«Muchos jóvenes huyen del matrimonio por un egoísmo que es fruto del miedo»

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Marta Brancatisano, autora de La gran aventura

«Muchos jóvenes huyen del matrimonio por un egoísmo que es fruto del miedo»

Roma. ¿Se puede considerar algo tan serio como el matrimonio, la familia, como una aventura? Marta Brancatisano, con más de 30 años de matrimonio y 7 hijos, es conocida en Italia por sus intervenciones en medios de comunicación como especialista en temas de familia y educación sexual. Y no es casualidad que los editores españoles hayan elegido el sugerente título La gran aventura (1) para su libro Fino a la mezzanotte di mai. Porque de eso se trata. O al menos así lo ve su autora y lo consigue transmitir.

Marta Brancatisano vive en Roma con su familia. Siendo estudiante conoció a su marido, con quien se casó muy joven. Se licenció en la Universidad de La Sapienza de Roma en 1968. Han tenido 7 hijos (dos hombres y cinco mujeres) que hoy cuentan entre 30 y 17 años. Desde hace varios años se dedica a la investigación pedagógica y a dar cursos de orientación familiar en Roma. La gran aventura es su segundo libro, tras Mi porterà a ballare, un ensayo sobre cómo hablar a los hijos de Dios. Este año publicará su tercera obra.

Marta Brancatisano

Aunque la elección del título en español de su último libro haya sido especialmente acertada, no puede decirse lo mismo de la portada. Es una pena, porque esa rosa tan rosa que cubre toda la cubierta hace pensar en un contenido romanticón, más cercano a las novelas cursis o a los tratados antiguos del tipo «cómo ser femenina». Nada más lejano a la realidad. Brancatisano tiene el mérito de contar con un estilo cercano, actual y realista de qué va eso del matrimonio y de la familia. Desde la experiencia y el sentido común, sin echarle teorías. Y por eso el resultado es tan atractivo, incluso aunque el lector pueda discrepar en algunos puntos.

Egoísmo por temor a sufrir

– En el libro dices que la verdadera felicidad es aquella que vale todo lo que cuesta. ¿Piensas que es posible identificarla?

– Yo pienso que no hay un termómetro que pueda medir esto con exactitud, pero estoy segura de que cada uno de nosotros -siempre que haya «renunciado»- reconoce esa clase de felicidad cuando le pasa cerca. Esto es algo importante, porque hay personas, también jóvenes, que por algún tipo de miedo bajan la mira. Algunos ni siquiera consideran la posible existencia de esta felicidad perfecta porque temen afrontar el riesgo que implica el encontrarla y también la desilusión de perderla. Quien es muy feliz ha sido también capaz de sufrir mucho, y ante esta evidencia hay quienes deciden rebajar las expectativas. El miedo es fuente de error. No hay que temer al sufrimiento, porque detrás de la felicidad siempre hay sufrimiento, sobre todo cuando se entiende por felicidad amor. Aunque implica riesgo, es una de las experiencias más bellas el descubrir cómo no hay dolor que pueda vencer al amor, sino que donde hay amor, cualquier dolor se soporta bien.

– Hoy se percibe cierto desprecio hacia el natural anhelo de complementariedad entre varón y mujer, como si se buscara comprender la propia identidad prescindiendo de la referencia al otro sexo. ¿Por qué crees que es así?

– Muchos jóvenes viven en un egoísmo -fruto del miedo- y huyen del matrimonio. Ayer conversaba con una periodista que se declaraba orgullosa de tener novio y a la vez de no tener ningún deseo de casarse. Yo le dije: «Tú no quieres bien a tu novio, porque si lo quisieras bien, querrías hacer lo que hemos hecho todos desde que el mundo es mundo, que es dejar por un momento mis cosas para hacer, juntos, otras». Es decir, proyectar la vida unidos y dejar que todo el resto gire en torno. Hoy la tendencia es «que el otro gire en torno a mí, mientras yo hago muchas otras cosas». Yo pienso que esto se puede llamar simplemente egoísmo por temor, algo que ha provocado un cierto endurecimiento del corazón y un reajuste, a la baja, de las propias expectativas.

La profesión del hogar

– Si el matrimonio es una aventura, debe de haber unos riesgos a los que se exponen los que la emprenden. ¿A qué piensas que debe estar dispuesta una mujer y a qué debe estar dispuesto un hombre al casarse?

– Me es difícil contestar esta pregunta, entre otras cosas porque solo puedo decir a qué debería estar dispuesta una mujer, porque soy mujer. Si pienso en el momento en el que me casé, daría una respuesta, y si pienso hoy, daría otra. Te diré ambas.

Cuando me casé estaba dispuesta a amar a mi marido sobre cualquier otra cosa. Él ocupaba el primer puesto en mi vida y no me he arrepentido de esto, porque aunque mi marido reveló pronto sus defectos y límites, como yo a él, pienso que fue un buen cimiento.

Hoy he entendido que la mujer en la pareja tiene un papel «básico», que es el de mantener sólido el «techo» que el hombre ha construido. El hombre da a la mujer una seguridad muy importante que es la de saberse amada y, sobre todo, bien protegida. Pero la mujer da primero al hombre la capacidad de ser fuerte para proteger, justo en el momento en el que le hace sentirse el ser más importante del mundo.

– Hoy en día tanto el marido como la mujer pasan la mayor parte del tiempo en el trabajo. ¿Cómo mantener una básica coherencia y armonía, evitando que la casa flote a la deriva?

– No hay que minusvalorar el trabajo de la casa. Es verdad que es el menos retribuido y estimado del mundo, pero cada uno de nosotros tiene la experiencia de que sin una casa no hay vida y, mucho menos, amor. En Italia se dice due cuori e una capanna [dos corazones y una cabaña], con lo que queremos decir que se necesita un lugar donde viva el amor, en intimidad, en soledad, un espacio donde compartir la vida con aquellas personas que están involucradas en el mismo misterio de amor. Mi sugerencia es que las mujeres se arriesguen a descubrir el altísimo potencial profesional que encierra el manejo de la casa. Es un trabajo que pone a prueba tus capacidades intelectuales, prácticas, económicas, médicas, psicológicas, gerenciales… y todo al mismo tiempo.

– Pero pretender hoy que las mujeres dejen su trabajo, su desarrollo profesional y se queden en casa, ¿no resulta una propuesta casi utópica?

– Te puedo decir que haber pasado 20 años dirigiendo mi casa me ha dado tal seguridad profesional que cuando después he comenzado a escribir, a colaborar en radio y televisión, a participar en asociaciones culturales… ninguno de estos ámbitos me ha «intimidado». En mi opinión, una mujer que sabe afrontar el agua de la lavadora que ha inundado media habitación, la cena que debe estar lista porque llegan los invitados, el niño pequeño que se cae por la escalera con el taca-taca (créeme, cualquier día sucede todo al mismo tiempo)… alguien que sabe lidiar con esto sin hacer una tragedia ha adquirido una capacidad y un nivel de desarrollo que le permiten perfectamente hacer cualquier cosa.

Pero no estoy diciendo que una mujer deba dejar su trabajo profesional. La mujer verdaderamente madura busca creativamente las soluciones para hacer compatibles ambos. Es importante saber que, en la medida en que conozca la labor de la casa, y la tenga bien organizada, podrá luego delegarla. La importancia de la administración del hogar es muy grande, ¡es donde vive el amor! Si la casa camina bien, se pueden afrontar -con suficiente serenidad- todas las exigencias del trabajo profesional.

Buscar tiempo para estar juntos

– Muchas parejas padecen hoy una especie de «atrofia» en la comunicación, y el ritmo de vida parece diseñado para impedir los momentos de encuentro. ¿Cómo conseguir estar juntos en medio de la actividad?

– Mi marido y yo teníamos nuestra fórmula para cuidar -¡para salvar!- nuestra vida de pareja, porque ciertamente teníamos muchos hijos pequeños, él tenía su trabajo profesional y yo la gestión de la casa. Nunca perdimos de vista, sobre todo él, la importancia de recrear periódicamente los momentos mágicos, los dos solos. Nos escapábamos un fin de semana a un lugar cercano a Roma. Aprovechábamos para hablar, para descansar, y sobre todo para dormir. Esto lo hacíamos como máximo tres fines de semana al año, no más. Siempre dejábamos a los niños muy bien atendidos. Inventábamos cualquier solución: alguna vez era la abuela, otras la abuela junto con una niñera, una vez fue mi cuñada, otra una tía mayor con la niñera… en suma, por tres días y con algo de dinero, se encontraba la solución.

– Pero esta solución ¿no implica una situación económica más que desahogada?

– De forma voluntaria y antes que cualquier otro gasto, siempre hemos invertido en esos planes que implican pasar juntos un tiempo de calidad. Nunca nos ha preocupado tener un coche bueno, ropa cara o una casa lujosa. Pero el tiempo de unas vacaciones nuestras o con los hijos, eso sí lo consideramos importante. Tampoco escatimamos en el salario de una persona que ayude en la casa, porque es un factor de serenidad para todos.

Respetar la libertad de los hijos

– Comentas en el libro que tú te habías propuesto atender a cada hijo como si fuera el único. ¿Cómo lo conseguiste teniendo siete?

– Como mis hijos nacieron muy seguidos, solo pudieron ser «el pequeño» durante unos meses. Aunque es bello estar juntos entre hermanos, también es cierto que los seres humanos deseamos ser «los únicos» en la relación de amor. Por eso, mi esposo y yo nos esforzábamos en encontrar pequeñas ocasiones en las que crear esta dimensión de sentirse «únicos». Podía ser desde ir a comprar la leche con uno solo en lugar de con todos, o dar un paseo, o bien la hora del baño, que era siempre individual. El momento del baño planteaba una soledad obligada, en la que el mundo y su ruido, sus gritos, pequeñas disputas, llantos… quedaban fuera, y dentro se encontraba un espacio para estar sereno y tranquilo. En esta ocasión se creaba el ambiente adecuado para la confidencia, para conversar con cada hijo de sus cosas… También en el momento de las buenas noches, cuando ya todas las luces se habían apagado y alguno llamaba porque necesitaba hablar. Siete parecen muchos desde la «barrera», pero cuando lo ves desde dentro, como madre, puedo decirte que cada hijo es verdaderamente único.

– Dices que los hijos no son para los padres, sino para ellos mismos. ¿Qué quieres decir exactamente?

– Un hijo no es para «completar» la felicidad de sus padres: es para sí mismo, para ser feliz. Huelga decir que, siéndolo, hace felices a sus progenitores. Todos queremos la libertad, pero no nos damos cuenta de todo lo que cuesta, sobre todo la de aquellos a quienes amamos.

En cuanto los niños crecen, los padres captamos -hasta cierto punto- lo que es el amor de Dios, porque es terrible ver a un hijo equivocarse… y dejarle equivocarse. Pero los padres debemos asumir ese riesgo; si no, caeríamos en la triste debilidad de querer al hijo siempre pegado a nuestras faldas y le impediríamos ser verdaderamente libre y autónomo. Creo que esto es una situación común a todas las culturas y evidencia esa natural dificultad que tenemos los seres humanos para respetar -en serio- la libertad de los demás.

Saber perdonar

– Si los hijos son para ellos mismos, ¿entonces educar podría resumirse en enseñar a ir solo?

– Antes de «soltarlos», hay que haber dado una serie de instrumentos prácticos y teóricos para andar. La educación es un tiempo -doce años, catorce, dieciocho- en el que viviendo juntos se transmiten criterios, valores, deseos, sueños… el mejor bagaje que tienen los padres. Pero siempre llega el momento en que ellos tendrán que hacerlo solos, y está siempre el riesgo de que no lo hagan, o que lo hagan mal, o que encuentren personas que les destruyan eso que les habíamos dado. Los padres que no quieren afrontar este riesgo anulan a sus hijos. Suena duro, pero es así, porque no les permiten vivir una vida verdaderamente suya en la cual, acogiendo lo recibido y reelaborándolo a su modo, y sobre todo con el tiempo, lleguen a expresar aquello que quieren decir.

El problema es que los padres somos impacientes, no queremos esperar a que el hijo madure, querríamos que estuviera ya graduado, casado con la persona adecuada, con un buen sueldo, rodeado de buena compañía, etc. Y esta ansiedad nos hace decir «no, no quiero arriesgar». Esto es terrible y también muy natural. Por eso digo en el libro que la libertad es la cruz y la delicia de los padres. La delicia, porque nos hace descubrir un amor verdaderamente puro y desinteresado. La cruz, porque cuesta lágrimas y sangre, y lo digo porque no solo se crea tensión entre padres e hijos, sino también porque la administración de la libertad es fuente de discusiones entre los cónyuges.

– Es frecuente que los padres busquen en los hijos satisfacciones y compensaciones. ¿Cómo se pueden identificar los síntomas y las consecuencias de este vicio?

– Una clara señal de alarma para las mujeres es que nos pese estar con el marido y prefiramos estar con el hijo. Otro indicador es que nos desahoguemos con los hijos de los problemas conyugales. Esto hace mucho daño a los hijos, porque es un ámbito que no les corresponde conocer, y ante el que no saben qué decir, solo sufrir, ya que aman a los dos, al padre y a la madre. Acusar al cónyuge delante del hijo es una mala estrategia, aunque todos lo hacemos alguna vez cuando llegamos al límite. Pero quiero decir que no es cuestión de ser los padres perfectos. La madre o el padre perfecto es aquel que, dándose cuenta de que lo ha hecho mal, procura no hacerlo más.

Si los hijos ven que los padres discuten pero luego hacen las paces, y les queda claro que papá quiere a mamá y que ella cubre los defectos de él, y lo disculpa, entonces la escena trágica se redimensiona, porque el hijo se da cuenta de que no ha dejado heridas en los padres, que ellos siguen unidos. En suma, mantener la estima del cónyuge frente a los hijos es hacerles un enorme servicio. Esto no significa ser falso o esconder dolores y problemas: significa dar testimonio de que los problemas se afrontan con espíritu constructivo, de afecto y de perdón.

Si uno no conoce la experiencia de que el amor entre nuestros padres genera perdón, la sociedad va camino de extinguirse, porque entonces -por ejemplo- yo no puedo perdonar a quien me ha destrozado el auto, o me lo ha robado, y que quizá es un inmigrante sucio y huele mal; no podría perdonar a quien no conozco de nada, y con el cual no he compartido más que mal, si no tengo la experiencia de que las dos personas en el mundo que tendrían que amarse y entenderse más, que son las únicas que están junta por elección libre -papá y mamá- saben perdonarse.

Estrategias para tratar hijos rebeldes

– Tal vez, el capítulo más fuerte de tu libro sea aquel en el que hablas de tu experiencia como mamá de una hija indomable y rebelde. ¿Cuál sería tu sugerencia para casos similares?

– Cada caso es único, como cada persona, pero en líneas generales hay que buscar conciliar la protección con el respeto a la libertad. Esto exige amor incondicional. Nuestra estrategia fue, simplemente, estar muy unidos… en el dolor, porque era una hija que nos hacía morir. Mi marido fue un apoyo y un consuelo muy importante… yo lo pasaba realmente mal. Ella me replicaba con la agudeza de un hijo que ha identificado los lados débiles de su madre y «dispara» justo para dar ahí.

Mi marido y yo descubrimos que es una idea estupenda que cada ser humano tenga dos progenitores, una mujer y un hombre, y además muy distintos uno del otro. Así se pueden tener dos puntos de vista convergentes, que dan una mejor visión ante situaciones como estas. Él eligió la táctica de concederle todas las cosas -digamos- «locas» que ella pedía. Por ejemplo, si quería comprar algún vestido «peculiar», él accedía, pero siempre que el largo de la falda cubriera el trasero suficientemente. De esta forma buscábamos que le quedara claro que la libertad para expresarse a través del vestido tiene su límite en el respeto al propio cuerpo. No nos oponíamos a sus fiestas, la llevábamos y la recogíamos nosotros, y buscábamos la oportunidad de conocer a los padres del amigo o amiga en cuestión. Así llegamos a conocer Roma mejor que un taxista, porque tenía amigos por toda la ciudad. Yo elegí la táctica de soportar los «golpes» en silencio. No enojarme, porque gritando no se construye nada. En cambio, procuraba dar el testimonio de una mamá que aguanta serena y que no pierde el control. Luego, por la noche, él y yo nos reuníamos -un poco a llorar y un poco a reír-, y así íbamos ajustando la estrategia.

– En muchas familias todavía se desatan dramas serios cuando alguno de los hijos mayores, aun solteros, deciden ir a vivir solos. ¿Consideras razonable esta búsqueda de independencia?

– Mis hijos mayores, que todavía no están casados, viven solos. Se han ido cuando han estado maduros y económicamente independientes, pero yo he llorado toda la noche anterior y a la vez he estado muy feliz. He respetado su decisión de hacerlo así. A pesar del desgarro de la separación, sabía que era algo justo. Una persona adulta, si no tiene todavía una familia propia, no encuentra su lugar en la familia de los padres, donde vive una situación que no está muy hecha para ella o él. Una persona de una cierta edad debe administrarse sola, trabajar sola y enfrentarse a las dificultades sola. Es la vida.

Caroll Solís_________________________(1) Marta Brancatisano. La gran aventura. Una apología del matrimonio. Grijalbo. Barcelona (2000). 149 págs. 2.500 ptas. T.o.: Fino alla mezzanotte di mai. Apologia del matrimonio. Mondadori. Milán (1997).

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