No cualquier familia sirve a los niños

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La idea de equiparar las uniones de hecho con el matrimonio se basa en la idea de que, a fin de cuentas, los niños pueden criarse bajo cualquier forma familiar. Pero los datos no avalan esta pretensión. La provincia canadiense de Québec ostenta el récord en cuanto a uniones de hecho, divorcio y familias «recompuestas». Un reportaje de Louise Gendron en L’Actualité (VII-94) refleja algunas de las consecuencias.

Esta casi desaparición del matrimonio «de blanco, ante Dios y ante los hombres» tiene sus consecuencias. Nicole Marcil-Gratton, demógrafa de la Universidad de Montréal, ha estudiado la evolución de la situación familiar de los jóvenes de Québec nacidos en 1971, 1981 y 1989. Y ha descubierto que la probabilidad de que un niño crezca con sus dos padres depende directamente del estatuto marital de éstos. No sólo las uniones de hecho son menos duraderas que los matrimonios, sino que la tasa de supervivencia del matrimonio en el que uno de los cónyuges ha cohabitado antes es mucho más débil.

«Un niño nacido de un matrimonio, pero en el que uno de los padres ha vivido antes en unión de hecho, corre un riesgo tres veces mayor de que sus padres se hayan divorciado incluso antes de que él vaya a la escuela», dice ella, echando mano de las estadísticas.

Todavía están peor los hijos cuyos padres no se han casado: el 43% de los niños de 11 a 13 años han visto que sus padres se separaban antes de que ellos tuvieran seis años. Y más de uno de cada tres niños nace ahora de parejas no casadas.

Si la tendencia se mantiene, menos del 45% de los niños de hoy llegarán a los 16 años viviendo con sus dos padres. La mayoría de los niños habrá vivido un tiempo sólo con uno. Un tiempo sólo, pues más de las tres cuartas partes de las personas separadas vuelven a vivir en pareja en plazo más o menos breve (2,7 años los hombres y 4,9 años las mujeres).

Pero las familias «recompuestas» son todavía más frágiles que los primeros matrimonios. A menudo duran sólo el tiempo necesario para tener otro hijo. De ahí un segundo episodio de familia monoparental, seguido a veces de una tercera unión.

¿Resultado? Hijos con una infancia que se parece a una carrera de obstáculos: tres familias, dos episodios a cargo de un solo padre, algunos hermanastros y hermanastras, varios traslados de casa, y todo esmaltado de innumerables disputas, de numerosos cambios de escuela y de régimen de custodia. ¿Nos puede extrañar que no lleguen a la edad adulta seguros de sí mismos y frescos como rosas?

Los matrimonios tradicionales se divorcian mucho menos, recuerda Nicole Marcil-Gratton. No porque la ceremonia, el vestido blanco o el contrato firmado les hagan inmunes. Sino porque se trata probablemente de gentes que, fieles a ciertos valores, tienen un poderoso sentido de las responsabilidades.

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