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Lustiger sobre Mitterrand

publicado
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En el funeral por François Mitterrand, celebrado en Notre-Dame el 11 de enero, el cardenal arzobispo de París, Jean-Marie Lustiger, pronunció una homilía de la que entresacamos algunos párrafos. El cardenal citó en diversos momentos textos de Mitterrand, aquí en cursiva.

«Una vez roto el cuerpo al borde del infinito, se establece otro tiempo fuera de las medidas comunes… La muerte puede hacer que una persona se convierta en lo que estaba llamada a ser; puede ser, en el sentido pleno del término, un cumplimiento. Y además, ¿no hay en el hombre una parte de eternidad, algo que la muerte alumbra, que hace nacer en otra parte?». A esta pregunta que busca una certeza, me ha respondido el recuerdo de un rostro: el del retrato de San Francisco de Asís que, según dicen sus íntimos, estaba en su biblioteca. En los rasgos del Pobrecito de Asís, aparece el rostro del Mesías crucificado, Príncipe de la Vida. Silenciosamente, responden a la pregunta del que los mira de hito en hito: «¿Cuál era el secreto de su serenidad? ¿De dónde venía la paz que transparentaban sus rostros?». Pues, mientras el espíritu vacila ante el misterio insondable de Dios, no atreviéndose incluso a nombrarlo, en esos hermanos sufrientes aparece la figura de Cristo. (…)

Así, para un hombre de corazón inmerso en el tormento de sus propias contradicciones y dudas, se abre, siguiendo las palabras de Cristo jamás olvidadas, el camino de la liberación, en el que (cito a François Mitterrand) «el misterio de existir y de morir no es aclarado, sino vivido plenamente». (…)

He mezclado a este propósito frases de François Mitterrand, con el riesgo de falta de respeto al misterio de su existencia. Empleo adrede la palabra «misterio» para designar el lugar secreto en el que se condensa la vida de un hombre y de donde surgen los deseos y las ambiciones más contradictorias. (…) ¿Cómo es que no aceptamos descubrir y entender este misterio que nos concierne a todos más que en el momento en que quien lo testimonia desaparece de la escena del mundo? ¿Por qué lo esencial que condiciona la vida de los pueblos y de toda la humanidad tiene hoy tan poco lugar en nuestra civilización? ¿Por qué, según la frase de François Mitterrand, «vivimos en estos tiempos de sequía espiritual en que los hombres, acuciados por la vida, parecen eludir el misterio»? ¿Cómo dejar que brote en nosotros, tal como él nos invitaba, «el gusto de vivir de una fuente esencial»?

Durante unos instantes, el duelo establece el silencio, aparta las apariencias y las palabras vanas impuestas por el artificio de la comunicación que sustituye a la vida. Durante algunos instantes, aparece la vida real para la cual estamos hechos, que debemos amar y respetar: el amor que da la vida. Como dice el apóstol San Juan, «el que no ama permanece en la muerte».

(…) François Mitterrand dio a entender que creía en «la comunión de los santos». En esta invisible comunión, una muchedumbre innumerable comparte el amor que da sentido a la vida de los hombres. Este amor, lo sabemos y lo creemos, es el mismo Dios. Que François Mitterrand encuentre en este pueblo de santos la ayuda, el perdón y el coraje para abrir, al fin, sus ojos a lo invisible.

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