“Mi vecino el abuelo”

Fuente: The Atlantic
publicado
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De camino a casa tras salir de clases, Jurriën Mentink compra algunos filetes frescos de pescado. A su vecino le encantan, y a él, que pasa de todos modos en bicicleta cerca el mercado, no le es ningún problema. Tras pagar, se volverá a casa, visitará a su vecino, cenará, y estudiará un rato o se tumbará a ver la tele. La vida de un universitario cualquiera. Solo que su hogar es un asilo de ancianos. Y su vecino, el de los filetes, acaba de cumplir 93 años.


Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 78/15

Mentik es uno de los seis estudiantes que viven en el Centro Residencial y Asistencial Humanitas, una instalación de cuidados prolongados en el ribereño pueblo de Deventer, en el este de Holanda. A cambio de 30 horas mensuales de trabajo voluntario, los chicos pueden quedarse en las habitaciones vacantes a costo cero.

Según explica Tiffany Jansen en su artículo para The Atlantic, en Holanda los estudiantes gastan un promedio de 366 euros al mes en renta, y las residencias estudiantiles están a menudo saturadas. Amsterdam, por ejemplo, tuvo un déficit de casi 9.000 habitaciones estudiantiles el año pasado.

Entretanto, las residencias de ancianos de cuidados prolongados están enfrentando dificultades. En 2012, el gobierno decidió dejar de financiar los cuidados continuos para personas de más de 80 años que no estuvieran en situación calamitosa. Un extenso grupo de ancianos, que una vez se beneficiaron de un abono gratis para vivir en un asilo como Humanitas, se encontró entonces imposibilitado de pagar los costos.

La decisión gubernamental derivó en que menos personas se interesaran por las residencias, lo que, en consecuencia, les hizo difícil mantenerse a flote. Humanitas, para poder sobrevivir, necesitaba una ventaja distintiva, y algo que evitara que los residentes tuvieran que pagar más que lo que ya estaban pagando. “Fue entonces cuando pensamos en un grupo de personas –los estudiantes– que no tuvieran mucho dinero”, explica Gea Sijpkes, directora del centro.

“Si pueden tomar una habitación en Humanitas, no tienen que pedir prestado demasiado dinero para sus estudios, y nosotros contamos entonces con varias personas jóvenes en la casa, lo que hace de Humanitas el sitio más cálido y agradable en que pueda desear vivir cualquiera que necesite de cuidado”.

Una interacción vital

Como parte del acuerdo voluntario, Mentik y otros estudiantes dedican parte del tiempo a enseñar a los residentes cómo usar el correo electrónico, las redes sociales o Skype.

Para los residentes, los estudiantes representan una conexión con el mundo exterior. Estos comparten sus experiencias con sus vecinos mayores y la conversación ya no gira en torno a los achaques y dolores.

Las investigaciones vinculan la soledad con los fallos de salud mental y el incremento de la mortalidad, mientras que se ha visto que la interacción social con amigos y familiares incide en una mejoría de la salud de los adultos mayores.

El modelo de convivencia intergeneracional está comenzando a ganar popularidad. Desde que Humanitas abrió sus puertas a los estudiantes en 2012, otras dos residencias holandesas han seguido su ejemplo, y asimismo otra en Lyon (Francia). En Estados Unidos, una comunidad de jubilados de Cleveland, la Judson Manor, ya acepta hace años a estudiantes de los Cleveland Institutes of Art and Music.

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