Macron: Una laicidad abierta, superadora del laicismo

publicado
DURACIÓN LECTURA: 7min.

El discurso del presidente francés Emmanuel Macron, el pasado día 9 de abril, invitado por la Conferencia Episcopal francesa, en los Bernardinos de París, lugar convertido en símbolo del diálogo entre fe y cultura, está dando lugar a un replanteamiento del carácter laico de la República. Pero la cuestión dista de ser pacífica, como muestra el revuelo tras su intervención.

En cierto modo, el debate lo abrió Jacques Chirac con la creación de la comisión Stasi y la prohibición de símbolos religiosos en espacios públicos, consecuencia, sobre todo, de la expansión del islam en Francia. Nicolas Sarkozy trató de atemperarlo, con su famoso discurso sobre una “laicidad positiva” en la romana basílica de Letrán en 2007.

Antes de la actual presidencia, François Hollande y Manuel Valls habían tenido gestos de amistad con las confesiones implantadas en Francia. También Emmanuel Macron se reunió en junio de 2017 con el consejo francés del culto musulmán; en septiembre, con los protestantes; en enero, con los responsables de las seis principales confesiones; en marzo, con el consejo representativo de las instituciones judías de Francia. Pero la reacción ante su discurso en los Bernardinos provoca un injustificado renacer de rancios laicismos más bien anticatólicos.

Reparar el vínculo entre la Iglesia y el Estado

Macron afirmó en su discurso el principio de la separación y la distinción de poderes: “El Estado y la Iglesia pertenecen a dos órdenes institucionales diferentes; no ejercen su mandato en el mismo plano”.

“Sin duda, compartimos confusamente el sentimiento de que el vínculo entre la Iglesia y el Estado se ha deteriorado, y que nos interesa repararlo, tanto a ustedes como a mí”.

Pero la distinción institucional de planos no implica para Macron no haya relación alguna entre el ámbito civil y el religioso. Al fin y al cabo, la libertad religiosa es también un derecho civil, y los deberes del ciudadano están imperados también por la religión. En palabras del presidente: “Mi papel es asegurar que cada ciudadano tenga la libertad absoluta de creer o no creer, pero le pediré de la misma manera, y siempre, que respete absolutamente y sin excepción alguna todas las leyes de la República”.

“Si tuviera que resumir mi punto de vista –dijo Macron–, diría que una Iglesia que pretendiera desinteresarse de los asuntos temporales no cumpliría su misión, y un presidente de la República que pretendiera desinteresarse de la Iglesia y de los católicos faltaría a su deber”. De ahí que resaltara la necesidad de buenas relaciones y cooperación: “Sin duda, compartimos confusamente el sentimiento de que el vínculo entre la Iglesia y el Estado se ha deteriorado, y que nos interesa repararlo, tanto a ustedes como a mí”.

Precisando más, el presidente añadió que “la laicidad ciertamente no tiene la función de negar lo espiritual en nombre de lo temporal, ni de arrancar de nuestras sociedades la parte sagrada que nutre a tantos de nuestros conciudadanos”.

Macron ha respetado el principio de laicidad

A mi juicio, la mejor interpretación de lo acontecido es la de Jean-Louis Bianco, presidente del Observatorio de la Laicidad, en una tribuna en Le Monde. Viene precedida por una entradilla del propio diario, que califica de “inédito” el discurso.

Bianco empieza con una observación metodológica: “Sería un gran progreso democrático si fuésemos capaces de no reducir la información a tuits (en este caso, aquellos que transmiten parcialmente el discurso del Presidente) ni el debate a tuits sobre tuits”.

“Creo que la laicidad ciertamente no tiene la función de negar lo espiritual en nombre de lo temporal”

De acuerdo con su función pública, para Bianco la “única cuestión es si se ha respetado o no el principio de laicidad”. “Concedo especial importancia –prosigue– a la reafirmación clara e inequívoca [por parte de Macron] del deber de todos los ciudadanos de respetar absolutamente y sin excepción alguna todas las leyes de la República. Todo el mundo puede discutir una ley antes, durante o después de su adopción, pero todos deben respetarla una vez votada”.

En cuanto al vínculo entre Iglesia y Estado que sería preciso reparar, Bianco sostiene que “debemos atenernos a la ley de 1905 de separación de las Iglesias y del Estado, no siempre bien entendida. Su artículo 2 proclama que la República no reconoce ninguna religión. ¿Qué significa eso? Que no hay una religión estatal. Que el Estado laico, a diferencia del régimen concordatario, no financia las religiones y no se mezcla en su organización. Pero no prohíbe el diálogo con las religiones, que ha existido desde el principio, desde la ley de 1905, en aplicación de ese artículo 2, que prevé en algunos casos la retribución de servicios de capellanía. Desde 1911 existe además un departamento de cultos en el Ministerio del Interior. Dentro de este marco, el Estado laico debe tratar a todas las religiones por igual, sin favorecer a ninguna. En términos más amplios, el Estado debe dialogar con todas las convicciones y corrientes de pensamiento”.

En cuanto a la invitación a comprometerse en favor del bien público, dentro del respeto de las leyes de la República, “debe entenderse como una llamada civil, dirigida a todos los ciudadanos, y no solo a los creyentes, ni solo a los creyentes de una religión”.

Vivir plenamente la fe, dentro de la ley

Bianco recuerda que Macron ha hablado en muchas ocasiones sobre laicidad, como candidato a la presidencia de la República y después de su elección. Aduce dos citas de una entrevista que concedió a Le Monde des religions unos días antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales:

“La inmensa mayoría de nuestros conciudadanos están ligados a la laicidad. Por tanto, no creo que esté realmente amenazada. Sin embargo, es innegable que es atacada, cuestionada a diario, por comportamientos sinceros o deliberadamente provocativos. En este punto, es preciso ser muy claros: la única ley es la de la República, y esos comportamientos son inaceptables”.

“Creo en la fuerza de nuestro modelo, del que debemos estar orgullosos colectivamente, porque permite a cada uno vivir plenamente su fe, en el respeto del derecho común. Porque hay pocos países en el mundo donde se puede vivir la propia fe con tanta libertad, afirmar las propias convicciones filosóficas o políticas, siendo conscientes de servir así, más allá de nuestras diferencias, a este país que nos es tan querido: Francia”.

Un balance político

Parecía lógico que, invitado por los obispos, Macron tuviese palabras amables sobre las raíces y la savia cristiana de Francia a lo largo de la historia, prescindiendo de momentos conflictivos en la Revolución, en el conjunto de la Ilustración, o en la propia reacción contra la ley de 1905. Pero esa cortesía resulta inaceptable para la izquierda más radical o para el Gran Oriente de Francia, que se apresuran a fustigar al presidente, como debelador de la tradición laicista de la República.

En realidad, de acuerdo con los sondeos publicados antes y después de las últimas elecciones, no puede decirse que exista ya un “voto católico” en Francia. Las papeletas de los creyentes se reparten en proporciones bastante semejantes a las de sus conciudadanos. Otra cosa es quizá la mayor iniciativa en cuestiones sociales, tanto en el plano social para atender a los más frágiles, como en batallas de fondo, no confesionales, como la famosa manifestación de 1984, que frenó la política educativa de François Mitterrand, o las más recientes del movimiento Manif por tous, que no consiguió evitar la reforma de los preceptos sobre matrimonio civil del viejo Código de Napoleón. Sin olvidar la presencia activa en estos momentos en tantas actividades relacionadas con la futura ley sobre bioética.

Pero da la impresión de que el actual presidente querría evitar confrontaciones, también para limar posibles resistencias a la amplitud de sus reformas. Le Monde concluye en un reciente editorial afirmando que el presidente se dirige menos a la jerarquía (relaciones Iglesia-Estado), que a los católicos (su papel en la sociedad). Querría atraerlos, frente a la posible seducción –más presentida que real, según las encuestas– de la derecha o el Frente Nacional. “En este sentido, el mensaje presidencial es mucho más político que espiritual”. Como señala el filósofo católico Denis Moreau, en una tribuna publicada ese mismo día, “el presidente nos tiende la mano”.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.