos de referencia sobre la posible regulación legal de la eutanasia por omisión.

1. Toda auténtica eutanasia, también la denominada pasiva, constituye siempre una gravísima violación del derecho a la vida. En consecuencia, cualquier intervención jurídica que pretendiera hacerla legítima, resultaría inicua y jurídicamente nula. En efecto, el Estado se arrogaría arbitrariamente el derecho de no reconocer a todos los ciudadanos el primero y fundamental derecho del hombre. (…) Tal vez alguno objete que nada de esto es válido en el caso de que el Estado se limitara a adherirse a los deseos y a la voluntad responsable y libremente expresados por algunos de sus ciudadanos. Pero tratándose de verdadera eutanasia, y no de rechazo del encarnizamiento terapéutico, igual que resulta moralmente reprobable la voluntad de suicidarse, lo es también ayudar al aspirante a suicida a llevar a término su propósito. El homicidio de una persona que consiente en él es y sigue siendo un delito, y el Estado se convertiría en cómplice y ejecutor del mismo a través de sus estructuras y del personal sanitario.

2. El auténtico encarnizamiento terapéutico siempre debe ser condenado desde el punto de vista ético. Como es sabido, su definición conceptual es sencilla. La más concisa, pero suficiente, es tal vez la que se contiene, casi como un inciso, en la Declaración en torno a la fase terminal de la enfermedad, adoptada por la Asociación Médica Mundial en su 35.ª Asamblea, en 1983: «todo tratamiento extraordinario, del que nadie puede esperar ningún tipo de beneficio para el paciente». Al respecto, la Asamblea afirma claramente: «El médico se abstendrá de cualquier encarnizamiento terapéutico» (n. 3,2). (…)

Las dificultades surgen en la esfera práctica: ¿dónde termina la obligada atención terapéutica y dónde comienza el encarnizamiento terapéutico? Junto a situaciones en las que resulta relativamente fácil determinar esta línea de demarcación, existen otras en las que la cuestión es muy ardua. Pero cada caso es distinto de los demás. (…) La única vía razonable y, por ende, capaz de ser recorrida éticamente, es la de una decisión del equipo médico que tiene a su cargo al paciente, madurada «de acuerdo con la ciencia y la conciencia», y en la que presida, como único interés, el del enfermo, considerado globalmente, en todas sus dimensiones.

¿Qué es lo que se trata de suspender? No cualquier intervención médica, sino sólo aquellas terapias intensivas que roban al enfermo la necesaria tranquilidad, lo aíslan de cualquier contacto humano con familiares y amigos, y acaban por impedirle que se prepare interiormente a morir en un clima y en un contexto verdaderamente humanos: cosa que, a estas alturas, es verdaderamente lo único importante para él. De ahí que, más que hablar de suspensión, deba hablarse de reducción o limitación de la terapia.

3. Límites que no pueden superarse en la reducción de las intervenciones médicas. Además de la terapias tendentes a calmar los dolores, existen otras intervenciones médicas que deben continuar en torno a quien muere. Se trata de aquellas que, bajo diversas denominaciones (curas ordinarias, curas mínimas, medios de supervivencia, etc.), tienden a asegurar a un organismo vivo los elementos esenciales para mantener la vida, hasta el punto de que su simple supresión es suficiente para causar la muerte de un sujeto sano, o afectado por una enfermedad no mortal. Se trata, en primer lugar, de la hidratación y la nutrición, suministradas incluso por vía parenteral; pero también deben considerarse de ese tipo curas completamente comunes y ordinarias, como la fleboclisis, transfusiones de sangre, inyecciones, etc.

Una ley que diera cabida a la suspensión de estas curas en relación con un enfermo, no sería ya una ley que impide el encarnizamiento terapéutico, sino una verdadera y propia pretensión de legitimar la eutanasia pasiva.

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(1) Aquilino Polaino-Lorente (director editorial), Manual de bioética general, Rialp, Madrid (1994), 490 págs., 6.000 ptas.

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