Mannheim y Hayek: el Estado en una época de reconstrucción

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

A principios de los años cuarenta del siglo XX, la London School of Economics fue el escenario de un intenso debate sobre el papel del Estado en el nuevo orden democrático que habría de surgir tras la Segunda Guerra Mundial. Al sociólogo húngaro Karl Mannheim, partidario de una “tercera vía” entre el individualismo y el colectivismo, se enfrentaron los liberales Friedrich Hayek y Karl Popper, ambos austriacos.

En abril de 1933, pocos meses después del ascenso de Hitler al poder, Karl Mannheim (1893-1947) –judío y de izquierdas– fue apartado de su cátedra en la Universidad de Frankfurt. En mayo, recibió una carta del director de la London School of Economics (LSE), William Beveridge, quien le propuso incorporarse a esa universidad a través de un programa de acogida para profesores exiliados de Alemania. Allí enseñó sociología hasta 1945.

En esos años, en los que rompe definitivamente con sus influencias marxistas, Mannheim se plantea cómo reconstruir el orden democrático en una Europa dividida por distintas visiones del mundo y, además, empobrecida por la guerra. En su opinión, había que apartarse del desequilibrio de las ideologías que, o bien inclinaban la balanza hacia el individuo, o bien lo hacían hacia la sociedad.

Para Mannheim, la sociedad moderna de masas no podía funcionar sin una dirección racional, como había ocurrida en la época del laissez-faire sin plan, anterior a la guerra. Por eso, toma del socialismo la idea de la planificación, pero una planificación que no vaya en detrimento de la libertad. Al mismo tiempo, asume del liberalismo el compromiso con la autonomía individual, pero orientada a un sistema de valores o fines sociales. Sobre estos pilares empieza a trabajar, a mediados de los años treinta, en su propuesta de “planificar para la libertad”.

Las ideas favorables a la planificación recibieron un respaldo importante con el primer Informe Beveridge, publicado en 1942. Sir William Beveridge, que había pasado a enseñar en la Universidad de Oxford, recibió el encargo del gobierno de crear un plan de seguridad social que coordinase las ayudas aprobadas hasta entonces y que garantizase a todos los ciudadanos un nivel de vida suficiente (1).

La democracia militante

El Estado social es solo un aspecto del proyecto de reconstrucción de Mannheim. En su libro Diagnóstico de nuestro tiempo (1943), vincula la planificación al ideal de la “democracia militante”, una tercera vía entre el dirigismo de los sistemas totalitarios y el laissez-faire relativista. Sostiene que una de las condiciones que han hecho posible el avance de los totalitarismos en Europa ha sido la irresponsable inhibición de un tipo de pensamiento democrático –característico de la neutral República de Weimar (2)– que confunde “la tolerancia con la neutralidad respecto de lo justo y lo injusto”, en palabras del sociólogo húngaro.

Para Mannheim, un Estado democrático “habrá de tener el valor de salir al campo en defensa de ciertos valores básicos comunes a todos; y, sin embargo, habrá de dejar por otra parte a la elección y decisión individuales los valores más complejos susceptibles de diversidad”.

Un año después de la publicación de esta obra, la LSE se convirtió en el escenario de lo que Fernando Álvarez Uría llama la “gran contraofensiva liberal”, protagonizada por los austriacos Friedrich Hayek (1899-1992) y Karl Popper (1902-1994), si bien este último no era tan liberal por entonces. La ofensiva se articuló a través de tres obras emblemáticas: Hayek abrió fuego con su célebre Camino de servidumbre (1944); y Popper le acompañó con La miseria del historicismo (1944) y La sociedad abierta y sus enemigos (1945).

Un camino difícil de deshacer

Camino de servidumbre es un libro bastante alarmista, lo que en parte es comprensible por el momento histórico en que apareció. Sin embargo, conviene tener presente lo que dijo el propio Hayek años después, en el prefacio a la edición de 1976: “Aunque el libro puede contener mucho que, cuando lo escribí, no estaba yo en condiciones de demostrar convincentemente, fue un esfuerzo auténtico por encontrar la verdad” (3). Su sinceridad sirve para rebajar las duras críticas que dirigió al “socialismo democrático”, al que considera “la gran utopía de las últimas generaciones”.

La tesis central del libro es que la planificación –tal como la entendían los socialistas de aquella época– puede desembocar en la pérdida de libertades y el totalitarismo. La gran tragedia, dice Hayek, es que los ingleses partidarios del reformismo socialdemócrata no son conscientes de dónde termina el camino que han emprendido: “Es necesario declarar ahora la desagradable verdad de que estamos en cierto peligro de repetir la suerte de Alemania. El peligro no es inmediato, cierto (…). Sin embargo, aunque el camino sea largo, es de tal suerte que resulta cada vez más difícil de retroceder”.

Frente a los partidarios del Estado neutral, Mannheim propone una “democracia militante” que tome partido por un marco compartido de valores y que, a la vez, garantice la diversidad

A continuación, Hayek señala a los culpables de este peligro: “(…) Muchos de estos refugiados socialistas, al aferrarse a sus ideas, ayudan ahora, aunque con la mejor voluntad del mundo, a llevar a su país de adopción por el camino que ha seguido Alemania”. El lector sabrá identificar a Mannheim entre esos refugiados. Y por si hubiera dudas, unas pocas páginas después, Hayek cita expresamente al sociólogo húngaro como el exponente de una nueva y peligrosa tendencia: la sustitución de la creencia en las fuerzas espontáneas de una sociedad libre por la dirección colectiva de todas las fuerzas sociales hacia metas deliberadamente elegidas.

Salvar la libre competencia

El economista austriaco no se opone a que el Estado intervenga de alguna forma, porque lo considera inevitable. Para Hayek, “lo importante es si el individuo puede prever la acción del Estado y utilizar este conocimiento como un dato al establecer sus propios planes”; es decir, si el Estado actúa dentro de un marco predeterminado por la ley. A la vez, sostiene que la acción del Estado debe conciliar los fines que persigue con los medios disponibles y su administración eficiente.

La alternativa a la economía dirigista –dice– no es la inhibición del Estado, sino una estructura racional para el funcionamiento de la libre competencia. La interferencia en la vida económica solo es admisible bajo determinados requisitos: 1) que las partes presentes en el mercado tengan libertad para vender y comprar a cualquier precio, y que todos sean libres para producir, vender y comprar cualquier cosa; y 2) que la ley no tolere los intentos de intervenir los precios o las cantidades de las mercancías.

Pero Hayek no duda en afirmar que el mantenimiento de la competencia es compatible con ciertas medidas intervencionistas. Y se preocupa de aclarar cuál es el blanco de sus críticas: “Es de la mayor importancia para la comprensión de este libro que el lector no olvide que toda nuestra crítica ataca solamente a la planificación contra la competencia; a la planificación encaminada a sustituir a la competencia”.

Democracia y valores

Uno de los temas más importantes que enfrentan a Hayek y a Mannehim en esta obra es la pregunta acerca del papel del Estado respecto a los valores. Para el economista austriaco, “la democracia es esencialmente un medio, un expediente utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual”.

En su opinión, las sociedades democráticas deben dejar a un lado las distintas concepciones de la vida buena. Por eso, sospecha que la aspiración a construir un acuerdo sobre unos valores básicos, como quiere el sociólogo húngaro, es un intento de imponer “una concepción uniforme del mundo”.

Pero esta presunción no hace justicia al planteamiento de Mannheim, claramente sensible al pluralismo ideológico: “Los comunistas y los fascistas planifican también la sociedad, pero destruyendo los valores de la civilización occidental y aboliendo la libertad, la democracia y el respeto a la personalidad. En contraste con esta solución, la forma democrática de la planificación habrá de hacer todo lo posible para que sea compatible con esos valores”. Y, como es consciente de que la planificación supone poder, insiste en someterla al control social.

En el fondo, su enfoque no es muy diferente del que propondrían años después los comunitaristas en su enfrentamiento con el liberalismo político. En el manifiesto Diversidad en la unidad, por ejemplo, el sociólogo norteamericano Amitai Etzioni y otros firmantes también propusieron la doctrina de los valores compartidos para garantizar la convivencia entre personas de distintas culturas. La adhesión de todos a los valores e instituciones que se consideran esenciales en una democracia –explicaban en 2002– es compatible con las variantes en la ley para respetar las peculiaridades culturales y religiosas de los grupos minoritarios, siempre que no entren en conflicto con ese marco común.

El proyecto de reconstrucción que quiere llevar a cabo Mannheim, también a través de la cultura y la educación, puede despertar comprensibles recelos. ¿Hasta qué punto puede un Estado democrático primar unos valores frente a otros? ¿Debe el Estado ser éticamente neutro, como plantea Hayek? En mi opinión, la respuesta de Mannheim a estas preguntas está muy influida por su contexto histórico, lo mismo que las reservas del economista austriaco. Pero el dilema sigue vigente: ante los enemigos de los valores e instituciones democráticas –que sí se toman en serio sus convicciones–, ¿es preferible una democracia relativista y neutral, o una “democracia militante”, que sabe armarse de razones para defender un núcleo de valores compartidos?

Notas


(1) Cfr. Fernando Álvarez Uría, “Sociología y libertad. El debate entre Friedrich Hayek y Karl Mannheim sobre el estatuto del mercado en la sociedad”, Arxius de Ciéncies Sociales, núms. 12/13, diciembre 2005, pp. 13-40. Ver también Gunter W. Remmling, La sociología de Karl Mannheim, Fondo de Cultura Económica, México, 1982.

(2) Cfr. Valentín Usón Pérez, “Karl Mannheim (1893-1947): la construcción social de la libertad”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas (REIS), núm. 62, 1993, pp. 83-98.

(3) Cfr. Friedrich Hayek, Camino de servidumbre, Alianza Editorial, Madrid, 2ª reimp. española, 1990.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.