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Nigeria: ¿un buen presidente salido de una elección fraudulenta?

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Lagos. La decisión judicial que la semana pasada declaró válidas las elecciones presidenciales nigerianas de 2007 no legitima los resultados ante la opinión pública. Umaru Yar’Adua es el actual presidente de Nigeria gracias a un fraude electoral masivo que mereció la condena de todos los observadores internacionales. Los dos principales candidatos opositores, que demandaron que se anulase la votación, han dicho que recurrirán al Tribunal Supremo. Sin embargo, hoy muchos nigerianos prefieren que las cosas queden como están, por temor a que el país se desestabilice y ante la comprobación de que Yar’Adua ha resultado ser un buen presidente.

Yar’Adua se convirtió en el delfín del anterior presidente, Olusegun Obasanjo, cuando este no consiguió cambiar la Constitución para acceder a un tercer mandato y prefirió apartar al candidato obvio, su vicepresidente Atiku Abubakar, para que no le hiciera sombra. Yar’Adua parecía un hombre manejable, destinado a ser presidente de paja, que permitiría a Obasanjo seguir mandando entre bastidores, valiéndose de su dominio del Partido Demócrata Popular (PDP).

Esta impresión quedó reforzada durante la campaña electoral, a la vista de la mala salud y el poco entusiasmo de Yar’Adua para conquistar votos. Parecía un peón a su pesar en una partida de ajedrez político que jugaba otro.

Pero tras su toma de posesión, en mayo de 2007, Yar’Adua ha ido paulatinamente mostrándose como un verdadero presidente, que no es un títere de poderes en la sombra. Contra todas las expectativas, sus actuaciones y declaraciones han infundido esperanza en muchos nigerianos, en especial con la repetida invocación del “imperio de la ley”, que ha venido a ser como su lema presidencial. En distintas alocuciones públicas, Yar’Adua ha recalcado que los problemas de Nigeria solo podrán resolverse si la limpieza de la casa se empieza por arriba: por el gobierno y la clase dirigente. Cuando los que tienen responsabilidades de gobierno comiencen a obedecer la ley, como consecuencia natural, los que están en los escalones inferiores harán lo mismo.

Y la ley ha empezado a aplicarse a los poderosos. Cuando el Tribunal Supremo dictaminó que el gobernador de un estado detentaba el puesto, inmediatamente Yar’Adua anunció que haría cumplir la sentencia, y así fue. Aquello supuso un refrescante cambio con respecto a la época de Obasanjo, que acostumbraba obedecer solo los fallos que le interesaban.

Pero faltaba por ver si Yar’Adua permitiría el procesamiento de James Ibori, el anterior gobernador del estado del Delta, donde se encuentran los más ricos yacimientos petrolíferos del país. Ibori pagó la campaña de Yar’Adua, naturalmente no con su dinero, sino con fondos detraídos de las arcas públicas, y todo el mundo lo sabía. Pero también en este caso Yar’Adua cumplió su palabra de combatir la corrupción, aunque con notable demora. Ibori fue detenido antes de Navidad.

Los tribunales siguen anulando elecciones amañadas en distintos estados, y Yar’Adua sigue haciendo cumplir las sentencias. Hasta ahora se ha revocado la elección de seis gobernadores, de los que dos ya han sido sustituidos por los legítimos, y los otros cuatro están pendientes de apelación.

¿Será Umaru Yar’Adua el nuevo amanecer que Nigeria esperaba? El tiempo lo dirá.

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