·

Novelas de aventuras fantásticas

publicado
DURACIÓN LECTURA: 11min.

Cualquiera que se asome hoy a las librerías verá que son numerosas las series de literatura infantil y juvenil de aventuras fantásticas. Muchos autores y editores se han embarcado en una carrera por intentar ser los primeros en llegar los segundos o los terceros, detrás de «Harry Potter», en el caso de los libros infantiles, o de «El Señor de los anillos», en el caso de los juveniles. Y las agencias literarias y las editoriales más poderosas no se conforman con un solo producto y ponen varios en liza.
Tal planteamiento significa dos cosas: prisa por escribir y por publicar; y calma y tiempo por delante para planificar las campañas de lanzamiento (y en algunos casos, para gestionar el rodaje de las películas antes de terminar el libro).

Esto indica que sus autores tienen una conciencia clara de que sus libros son unos productos para el consumo, que han de ser confeccionados y promocionados con criterios comerciales. El arte ya no está en la escritura sino en el «marketing», al que sólo importa el resultado de que los nuevos libros gusten a los miles de lectores atrapados antes por unos argumentos supuestamente parecidos.

Esquemas y rasgos

El esquema de todas estas series es el mismo: a unos protagonistas huérfanos (o casi) se les pone por delante una misión; pronto ven que no les faltan recursos para cumplirla; probablemente descubren que algunas profecías anuncian enigmáticamente su futuro triunfo; en el camino deben resolver algunos acertijos y enigmas y, de paso, averiguar qué misterios hay en su pasado.

Algunas condiciones formales de su confección, aparte de que a veces se busque una mezcla de géneros que diferencia la historia de otras anteriores, son:

— Sentido narrativo. Se trata de dar a la trama una estructura que se apoya en personajes con gancho, y luego llevar a buen paso al lector y no perderlo, no dejarle pensar mucho pero a la vez ser claro.

— Alarde imaginativo. El reto es inventarse paisajes y personajes singulares y describirlos hasta en sus más mínimos detalles. Es como si los autores quisieran demostrar que son capaces de hacer más o menos creíbles los seres y lugares más asombrosos. Eso sí, como no hay forma de mantener esto, llega un momento en que sólo se puede recurrir al adjetivo más común: era un paisaje bellísimo, por ejemplo, y que cada uno imagine lo que pueda.

— Sentimientos en conflicto. Con frecuencia son confusos y los choques no están bien resueltos, aunque cualquiera reconozca que no hay experiencia que sirva para orientarse en medio de continuas situaciones límite tan extravagantes.

— Construcción cinematográfica. Es necesario no perder de vista la futura posible película. Han de abundar los diálogos rápidos y las descripciones visuales. Debe haber peleas espectaculares donde sucederán cosas imposibles que ya los efectos especiales nos mostrarán en toda su riqueza. No han de faltar episodios con el clásico «suspense» de saber si los héroes llegarán o no a tiempo… (Por eso, entre los escritores de libros infantiles hay cada vez más que son o que fueron guionistas de series de televisión).

— Extensión. Escribir con prisa significa no tener tiempo para podar y pulir, y eso implica longitud. Las cosas se pueden ver de otro modo también: algunas tareas son una innecesaria pérdida de tiempo cuando uno no aspira a pasar a la historia de la literatura y esta es su ocupación porque de alguna forma hay que ganarse la vida.

— Secuelas. Esto es como una maldición. Autores que podrían escribir buenas novelas se ven atrapados por la espiral en la que han entrado: sea por la necesidad de cumplir plazos o sea por el deseo de triunfar y ganar dinero. Libros que podrían ser buenos están mal terminados y además la historia sigue y sigue, pues (como la literatura de folletín y el cómic descubrió hace mucho) es sabido que muchos lectores no leen libros sino personajes.

Estructura narrativa poco sólida

Aunque se cuente con que los lectores que son pequeños hoy progresen con la serie y esta vaya cambiando de signo, las hay netamente infantiles y otras claramente juveniles. Las primeras vienen a ser como películas de dibujos animados, algo que no importa mucho con tal de que todo esté bien escrito y más o menos bien resuelto. En las segundas es donde se aprecia más la factura que pasa la prisa: abundan las faltas de rigor y las simplificaciones abusivas, la estructura narrativa es poco sólida, con frecuencia se afirman estupideces con aires solemnes, en algunos casos también se recurre al tironcillo erótico.

Hay autores sin la necesaria preparación -literaria, intelectual y vital- para dar solidez a los mundos interiores de sus personajes, o para que las consideraciones morales propias de situaciones extremas tengan un mínimo de coherencia. Ejemplos claros de inconsistencias de este tipo se ven en «Eragon» y «Eldest».

Ha de quedar claro que los héroes se juegan cosas importantes. Eso da solemnidad al lenguaje y conduce a los escritores a convertir los relatos en libros de autoayuda untuosa. Así, abundan los mensajes tipo «déjate guiar por el corazón», «debes encontrar el camino invisible», etc. (Aquí resuena «El principito»: «lo esencial es invisible a los ojos»…) Pero se ve que no hay claridad mental en quien lo dice y en quien lo escribe. Véanse las «Memorias de Idhún» o, más aún, «Grimpow».

Es patente la búsqueda de la conexión con los éxitos del momento o, si se quiere, con todo ese público que ha consumido antes triunfos novelísticos como «El nombre de la rosa», «Los pilares de la tierra», «El Código Da Vinci»… Así, abundan las sociedades secretas, los enigmas ocultos, los enemigos fantoches, etc.

En fin, no es extraño que algunos lectores jóvenes se sientan insultados y reaccionen con desprecio cuando alguien va y les regala un libro de estos y les dice que es literatura juvenil.

Fantasía en serio

En general, merece ser destacado que la lectura de novelas tan extensas es una inmensa pérdida de tiempo, mayor aún cuanto menor es el mérito literario y cuanto más inconsistentes son algunas tesis de fondo.

Incluso en el caso de obras de fantasía bien escritas, habrá lectores que tengan esa misma sensación de desperdicio de tiempo, sobre todo cuando uno piensa en tantísimas cosas excelentes que se pueden leer. Al menos, a mí me ha pasado con un relato tan trabajado en todos sus detalles como «Jonathan Strange y el señor Norrell», de Susanna Clarke, pero en este caso hay una seria intención y un buen trabajo literario. Y también me ha cansado una obra bien escrita y armada como «La conspiración de Merlín», pues aunque su autora, Diana Wynne Jones, sea para mí la mejor escritora actual de fantasía, creo que se pasa de vueltas y que con ella no añade nada a su serie de «Los mundos de Chrestomanci».

Ahora bien, estas dos obras, que aunque no responden al esquema de las series a las que me refiero sí comparten género y motivos con ellas, son útiles para notar la diferencia que hay entre buenos escritores y escritores apresurados, entre ficciones que intentan contar bien una historia sin más y otras con aires magisteriales.

Construir una novela de fantasía en serio, con pretensiones de que la lea un adulto y no se ría, requiere un gran talento literario: como el de Tolkien en «El Señor de los anillos» o, algunos escalones por debajo, como el de Ursula Le Guin en «Un mago de Terramar». Por eso, los autores inteligentes que lo saben pero no están dispuestos a ir por ese camino, optan por los relatos frívolo-irónicos que se toman a broma todo el mundo de fantasía estúpido propio de las series de moda: es el caso de Terry Pratchett o de Walter Moers.


Breve comentario a algunas obrasGrímpow: el camino invisibleRafael ÁbalosMontena. Barcelona (2005). 551 págs.

En una estrafalaria Edad Media, el protagonista recibe unos conocimientos especiales y se une a la lucha de una gnóstica sociedad secreta que quiere acabar con «el oscurantismo religioso y fanático» de una Iglesia católica que predica la guerra y persigue a los sabios. Todos los personajes hablan igual. Los acentos, a veces poéticos, son muy artificiales: el negro manto de la noche les cubría, el cielo estaba pigmentado de estrellas, cosas así. Es morosa porque el peso está en las pretenciosas reflexiones que, además, al formularse solemnemente y con aires de gran descubrimiento, suenan ridículas. Los enigmas y acertijos son muchos y todo acaba siendo absurdo. Literariamente resulta incomprensible tanta promoción.

Sangre de tintaCornelia FunkeSiruela. Madrid (2005). 672 págs.

Superflua continuación de «Corazón de tinta». Mejor hubiera sido una sola y buena novela: la escritora tiene talento y podría…

TríadaLaura GallegoSM. Madrid (2005). 766 págs.

Continuación de «La resistencia». El entusiasmo de la autora por Paulo Coelho lastra sus obras: sus relatos ganarían sin las frases grandilocuentes y los comentarios enfáticos. Le sobran páginas y tiene defectos de redacción. Además, resulta difícil creerse los conflictos sentimentales de alguien que resulta ser mitad unicornio-mitad humano, o mitad dragón, o mitad serpiente alada… En fin. No creo que sea la edad.

Los caminantes del mar (Serie)Kai MeyerEdiciones B. Barcelona (2003 y 2005).

De momento, dos novelas: «Capitanes del Caribe», «Rumbo a las tinieblas». He leído sólo la primera: una mezcla de novelas clásicas de piratas con una fantasía desbocada, cuyos protagonistas son unos chicos que pueden andar sobre el agua y a los que se llama renacuajos. Hay plantaciones en las que trabajan espectros y piratas sorprendentes. Se ve que la escritora es experta: cuenta bien, maneja con soltura su material… Pero todo me ha parecido excesivo.

EldestChristopher PaoliniRoca Editorial. Barcelona (2005). 831 págs.

Sólo para los adictos. Continuación de «Eragon», tiene sus mismas cualidades y defectos. Abundan las altisonantes frases vacías tipo «encuentra la paz en tu interior y deja que tus acciones fluyan desde allí», aunque las hay más graciosas todavía.

El ojo del GolemJonathan StroudMontena. Barcelona (2005). 442 págs.

Continuación de «El amuleto de Samarkanda». Ambas son las mejores novelas de este grupo, pues cuentan con Bartimeo, un personaje que, al menos, uno no se arrepiente de haber conocido. Y es que su autor tiene el talento de dar a sus relatos el punto de ironía que los hace soportables. Con todo, y como a todas las anteriores, le sobran varios cientos de páginas (sí, he escrito cientos).

Las extraordinarias aventuras de Alfred KroopRick YanceyKailas. Madrid (2005). 320 págs.

Aventuras artúricas ambientadas hoy. La voz narrativa es graciosa, el contraste entre la forma de hablar de un chaval de ahora y la de un caballero medieval da lugar a golpes que a veces son excelentes, pero la historia se disparata bastante según avanza. Contiene algunos tacos innecesarios. De todas formas, siempre se lee mejor un relato con acentos de farsa y persecuciones de «thriller» que narraciones enfáticas y solemnes como algunas de las mencionadas antes. Y una observación: cuando un autor, en una novela de fantasía de esta clase, habla de «rezar», de «cielo», de «infierno», se ve que no sabe qué conceptos está manejando.

La materia oscura (Trilogía)Philip PullmanEdiciones B. Barcelona (2004).

Esta obra, publicada hace varios años, situada en un nivel literario superior a las demás series, es importante porque precede a buena parte de los relatos de fantasía de los últimos años, y porque también es un intento de construir una novela de teología-ficción con una tesis claramente anticristiana.

El parque prohibidoAndrés IbáñezMontena. Barcelona (2005). 296 págs.

Niños que entran en un parque misterioso para llegar junto al llamado árbol Bo, que concede todos los deseos. Obra bien escrita en esa línea de Pullman, heredera también de «La historia interminable» de Michael Ende, con referencias cultas y recetas que recuerdan al «guerrero de la luz» que promueve Paulo Coelho. El autor tiene una neta intención pedagógica, que se acentúa en una conversación sobre Dios en la que se viene a decir que Dios es a la vez todo y nada; y en la nueva versión de la escena del árbol del bien y del mal donde se redibuja de modo amable al diablo y se deduce que comer la manzana prohibida proporciona una nueva sabiduría.

Molly Moon (Serie)Georgia ByngSM. Madrid (2002, 2003 y 2005).

Leí el primero. Me pareció penoso y ni he considerado la posibilidad de leer los dos siguientes.

Artemis Fowl (Serie)Eoin ColferMontena. Barcelona (2004, 2005 y 2006).

Leí los dos primeros. Mezcla de ordenadores y mundo mágico, un protagonista que al principio es egoísta y va cambiando. Eoin Colfer es gracioso y tiene un don para los diálogos rápidos y contundentes, con formato película de acción. Pero, sinceramente, no acabo de soportar bien que una pequeña elfa charle como si fuera Bruce Willis.

La profecía del Gris y La profecía de la Destrucción (Serie)Suzanne CollinsAlfaguara. Madrid (2004 y 2005).

Leí los dos primeros. Serie que cabe calificar de infantil. Está bien construida, se hacen consideraciones interesantes, tiene algunos personajes conseguidos.

La colina de los trollsKatherine LangrishAlfaguara. Madrid (2004). 240 págs.

Como cuento de hadas nórdico, es poco consistente.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.