Menas en Barcelona: “La calle es muy dura y no trae nada bueno”

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Un diario publica una foto de jóvenes que duermen en los bancos de la parroquia de Santa Ana, en Barcelona. Son chicos que llegaron de modo irregular a España siendo niños o adolescentes y sin compañía de adultos. Han sido “menas”: menores extranjeros no acompañados, pero ya no lo son.

“Son ‘jenas’, jóvenes extranjeros no acompañados, extutelados por la administración –me aclara Adrià Padrosa, un educador social que trabaja con este colectivo en la parroquia–. Muchos eran menores hasta hace dos días, pero en cuanto llegan a la mayoría de edad, a los 18, al día siguiente se van del centro de acogida a la calle. Como la administración está saturada de ellos, salen del centro y quedan sin protección”.

Según explica, la mayoría de quienes están en estas circunstancias son del norte de África: marroquíes y argelinos. “Los más, marroquíes. Muchos se asientan aquí [en Cataluña y específicamente en Barcelona] porque nuestras leyes lo favorecen. Muchos de ellos siempre tienen a Barcelona en la cabeza, por su cercanía a Francia. Pero ahora mismo, con las políticas tan de derechas de muchos sitios de Europa, tampoco siguen viaje hacia allá, y se quedan”.

– ¿Qué le dicen de por qué deciden venir?

– Hay de todo. Muchas veces vienen con la falsa esperanza de un mundo nuevo, de opulencia, de que todo es fácil: que hay mucho dinero, que hay trabajo… Pero cuando llegan ven otra realidad. Vienen a buscar una oportunidad para sus vidas, pero hallan algo distinto.

 

Muy pocos “jenas” obtienen un permiso de trabajo: para conseguirlo necesitan una oferta laboral de 40 horas semanales, durante un año

 

Los que duermen en los bancos son ya mayores. ¿No vienen también menores a la parroquia?

– Menores no vienen muchos, pues por ley no podemos atenderlos. Lo que hemos intentado hacer con los que vienen es crear un vínculo con ellos para intentar dirigirlos al sistema de protección del menor. A la iglesia intentamos que no entren, pero sí creamos una relación y nos comunicamos con los cuerpos de seguridad del Estado y los educadores de calle para volver a vincularlos al sistema de protección del menor, para que vayan a un centro de acogida y estén donde deben estar.

Hay momentos, sí, en que vienen con mucha hambre y les damos algo de comer, pero en la parte exterior de nuestra iglesia, en la plaza; no debemos atenderlos directamente. En casos muy extremos sí que les damos atención, pero normalmente no podemos hacerlo, porque ya existen unos dispositivos pensados para ellos. Los redirigimos.

“No queremos normas”

Aquellos con los que ha hablado, ¿qué le cuentan?

– Muchos te dicen que necesitan buscarse la vida. Tienen malas experiencias con los adultos, pues tienen poco referente de ellos, y claro, surgen problemas en la calle. Socializan mucho con el grupo de iguales y, por ello, conocen pocas reglas, pocos límites. Los chavales que no quieren estar en centros de acogida te lo dicen: “No queremos normas”. Pero la calle es muy dura y no trae nada bueno.

Los recientes reportes sobre el incremento de la inseguridad pública en Barcelona señalan a los menas o jenas como una de las causas…

– Algunos de ellos roban móviles, pero no sé de cifras. Habría que preguntarles a los Mossos [la policía autonómica]. Yo soy educador. Sé que algunos roban: te quitan el teléfono o el reloj con una facilidad pasmosa. Pero en eso no me quiero meter.

¿Conoce a algún chico de los que roban teléfonos?

– Sí. Pero aquí el problema es más de leyes. No puede ser –y ya no te hablo de estos muchachos, sino en general– que un carterista te robe en el metro, la policía lo atrape, y al día siguiente esté en la calle. Este ya no es un problema ‘de menas’. Si no tienes unas leyes que paren esto, ¡hasta yo me hago carterista, que me sale mejor que ser educador! La inseguridad en Barcelona puede ser la de cualquier otra ciudad.

El requisito imposible

– ¿Qué está fallando para que estos muchachos estén saliendo la calle y no se integren?

 

La mayoría de los menores y extranjeros no acompañados en Barcelona son marroquíes y argelinos

 

– El paradigma ha cambiado, hay que entenderlo. Ahora mismo están llegando muchos chavales, y la administración no puede gestionar esa gran cantidad. Creo que a Barcelona llegan 15 cada día. Este aluvión no se puede absorber; por tanto, por mucho que se trabaje, la administración está saturadísima.

Ahora bien, se hace un trabajo con ellos, pero a partir de los 18, todos los recursos económicos y humanos que se han dedicado a esto quedan en nada. ¿Cuál es el gran problema? Que esos chavales nunca podrán trabajar en nuestro país, porque no les dan un permiso de trabajo. Cuando entran en el sistema de protección, acaban teniendo un permiso de residencia, para vivir aquí, pero muy pocos obtienen un permiso de trabajo, porque para conseguirlo necesitan una oferta laboral de 40 horas a la semana, durante un año. Pero ¿cuántos españoles tienen la gran suerte de una oferta laboral de 40 horas semanales? Poquísimos. ¿Y van a poder tenerlo ellos?

La integración se dificulta entonces…

Es imposible. He conocido casos de chicos que empezaron a trabajar en jornadas parciales: por la mañana estudiaban y por la tarde iban a trabajar cuatro horitas, porque de los 16 a los 18 pueden hacerlo sin permiso de trabajo. Pero el día en que cumplieron 18 años, tuvieron que dejarlo: necesitaban una oferta de 40 horas a la semana. Lo invertido cae así en un saco roto. Les pedimos que se integren, pero es muy difícil, pues no podrán trabajar nunca.

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