Para romper la «ley del silencio» sobre los riesgos de los alumnos

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El Ministerio francés de Educación acaba de presentar una Guía, dirigida a los profesores del sistema público de enseñanza, sobre la prevención de conductas peligrosas en los centros educativos. Apenas unas semanas antes, los alumnos de liceos se movilizaban por todo el país reiterando sus peticiones de octubre de 1998: menos alumnos por clase; más profesores; mejor distribución del tiempo; más participación en la vida de los centros; en definitiva, una enseñanza de calidad.

El déficit en lectura y lengua, y la crisis de disciplina en los colegios son dos temas especialmente preocupantes. También a la Ministra delegada para la enseñanza escolar, Ségolène Royal, le inquieta el incremento de la violencia, la droga y el alcohol en los centros educativos. Tiene mucho que ver con otra gran preocupación social, la seguridad ciudadana.

La Guía para prevenir conductas peligrosas ha sido elaborada por las autoridades educativas, con la colaboración de la Misión interministerial de lucha contra la droga y la toxicomanía (MILDT). Con la distribución de casi un millón de ejemplares, la Ministra considera rota la «ley del silencio».

En realidad, se trata de un problema clamoroso, que ha llevado las crónicas sobre enseñanza a las páginas de sucesos. Aumentan las borracheras, se trivializa el consumo de cannabis, aumentan los y las fumadoras, crece el uso de tranquilizantes y drogas de síntesis. La MILDT subraya que, en los últimos seis años, se ha producido un «enorme cambio de conducta entre los jóvenes». El fenómeno afecta a todos los liceos, aunque, contra lo que se piensa, el consumo de alcohol y drogas es inferior en las llamadas «zonas de educación prioritaria», situadas en las peores barriadas de las grandes ciudades.

La Guía pretende implicar a toda la comunidad escolar. Incluye informaciones sobre productos «psicoactivos» y sobre la prevención a partir de situaciones concretas. En cada caso se hacen recomendaciones sobre lo que no se debe hacer (ignorar la situación, eludir el diálogo, no procurar comprender, o caer en el conformismo que acepta todo), y sobre cómo conviene actuar. El texto aconseja movilizar a los implicados, tener en cuenta las fases de «fragilidad» propias de la adolescencia, hacer participar a los interesados en la «gestión de su estrés», contar con la medicina escolar, procurar que cada alumno tenga alguien con quien hablar.

A juicio de la ministra Royal, se está produciendo un cambio profundo en el sistema educativo: «además de transmitir conocimientos, que sigue siendo la primera misión de la escuela, la responsabilidad educativa incluye hacerse cargo del alumno en su globalidad». Ciertamente es así, con mayor motivo en una sociedad en la que, con demasiada frecuencia, gravitan sobre la escuela los problemas derivados de la dimisión de los padres ante la difícil tarea de educar a los hijos.

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