Menores refugiados, los nuevos alumnos de las escuelas europeas

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Ser refugiado de guerra no es solo acabar desarraigado de la propia casa, del barrio, de los amigos y los familiares. En el caso de los más jóvenes, es además ser arrancado del pupitre, de los libros de texto, de los profesores, y quedar a la deriva en cuanto a educación. Al niño y al joven refugiado les hace falta el pan, sí, pero también conectar cuanto antes con el ambiente formativo, so pena de que el daño sea peor.

De la gravedad de este fenómeno en Siria hablan unos pronósticos de Save the Children sobre el futuro que espera al país, epicentro de la guerra más cruel que se libra en este momento en el planeta y emisor por excelencia de refugiados (10,5 millones, entre desplazados internos y expatriados): aun si la guerra se detuviera en este mismo instante, el país árabe ya tiene garantizado que el costo de tantos niños que no regresarán a la escuela supondrá una pérdida del 5,4% de su PIB en los próximos años.

“Si se tratara a los universitarios refugiados como estudiantes internacionales regulares, podrían fácilmente ser incluidos en los programas de máster en inglés”.

Tales cálculos pueden ser más o menos discutibles, pero la falta de perspectivas sobre el fin del conflicto no da realmente para más. Lo cierto es que con 2,1 millones de menores que crecen ya como refugiados en otros sitios, más los otros que sufren los bombardeos en sus ciudades y poblados –se han reportado más de 4.000 ataques contra escuelas desde 2011–, nadie ve a Siria resucitando como una potencia científica y, por ende, económica en un horizonte cercano o medio.

La escuela libanesa abre sus puertas

La prioridad es llevar a los chicos nuevamente al aula, y cuanto antes mejor. Una experiencia de éxito en este sentido es la que está poniendo en práctica el Líbano, el pequeño país que ha acogido, él solo, a más refugiados sirios que toda Europa: más de un millón.

Según Save the Children, el gobierno libanés ha dado plaza en sus escuelas a unos 207.000 niños refugiados. Para ello ha implantado un sistema de doble turno: por la mañana acuden a clase los estudiantes libaneses, y por la tarde y hasta temprano en la noche lo hacen los sirios. “Al usar la infraestructura existente, el costo se mantiene en solo 10 dólares semanales por plaza. Hay planes para ofrecer otras 400.000 plazas mediante la duplicación del número de centros que apliquen este sistema”.

“Los grupos más vulnerables son los que llegan con una edad en la que necesitan ser insertados en la educación secundaria”

Al esfuerzo desplegado por las autoridades libanesas para que los estudiantes sirios no corran el riesgo de irse al fondo del Mediterráneo se une, in situ, el de instituciones europeas y de varios países del bloque. El British Council y el Institute Français du Liban, por ejemplo, han cofinanciado un proyecto de la UE para enseñar inglés y francés a niños sirios de 8 a 14 años, y también a libaneses en situación desventaja. Para ello están preparando a unos 1.200 profesores de escuelas públicas, que se prevé podrán impartir este conocimiento a unos 90.000 menores. Entre los contenidos, además de los propiamente lingüísticos, hay temas de inclusión, cohesión social y diversidad.

El problema de los guetos

Además de los chicos que permanecen en el “vecindario” de Siria (en Turquía, de 2,7 millones de refugiados sirios, unos 800.000 son menores, de los que solo 323.000 asisten a clases), hay muchos otros que han logrado llegar a Europa. Aquí, sin embargo, parece primar cierta descoordinación, sin perjuicio de la existencia de iniciativas que apuntan en la buena dirección.

Algunas de estas últimas aparecen registradas en un documento de la Comisión Europea, de noviembre de 2015: Schools, VET and Adult education helping newly-arrived refugees in Europe (La ayuda de las escuelas, la formación profesional y la educación de adultos a los nuevos refugiados llegados a Europa). El texto lista algunas experiencias de integración de los menores refugiados en escuelas primarias, secundarias e institutos de Finlandia, Italia, Chipre, Eslovenia, Suecia, España, etc., mediante la enseñanza de la lengua del país y de aptitudes laborales, la preparación para el ingreso a estudios superiores, la práctica de deportes y las actividades culturales. 

La alta concentración de alumnos de origen inmigrante en una escuela les dificulta la adopción de la cultura del país de acogida y el aprendizaje de su lengua

The Economist, sin embargo, ve algunos puntos mejorables en la tónica general. Uno es la tendencia a concentrar en un mismo grupo a los niños refugiados, algo que sucede en los colegios cercanos a los centros de refugiados o a barrios de fuerte presencia inmigrante. En Suecia, Noruega y Dinamarca, el 70% de esos menores asisten a escuelas donde al menos la mitad de los alumnos no son nativos, lo que deriva en una mayor dificultad para que se integren y aun para que aprendan la lengua nacional. En efecto, según anota la publicación, las escuelas con más de una cuarta parte de alumnos inmigrantes suelen cosechar resultados académicos claramente peores.

Otro obstáculo puede ser la temprana derivación de los estudiantes hacia la formación profesional, en vez de continuar el camino académico. Así sucede en el sistema educativo alemán, que hace la distinción a la edad de 10 años, sin dar tiempo al bisoño estudiante de saber a qué quiere dedicarse en la vida. Si al alumno se le detecta un déficit de habilidades comunicativas en la lengua de Goethe, se le marca sin dilación el “caminito” que seguirá hasta la jubilación, y que no pasa precisamente cerca de la universidad.

Educar en la nueva lengua, una prioridad

El profesor Maurice Crul, del Departamento de Sociología de la Erasmus University de Rotterdam, ha trabajado ampliamente el tema de la educación de los hijos de inmigrantes. Sobre el desafío de integrar satisfactoriamente a los niños y jóvenes que hoy llegan a la UE como refugiados desde Siria y otros sitios, el docente holandés explica a Aceprensa:

“A los niños que llegan antes de la edad de la enseñanza obligatoria, es esencial que se les ofrezca una educación preescolar en una segunda lengua, a ser posible desde el primer momento. Por desgracia, no todos los países dan este acceso a los niños refugiados, o al menos no hasta que alcanzan estatus de asilado legal.

Las escuelas libanesas imparten clases por la mañana a los estudiantes nacionales, y por las tardes, a los sirios

“Los grupos más vulnerables son aquellos que han llegado con una edad en la que necesitan ser insertados en la educación secundaria. Usualmente se les transfiere primero a clases de inmersión o preparación para aprender la segunda lengua. En dependencia del país, esto puede llevar hasta dos años. Muchos de esos niños no han ido a la escuela en dos o tres años, por lo que están considerablemente retrasados. Si se les coloca en clases regulares, son mucho mayores que sus compañeros, por lo que a menudo terminan en las modalidades más bajas de la formación profesional, con independencia de sus capacidades intelectuales. En Holanda, por ejemplo, tres cuartas partes de los niños refugiados acaban en esas opciones, tras haber pasado las clases de inmersión. Es una trayectoria escolar que, en condiciones normales, harían únicamente los niños con grandes problemas de aprendizaje y conducta”.

Aprovechar el nivel de los recién llegados

Según comenta el profesor Crul, muchos de los estudiantes que piden asilo hablan un inglés fluido, pero por lo general no pueden empezar su educación hasta que acrediten tener un conocimiento del idioma nacional a nivel académico. “Eso demora su ingreso entre uno y dos años. Por otra parte, el acceso a la educación en casi todos los países (con el ejemplo de Suecia como excepción) se restringe a los niveles obligatorios”.

Ser refugiado de guerra no es solo acabar desarraigado de la propia casa, del barrio, de los amigos y los familiares. En el caso de los más jóvenes, es además ser arrancado del pupitre, de los libros de texto, de los profesores, y quedar a la deriva en cuanto a educación. Al niño y al joven refugiado les hace falta el pan, sí, pero también conectar cuanto antes con el ambiente formativo, so pena de que el daño sea peor.

— ¿Dónde están registrándose las mejores experiencias?

— Los ejemplos positivos en la integración de refugiados provienen casi todos de los países escandinavos, donde el acceso al preescolar es libre para todos, con independencia de su estatus legal; donde la instrucción en la segunda lengua está disponible desde ese nivel hasta el bachillerato; donde la educación de adultos ofrece una sólida tradición de segundas oportunidades, incluida la enseñanza de otra lengua.

— En cuanto a los de más edad, ¿qué ventajas tiene Europa al acogerlos y educarlos?

— Muchos de los jóvenes que han venido a Europa son estudiantes universitarios, porque cuando terminan su licenciatura son frecuentemente llamados al servicio militar. Ese es el momento en que ellos escapan. Si se les tratara como a estudiantes internacionales regulares, algo por lo que he abogado, podrían fácilmente ser incluidos en los programas de máster en inglés. Europa puede realmente ganar muchísimo si inserta de modo rápido y eficaz a estos jóvenes en la universidad, pues nos beneficiaríamos de la inversión que ya hicieron en ellos los sistemas educativos de sus propios países.

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