Para avanzar en el derecho a la vida ¿Derrumbe o desafío a la ética tradicional?

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El primer derecho humano, el más condicionado
Para avanzar en el derecho a la vidaEn los cincuenta años transcurridos desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ha habido un notable progreso en el reconocimiento que las leyes y la sensibilidad social otorgan a estos derechos. Paradójicamente, el más básico de ellos, el derecho a la vida, es el que se encuentra más comprometido y sujeto a condiciones en su fase inicial y final. De ahí el interés de dos nuevos libros que, además de diagnosticar las causas de este retroceso, se plantean cómo repensar las bases filosóficas y jurídico-políticas para una cultura de la vida.

El derecho a la vida (1), obra editada por los profesores Massini y Serna, recoge ocho de trabajos de autores tanto españoles (Andrés Ollero y Pedro Serna) como extranjeros (Robert Spaemann, Vittorio Possenti, Georges Kalinowski, John Finnis y Carlos I. Massini). Su objetivo es justificar la existencia y alcance del derecho a la vida, ya que actualmente ese derecho no es algo de lo que se pueda «levantar acta», sino que debe ser defendido racionalmente ante el foro de la conciencia contemporánea.

El otro libro, Derecho a la vida y Estado moderno (2), del autor alemán Martin Rhonheimer, tiene como fin proponer una línea de argumentación capaz de introducir la doctrina de la Evangelium vitae en el actual contexto jurídico-político, fundamentalmente con relación al aborto y a la tutela de los no nacidos.

Derecho frente a fuerza

La actual situación cultural de Occidente con relación al derecho a la vida puede caracterizarse como un retroceso en el más básico de los derechos humanos. Y ello, porque anteponer la libertad de los fuertes al derecho de la vida de los débiles supone introducir el criterio de fuerza como patrón de la convivencia (Serna). Esta dicotomía entre Derecho y fuerza es quizá uno de los puntos centrales sobre el que giran cada una de las argumentaciones de los trabajos recogidos en estos dos libros.

Así, a juicio de Ollero, el conflicto básico latente en la polémica del aborto es el que enfrenta a la libertad de la madre con la vida del no nacido; en concreto, al alcance que se confiere a los derechos reconocibles a un sujeto. Si se entienden los derechos como derechos subjetivos en los que se nos tolera una arbitraria individualidad, la libertad autorizará a expulsar a cualquier «otro» que allane nuestra «privacidad», tratándolo como un invasor. Sin embargo, un derecho entendido de esta forma implica lógicamente una concepción general del derecho como recorte represivo de una libertad inevitablemente individualista, insolidaria y ociosa. Cuando, por el contrario, se entiende por derecho una dimensión del actuar humano, que lo hace capaz de ajustar el ejercicio de su libertad con el de sus iguales, se convierte en la expresión más elemental de una realidad: que «el hombre no comienza a ser humano cuando se ve aceptado por sus iguales, sino que deja de serlo cuando se niega a aceptar como igual a uno solo de ellos».

La dignidad humana no se vota

Como pone de relieve Spaemann, si la pretensión de pertenecer a la sociedad humana quedara al juicio de la mayoría, habríamos de definir en virtud de qué propiedades se posee dignidad humana y se pueden exigir los derechos correspondientes. Pero esto sería suprimir absolutamente la idea misma de derechos humanos; ya que éstos presuponen que todo hombre, por el mero hecho de ser hombre, puede hacer valer sus derechos frente a otros. Por ello, es esencial que para ser titular del derecho a la vida baste pertenecer a la especie homo sapiens, ya que de otro modo ese derecho quedaría en manos de la votación de los parlamentarios, la opinión dominante o la jurisprudencia mayoritaria.

De ahí que la ley civil, en el momento que se proponga prohibir e incluso castigar una acción como la del aborto, no lo hará para impedir una acción moralmente mala, sino para proteger la vida de quien, mediante tal acción, estaría amenazado de muerte, y por tanto privado de su derecho a la vida. Las razones que llevan al legislador a prohibir las acciones que prohíbe son razones políticas, explica Rhonheimer en su obra. Esto no quiere decir que no sean éticas. Lo son, pero pertenecen a un ámbito específico de la ética, referido al obrar humano cuyo objeto es el bien común político, en el que se comprenden las acciones de instituciones y de agentes públicos. El argumento para justificar una intervención legislativa a favor de la protección de la vida no nacida debe ser por fuerza un argumento político, o, mejor, jurídico-político, el cual, no obstante, implicará toda una serie de premisas de tipo biológico, antropológico y ético.

Del mismo modo, las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen radicalmente no sólo al bien del individuo, sino también al bien común (Rhonheimer). La negación del derecho a la vida, precisamente porque lleva a eliminar a la persona en cuyo servicio tiene la sociedad su razón de existir, es lo que se contrapone más directa e irreparablemente a la posibilidad de realizar ese bien.

Leyes que son falsos maestros

Por ello, la promulgación de leyes positivas que autorizan atentados contra el derecho a la vida difunden una enseñanza altamente perniciosa. Las leyes positivas injustas son falsos maestros (Finnis).

A juicio de Serna y Spaemann, la causa fundamental de esta crisis del derecho a la vida ha de situarse en el eclipse de la vigencia social de la idea de absoluto. De ahí que no es una casualidad que tanto Nietzsche como Marx hayan caracterizado la dignidad sólo como algo que debe ser construido y no como algo que debe ser respetado.

Como pone de relieve Serna, la defensa de los derechos humanos y la lucha por su implantación han revestido siempre los rasgos de una utopía. Esto lleva a que su avance exija modificar modos de pensar y actitudes sociales, para abrirse camino desde el reconocimiento minoritario hasta alcanzar el consenso de la comunidad. Renunciar a la utopía, en este caso, significaría conducirnos por el camino de la insensibilidad.

La línea de pensamiento que se advierte en los dos libros reseñados hace gala de no pactar con «ajustes parciales», y fundamentar sus posiciones desde un «pensamiento fuerte», orientado al fondo de los asuntos.

Este rasgo, junto a la complementariedad de perspectivas desde las que es abordado el derecho a la vida (que van desde los fundamentos mismos de la noción de persona y de dignidad humana, hasta la concreción constitucional de este derecho, pasando por la elucidación del derecho a la vida como derecho humano y objeto de la justicia), hace que se aborde la cuestión sobre el derecho a la vida sin miedo a «hablar sobre lo esencial».

Luis M. Cruz¿Derrumbe o desafío a la ética tradicional?Peter Singer, autor muy conocido en el ámbito de la bioética, acaba de publicar un nuevo libro, Repensar la vida y la muerte (3), que lleva un subtítulo bastante significativo: «El derrumbe de nuestra ética tradicional». Con una estudiada y parcial selección de casos médicos y decisiones judiciales, Singer sostiene que está en crisis la ética que postula el valor intrínseco de la vida humana. Si el diagnóstico de las incoherencias y contradicciones (prácticas y teóricas) es a veces certero, su terapia deja que desear.

Nacido en Melbourne (Australia), en 1946, Singer estudió en la Universidad de esa misma ciudad y en Oxford. Ha impartido clases en Oxford, Nueva York, Colorado, California y La Trobe. Actualmente es profesor de Filosofía y vicerrector del Centre for Human Bioethics de la Monash University, en Melbourne.

Se ha dado a conocer mundialmente por sus libros Animal Liberation -presentado como «la Biblia de los derechos de los animales»-, How Are We To Live?, Ética práctica y Democracia y desobediencia. En ellos ha planteado ya la mayoría de las cuestiones que trata en este nuevo trabajo, tan controvertido y polémico como los anteriores. Peter Singer sostiene que «no seremos capaces de abordar convenientemente temas básicos como la muerte, el aborto, la eutanasia o los derechos de los animales hasta que no nos olvidemos de la vieja moral y construyamos una nueva, fundamentada en la compasión y el sentido común».

El sentido común del que habla Singer no se basa en argumentos racionales ni en la elaboración filosófica de una nueva ética, sino en una presentación activa de su «ética práctica», mezcla de utilitarismo -aunque él no se considere entre los utilitaristas- y de cientificismo radical.

Singer no critica sólo a los defensores de la dignidad de la vida humana frente al aborto, la manipulación con embriones o la eutanasia, sino también a los «tibios» que no llevan hasta el final las consecuencias de un cambio inevitable, y que, según el autor, son mayoría en la sociedad occidental.

El autor sabe que está contra la mayoría. Pero parece sentirse a gusto en esa posición de «profeta» de unos tiempos nuevos que molestan tanto a lectores «tradicionales» como a «progresistas».

Peter Singer ilustra los capítulos de su libro con acontecimientos, decisiones médicas, sentencias jurídicas, que -según su parcial visión- demuestran que se han desdibujado los límites científicos acerca del comienzo y del final de la vida humana. No le falta parte de razón. Pero omite los hechos, decisiones judiciales, legislación o argumentos que se oponen a su teoría. Tampoco aduce argumentos elaborados: simplemente escoge los datos que le interesan, seguro de que el futuro acabará confirmando sus tesis.

Humanos sin derecho a la vida

En la cuestión del aborto, considera indudable que el embrión y el feto son seres humanos -frente a las teorías de los pro-abortistas-, pero no por eso dice que estos seres tengan sin más derecho a la vida. No le parece mal que se usen embriones para experimentación o investigación.

También discute la generalizada definición de muerte cerebral que, para él, no es una correcta determinación científico-médica del final de la vida humana. Algunos autores defienden ahora que no es necesario esperar a la comprobación de la muerte de todo el cerebro para determinar la «muerte cerebral». Bastaría probar que la corteza cerebral está dañada de modo irreversible. Singer opina que la definición de muerte todavía aceptada (por cierto, no unánimemente) es un remiendo para mantener la vieja ética, que no permite trasplantar órganos de un individuo aún vivo. Según la nueva ética, que en este caso sigue una propuesta del Consejo de Ética danés, un ser humano en estado vegetativo, si ya está en un proceso irreversible, no tiene derecho a que defendamos su vida.

Todas las decisiones médicas, por tanto, se deberían tomar atendiendo a la calidad de vida futura del paciente, y deben restringirse o anularse, si esa calidad de vida no va a ser buena. Pero se podría preguntar: ¿quién dictamina sobre la suficiente calidad de esa vida? Según Singer, para eso está el criterio de los médicos y lo que la sociedad defina. Así, sería buena desde el punto de vista ético la eutanasia de los niños nacidos con malformaciones o síndrome de Down, la utilización para trasplantes de los niños anencefálicos -que nacen sin cerebro y sólo sobrevivirán horas o días-, o la aplicación de diagnóstico prenatal para abortar.

Los cinco nuevos mandamientos

Conforme a sus ideas, Singer procede a «la reescritura de los mandamientos». El primero es reconocer que el valor de la vida humana es variable, en lugar de considerar que toda vida humana tiene el mismo valor. Frente a la «vieja» obligación de no suprimir nunca intencionadamente una vida humana inocente, estaría la de tomar decisiones en torno a la vida y la muerte de seres que sí son humanos -aborto del feto, eugenesia postnatal, enfermos en coma, etc.-. En lugar del «nunca te quites la vida e intenta evitar siempre que otros se quiten la suya», habría que respetar el deseo de vivir o morir de una persona, sin distinguir entre medios proporcionados o desproporcionados: todo es igualmente eutanasia y está bien. En vez de «creced y multiplicaos», Singer diría: «Traed niños al mundo sólo si son deseados». Finalmente, el quinto nuevo mandamiento consiste en no discriminar por razón de la especie a ningún ser vivo que pueda sentir dolor y placer, con la previa renuncia a distinguir entre animales humanos y no humanos.

Un pobre concepto del ser humano

En definitiva, no existe una diferencia fundamental, esencial, entre el hombre y los animales, salvo esa capacidad de comunicación más elaborada. El hombre es un puro ser material, un animal, aunque más evolucionado. Tampoco existen absolutos morales o derechos del ser humano a los que deban adecuarse la sociedad y la legislación para ser justas. Un ser humano no tiene derecho a la vida por el hecho de existir, sino sólo por ser autoconsciente, con capacidad de comunicación y estar aceptado socialmente. Se borra toda distinción entre el hombre y los animales, pues «todo ser vivo capaz de sentir placer o dolor es persona», no sólo el ser humano. Por tanto, no está mal acabar con una vida humana en su inicio o vejez, si se dan determinadas circunstancias. Y está muy mal utilizar animales adultos para investigación, etc.: un animal adulto tiene más derecho a la vida que un ser humano aún no adulto.

De hecho, en nuestra civilización ya estamos actuando así: permitimos el aborto y, de modo indirecto, la eutanasia; sin decirlo, aplicamos el diagnóstico prenatal para evitar que nazcan niños con malformaciones, etc. Si obramos así y «nos va bien», lo mejor es que declaremos con claridad que está bien, que es éticamente correcto.

Peter Singer lleva hasta sus últimas consecuencias los principios de una ética utilitarista, que ha renunciado a lo constitutivo de la ética: afirmar y defender los bienes y valores que deben regir la conducta humana. Parte de una antropología que también ha dejado de serlo, pues el hombre es un animal desarrollado, pero sin diferencias específicas ni trascendencia.

Singer es un buen diagnosticador de los puntos débiles de la lógica que lleva consigo una civilización materialista como la nuestra; pero es mal médico. Su tratamiento es declarar como saludable la propia enfermedad y renunciar a elevar éticamente a la propia humanidad. Es cierto que los nuevos descubrimientos científicos están desafiando a la ética tradicional. Pero no la han derrumbado, sino que, al contrario, la hacen profundizar en el sentido de la vida, las enfermedades y la muerte. Cada vez con más fuerza se opone al utilitarismo práctico una ética personalista, que confía en el ser humano, que considera esencial la norma ética del respeto a toda vida humana, sin posibles categorías. Es una ética universalizable y humanizadora que proclama la dignidad de todo ser humano por el hecho de serlo. Solamente así lograremos una civilización a la medida del hombre.

Francisco Javier León CorreaFrancisco Javier León Correa es director del Grupo de Investigación en Bioética de Galicia._________________________(1) C.I. Massini y P. Serna (eds.). El derecho a la vida. EUNSA. Pamplona (1998). 293 págs. 1.700 ptas.(2) Martin Rhonheimer. Derecho a la vida y Estado moderno. A propósito de la «Evangelium vitae». Rialp. Madrid (1998). 108 págs. 1.000 ptas.(3) Peter Singer. Repensar la vida y la muerte. El derrumbe de nuestra ética tradicional. Paidós. Barcelona (1997). 255 págs. 2.500 ptas.

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