Movimientos en la Iglesia: ni encorsetarlos, ni que vayan por libre

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No existe una “Iglesia de los carismas” contrapuesta a la “Iglesia jerárquica”: existe la Iglesia, única en doctrina y esencialmente carismática. Esta es la principal idea de Iuvenescit Ecclesia, el documento publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se trata de una carta destinada a los obispos de todo el mundo, que trata de aportar luz sobre la relación entre los nuevos movimientos eclesiales (muchos de ellos nacidos después del Concilio Vaticano II) y la organización jerárquica que nace de la autoridad de los obispos unidos al Papa.

Iuvenescit Ecclesia es un documento esencialmente teológico. Sin entrar en detalles jurídicos sobre el ensamblaje de los movimientos carismáticos en la estructura eclesial, el texto aclara que estos forman parte esencial de la Iglesia, y que como tal deben ser entendidos. No son, por tanto, organismos autónomos, pero tampoco se ha de forzar su carácter para que encajen en el derecho canónico.

El texto comienza por reconocer que estos nuevos movimientos llenan de alegría el corazón de la Iglesia, pues son manifestación de la acción del Espíritu Santo. Yuxtaponer o enfrentar lo “carismático” frente a lo “institucional” sería un error, pues “también las instituciones esenciales son carismáticas” y “los carismas deben institucionalizarse para tener coherencia y continuidad”. Así, el documento insta a estos movimientos a alcanzar la “madurez eclesial” que implica su pleno desarrollo e inserción en la vida de la Iglesia. No obstante, este proceso debe siempre respetar el carisma fundacional de los nuevos movimientos, y evitar “forzamientos jurídicos” que supondrían “mortificar la novedad”.

El documento señala una guía, más teológica que jurídica o pastoral, para las relaciones entre los nuevos movimientos y los obispos

El texto señala el ejemplo de las comunidades religiosas, que son también fruto de la renovación carismática obrada por el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Su singularidad no significa un distanciamiento de la “Iglesia ordinaria”, sino una forma concreta de vivir la unidad espiritual –es decir, carismática– de toda la comunidad católica.

Iuvenescit Ecclesia no detalla las posibilidades canónicas para la inserción plena de estos movimientos, pero sí señala unos criterios de discernimiento para reconocer los verdaderos dones carismáticos: compromiso con la difusión misionera del Evangelio; confesión plena de la fe católica; testimonio de una comunión activa con toda la Iglesia, acogiendo con leal disponibilidad sus enseñanzas doctrinales y pastorales; respeto y reconocimiento de los otros componentes carismáticos; aceptación humilde de los momentos de prueba en el discernimiento; presencia de frutos espirituales como la caridad, la alegría, la paz, la humanidad; mirar a la dimensión social de la evangelización, conscientes de que “la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad es una necesidad en una auténtica realidad eclesial”.

Los movimientos no pueden constituirse en Iglesias paralelas, pero el proceso de inserción plena no ha de forzar jurídicamente su carisma

El texto señala que los nuevos movimientos son un instrumento muy útil para que los fieles laicos vivan y desarrollen su vocación cristiana, aunque también los ordenados se pueden beneficiar grandemente de estos carismas.

En resumen, este documento señala una guía, si bien más teológica que jurídica o pastoral, para las relaciones entre los nuevos movimientos y los obispos. No da fórmulas para resolver los conflictos y malentendidos que a veces se dan, pero indica los principios de actuación y alienta a la colaboración y la confianza mutua. La jerarquía debe acoger a los movimientos como una “fuente de maravillosa renovación”, y estos deben a su vez cooperar con la jerarquía para que su especificidad espiritual no menoscabe la profunda unidad de la Iglesia universal.

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