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Para que las humanidades no queden marginadas en la enseñanza

publicado
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Congreso sobre cultura y lenguas clásicas
Reformar nuevamente el sistema educativo en favor de las humanidades, abrir nuevas vías para estudiar la cultura y las lenguas clásicas, son los objetivos de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC), que ha organizado el IX Congreso Español de Estudios Clásicos en Madrid, del 27 al 30 de septiembre. En él, Francisco Rodríguez Adrados, miembro de la Real Academia de la Lengua y presidente de la SEEC, ha concretado las reformas que piden al Ministerio de Educación para sostener el estudio de la cultura clásica en la enseñanza media y ha recordado la defensa de las humanidades llevada a cabo por esta Sociedad en los últimos años.

Ante la tendencia a la extinción de las humanidades en los programas de estudio de la enseñanza media, algunas campañas de la SEEC han dado frutos. Entre otras cosas, logró que la Ley General de Educación de 1970 respetase el latín obligatorio en el 2.º curso de Bachillerato. El éxito ha durado varios años, hasta la última reforma, implantada por la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE): un tercer curso de tecnología ha ocupado, en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), el lugar del único curso preceptivo de latín. Y se han introducido diversas asignaturas técnicas no sólo dentro de las especializaciones, sino también en los estudios comunes, en los que disputa el campo a las Humanidades.

En la SEEC admiten que no han logrado todo lo que querían, pero se sienten satisfechos porque, sin ellos, las humanidades habrían perdido más terreno. Hasta ahora se ha mantenido la enseñanza del griego y del latín en el Bachillerato, aunque con fuertes restricciones. Y se ha creado la asignatura de «cultura clásica», algo impensable al comienzo de la última reforma educativa. En este sentido, Rodríguez Adrados reconoce que los últimos ministros de Educación han procurado mejorar el panorama que se intuía en los comienzos de la reforma: «Ha habido en el Gobierno, en algunos momentos, personas sensibles que han tratado de mitigar aquel impulso iconoclasta inicial».

Ahora es difícil cambiar la reglamentación, y gran parte del profesorado de lenguas clásicas tiene su puesto en suspenso. Si las reformas se completan, sobrarán en España entre 5.000 y 7.000 profesores de griego y de latín.

Corrientes del extranjero

Esto sucede en un momento en que, en otras naciones, se reintroducen las lenguas clásicas. «En todos los países de la Unión Europea -dice José Luis Navarro, vicepresidente de Euroclásica, una ONG educativa reconocida por la UE- hay una opción viable para estudiar lenguas clásicas, especialmente latín. En Bélgica, Holanda y Luxemburgo hay demanda de profesores de lenguas clásicas. En Francia vuelve el latín, aunque el griego sigue arrinconado. Y en bastantes países de Europa del Este, como Rumania, Croacia, Hungría y Checoslovaquia, no se ha roto la tradición secular de la enseñanza de latín. En Croacia los alumnos estudian seis años de latín y cinco de griego».

En Estados Unidos «está renaciendo el interés por el latín en la enseñanza media», explica Miroslav Marcovich, del departamento de Lenguas Clásicas de la Universidad de Illinois. Si bien aclara que en EE.UU. la cuestión es distinta a la de España, pues «allí muchos estudiantes de 15 a 18 años escogen latín para cumplir el requisito de lengua extranjera previsto en la enseñanza media».

Por un Bachillerato con más humanidades

Recientemente, la SEEC ha planteado al Ministerio de Educación algunas reformas que considera mínimas e imprescindibles para favorecer a la totalidad de la cultura española. En la enseñanza secundaria, propone dar a los alumnos un año obligatorio de cultura clásica, además de otro curso opcional y Latín opcional, con horarios suficientes. En el Bachillerato de humanidades y ciencias sociales, impartir dos años de latín y uno de griego obligatorios, con la opción de un segundo año de griego. En cuanto al examen de ingreso en la Universidad (selectividad), hacer una prueba obligatoria de latín a los alumnos que accedan a las facultades de ciencias humanísticas y sociales, e integrar el griego al menos como asignatura optativa.

Para hacer viables estas reformas, la SEEC considera imprescindible una nueva reforma de la LOGSE y de su reglamentación, de modo que se establezca un Bachillerato de al menos 4 años. Esto supondría reconvertir la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) en Bachillerato o establecer dos años de Bachillerato en paralelo con la ESO, previos a los que ahora existen.

Por lo que respecta a la Universidad, en 1992 el congreso de la SEEC planteó la necesidad de que el latín y el griego volvieran a ser materias comunes, con otras más de carácter humanístico, en las facultades que derivan de las de letras y no sólo en las facultades de letras. «Da pena contemplar -ha dicho recientemente Rodríguez Adrados- el bajo nivel en el conocimiento de los clásicos que tienen excelentes especialistas, incluidos los que vienen de facultades como Derecho, Económicas y Ciencias de la Información. ¿Qué puede esperarse después del Bachillerato que han hecho?»

«Una buena solución -añade-, solución parcial que han ensayado varios países, es la creación de institutos universitarios en los que, en horas compatibles, todos los universitarios y aun personas que ya han acabado su carrera, puedan recibir, voluntariamente, una formación humanística complementaria que muchos desean. El éxito de muchos ciclos de conferencias, aquí mismo en España, habla a favor de esta idea».

Recrear y superar los modelos clásicosEn el discurso inaugural del Congreso, Francisco Rodríguez Adrados mostró, entre otras cosas, cómo las humanidades pueden seguir siendo fuente de inspiración para el hombre y la mujer de hoy. Reproducimos algunos párrafos.

Un modelo no esclaviza. Sólo se lo busca cuando interesa, cuando los tiempos están maduros. Se utiliza para orientar la búsqueda, incluso para polemizar o ir más lejos. ¡Qué duda cabe de que, por ejemplo, la novela moderna fue más lejos que la antigua, y lo mismo la ciencia! Pero sin el modelo antiguo esto no habría sido posible. Así, las viejas humanidades educaron a los hombres individuales y educaron a los pueblos.

Crearon al tiempo una sensación de comunidad, una uniformidad cultural y una libertad, un estímulo. Nunca ataron nada, dejaron que el mundo marchara por vías diversas siguiendo unos modelos u otros, desarrollándolos de una manera o de otra. No obstaculizaron, tampoco, las vías de la práctica (de la política, por ejemplo), ni las de la ciencia. En ambos campos, como en otros más, suministraron igualmente modelos. Programas de búsqueda, diríamos.

El mundo nuevo era un mundo nuevo, pero era a la vez una nueva Roma, esto es lo que quiere decir «Renacimiento». No son cosas contradictorias. Y como Roma había sido a su vez, a partir de un cierto momento, una nueva Grecia, qué duda cabe de que el mundo nuevo era una nueva Grecia, que daba un impulso de libertad y con la que pactaba también el cristianismo. Porque hay muchas Grecias, y la cómica y la trágica y la epicúrea enlazaban mal con el cristianismo, pero la platónica y la aristotélica enlazaban mejor, ya desde antiguo. Hay muchas Grecias, muchas Romas y todas caben bajo el manto del humanismo.

Y había, por encima y por debajo de las diferencias y las discrepancias, un fondo cultural unitario, que venía de la antigüedad y del cristianismo. Igual sucedió cuando el mundo se amplió con el descubrimiento de América. Este vino de debates en torno a Ptolomeo. Y en latín escribió Colón y en latín fueron escritos los primeros libros que se imprimieron en América. Sobre las gramáticas latinas se escribieron las de las lenguas indígenas, ni más ni menos que la castellana de Nebrija. Los historiadores de la conquista competían con los de la antigua Roma. Y para los conquistadores, toda América estaba llena de mitos griegos.

El poso unitario de Occidente

Lo que queda de unidad en nuestro mundo, e igual en su expansión a otros continentes, viene de esa misma síntesis de humanismo y cristianismo, y de los fenómenos históricos que de ahí vinieron. Y lo que queda de común entre las distintas facultades de nuestras universidades, viene de ahí también. Y lo que queda de común en los géneros literarios de las distintas naciones y en sus escuelas de arte y de pensamiento, igualmente. Y lo que hay de común en el vocabulario de las lenguas europeas. Esa influencia se renueva todos los días: a veces, curiosamente, a través del inglés.

Pero hay un espectáculo paradójico, que tiene que ver con la fragmentación de los modelos educativos. Occidente absorbe todas las culturas; e incluso las que se le enfrentan en diversas partes del mundo viven abierta o vergonzantemente de la cultura occidental. Pero, de otra parte, negamos lo más característico y original de ésta: sus raíces antiguas. Son expulsadas, casi, de la enseñanza: sólo quedan de ellas ecos mínimos aquí y allá. Extraño espectáculo cuando vemos, en paralelo, cómo la India y los países árabes conservan amorosamente, como signo de identidad, sus antiguas culturas.

Desde la antigua Grecia hasta entrado nuestro siglo, la formación de los jóvenes ha sido predominantemente literaria y, dentro de esta característica general, ha sido predominantemente una formación en los clásicos. Era una formación humanística en el doble sentido ciceroniano: conocimiento de los grandes modelos literarios y desarrollo intelectual y personal derivado de ellos. Conocimiento del mundo del hombre, en suma: y con una visión no religiosa, aunque no necesariamente enfrentada a la religiosa, sino autónoma.

Se pensaba que esa formación era buena para los que fueran a dedicarse luego a diversas especialidades, como el Derecho, la Medicina o la ciencia en general, la política, los negocios. En Inglaterra, grandes administradores y políticos dominaban los clásicos. En Alemania, la formación en el Gimnasio clásico era la que abría máximamente las puertas. Sabios como Heisenberg u Oppenheimer habían comenzado por los clásicos. Algo queda de todo esto, aquí o allá, pero muy disminuido.

Las humanidades, en «ghettos»

Vino primero la competencia de la formación científica, a veces compaginada con la clásica, a veces ya independiente. Luego, los pedagogos y los políticos aliados suyos y los representantes de las nuevas humanidades (psicología, sociología, economía, pedagogía, etc.) han introducido las nuevas panaceas de la enseñanza generalizada de tipo muy elemental y de la enseñanza de unas humanidades modernas centradas, más que en otra cosa, en programas de acción.

Los clásicos son vistos, parece, como peligrosa pérdida de tiempo, como contrarios al nuevo ideal del ciudadano de mente aséptica, libre de las esperanzas y angustias humanas de que los clásicos están llenos. Algo se ha salvado de su enseñanza, aunque limitada a mínimos ghettos, convertida en una especialidad más.

Parece como si, para algunos, la historia no existiera ya, como si hubiéramos llegado a un presente definitivo, con sus certidumbres y reglas que abolen todo lo anterior. Pero, desgraciadamente, basta un vistazo a los periódicos o las televisiones para comprobar que el hombre y sus problemas no son tan distintos de lo que eran, y que los clásicos y sus visiones de ellos están vivos.

¿De qué sirve conocer a los clásicos?

Porque esta es la clave del problema: el conocimiento de los clásicos sirve para comprender el mundo humano, para extraer de él al tiempo la belleza, la esperanza, las enseñanzas que tanto precisamos. Esta es la clave de la vigencia de los clásicos: la universalidad de lo humano, que ellos reflejaron por primera vez en una forma que el tiempo ha dejado como ejemplar. Ese retrato vuelve a brotar periódicamente en las nuevas literaturas, claro está. Pero la antigua literatura grecolatina, si alguien sabe interrogarla, no ha perdido vigencia. No es dudoso que tiene riesgos e incertidumbres también: pero esto es connatural con el hombre.

Siguen siendo válidas porque el hombre sigue siendo el mismo. Y la literatura y la filosofía se refieren a las pasiones, los intereses, los prejuicios, los conocimientos de ese hombre que es el mismo. El día en que temas como el de la solidaridad familiar o el poder o la venganza o el valor o el honor o el amor no sean ya humanos, dejarán de ser actuales Homero o Sófocles o Virgilio.

Son todas esas pasiones las que aparecen al rojo vivo, en su estado primigenio, por así decirlo, sin velos ni disimulos, en los antiguos poetas y prosistas. Encarnadas en personajes que nos parecen distantes, que son míticos o prototípicos las más veces, se dibujan con mayor claridad.

Los géneros literarios son sustancialmente los mismos, aunque dentro de ellos puedan obtenerse cosas nuevas y extraordinarias: en la poesía, el teatro, la novela, por ejemplo. No sin luchar con los antiguos para imitarlos, criticarlos o superarlos.

Y la política es sustancialmente la misma que describen esos escritores. Los mismos sistemas, ya tiránicos, ya clasistas, ya democráticos. Los mismos problemas dentro de ellos. Los mismos conflictos entre individuo y sociedad, entre libertad y autoridad, entre moralismo y hedonismo, virtud y corrupción. La misma alternativa entre las revoluciones y los periodos pacíficos y conformistas, al menos en la superficie. La misma tensión entre idea y realidad. Los mismos impulsos nacionalistas e internacionalistas, agresivos y pacíficos.

El mundo de lo humano es infinito, inagotable. Crea siempre formas nuevas: imitando, recreando, combinando, penetrando con ojos nuevos la realidad. Pero el repertorio de formas básicas es limitado, el de las pasiones e intuiciones que se despliegan dentro de esa realidad, por compleja que sea, es limitado también.

El mundo antiguo, pese a todo, está bien vivo: en nuestra lengua, en nuestra literatura, en nuestro pensamiento, en nuestros edificios, en nuestro arte. Casi no lo vemos, si no ejercemos el conocimiento consciente y el análisis, porque es casi como nuestra piel. Los griegos somos nosotros, la lengua y culturas greco-latinas están vivas y bien vivas en las nuestras.

No ha cejado su influjo, aunque el descenso de los niveles de conocimiento de la Antigüedad va notándose cada día más. Aun así, conviene ver cómo el público agota las nuevas traducciones de los clásicos, que proliferan en nuestro país. Cómo la novela histórica de fondo greco-latino goza de popularidad; e igual los relatos del mito. Y el teatro y el cine de tema antiguo. Pero son contactos ocasionales, saltuarios, desorganizados muchas veces. La existencia de un círculo relativamente amplio de hombres formados en los clásicos y que se dedican a varias actividades, como los ha habido, es lo que necesitaríamos.

Hollywood y Eurípides: La cultura clásica en el cine actualVer segunda parte del servicio

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