Los psicofármacos, «best sellers» en la sociedad intranquila

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Varios países europeos han puesto en marcha campañas para reducir el consumo de antidepresivos y tranquilizantes. El crecimiento de su prescripción ha sido progresivo en Francia, Gran Bretaña y, en menor medida, en España, durante los últimos diez años. Sin embargo, no es tan sencillo diseñar un plan que facilite la reducción: en las causas del aumento se entrecruzan múltiples factores.

En Francia, un estudio de 2004 muestra que la suma de antidepresivos, ansiolíticos y tranquilizantes ocupa el segundo lugar en ventas, solo por detrás de los analgésicos, y los crecimientos en las principales marcas de estos medicamentos se sitúan entre el 6 y el 8 por ciento anual («Le Monde», 7-09-2006). Si bien es cierto que los franceses son los principales consumidores de psicofármacos (ver Aceprensa 121/04), el consumo solo resulta algo menor en otros países europeos. En España, por ejemplo, el uso de antidepresivos se triplicó entre 1994 y 2004. La OMS (Estudio Esemed-OMS, 2004), que realiza periódicamente estudios sobre salud mental, ya preveía hace dos años que un 14 por ciento de los europeos desarrollarían una depresión fuerte en algún momento de su vida.

Para que las campañas contra el abuso de este tipo de medicamentos sean eficaces hay que ofrecer razones de peso y también tratamientos alternativos. Planes similares, como los dirigidos a rebajar el uso de antibióticos, apelan a su evidente pérdida de eficacia, pues hacen hincapié en el aumento paralelo de las resistencias bacterianas. Sin embargo, las llamadas a un uso racional de los ansiolíticos o los antidepresivos no tienen un reclamo tan inmediato: los efectos nocivos -salvo en ancianos y adolescentes- no se descubrirán más que a largo plazo, puesto que se trata de problemas de cognición y memoria.

Un elemento clave en el consumo es la duración de los tratamientos. Un estudio de la Universidad de Oxford («The Lancet», 2003), en el que se revisaron 31 ensayos clínicos con 4.400 pacientes, ya anunciaba que un tratamiento continuado había reducido un 70 por ciento el riesgo de recaídas y que, por tanto, podía considerarse un buen modo de prevenir. Sin embargo, «aunque está demostrado que los antidepresivos han de mantenerse por lo menos seis meses o un año después de que cesen los síntomas», asegura María Gudín, neuróloga del Hospital Nuestra Señora de Alarcos de Ciudad Real, hay muchas prescripciones abusivas, que no se ajustan a las recomendaciones médicas.

Paliar la ansiedad social

Un estudio realizado en Francia con diez mil usuarios de psicofármacos revela la tendencia a la aparición de dependencia entre estos pacientes («La dependencia de los medicamentos psicotrópicos», Cesames, Inserm, París): crisis pasajeras ligadas al empleo o a los problemas conyugales son los motivos principales de recurso a los fármacos entre los profesionales medios y los directivos de edades comprendidas entre los 35 y los 55 años; en esos casos, los tratamientos suelen ser cortos. Mayor duración y dependencia acompañan a la utilización crónica de psicofármacos ligados a enfermedades orgánicas, como problemas cardiacos o cáncer, o a aquellos que lo hacen por motivos de envejecimiento, duelo o dificultades profesionales. En síntesis, «en muchos de los casos, no se trata tanto de mejorar como de mantenerse», afirma la investigación; «la dependencia se admite y se tolera, incluso por los médicos».

Hay otro grupo de enfermos crónicos, de entre 40 y 50 años, que ni siquiera saben determinar el motivo de su estado depresivo, por lo que el tratamiento acaba convirtiéndose en habitual. Phillipe Pignard, autor del libro «Cómo la depresión se ha convertido en una epidemia», concluye que mientras no se acuerde una definición de depresión, el ámbito de aplicación de estos medicamentos no dejará de extenderse oficiosamente. Muchos de ellos se utilizan para diferentes trastornos relacionados con la angustia, el estrés postraumático y lo que se denomina ampliamente como ansiedad social.

Un informe del Ministerio de Sanidad y Consumo de España (Informe Salud y Género 2005) arroja datos reveladores sobre el uso de estos productos: las mujeres consumen dos veces más tranquilizantes y antidepresivos que los hombres. Esta mayor frecuencia puede significar que presenten más patologías o también que los médicos tiendan a prescribir más a las mujeres, puesto que son las que recurren más al sistema sanitario. Según la investigación, «la existencia de una mayor prevalencia de depresión en mujeres que en hombres se ha encontrado tanto en estudios epidemiológicos como clínicos» y un buen número de trastornos tienen su origen en los cambios de los patrones de convivencia.

«Muchas mujeres compaginan trabajos profesionales complicados con la atención a la familia, sin una ayuda adecuada por parte del marido o de otras personas; eso genera estrés y ansiedad, que se combaten con pastillas y antidepresivos, en lugar de ir a la raíz del problema, que es un cambio de hábitos y comportamientos, reduciendo el estrés a niveles asumibles», señala Gudín.

Más fácil recetar que hablar

El diseño de campañas eficaces para la reducción del consumo requiere como primera medida conocer bien el perfil de los pacientes. Según la OMS, solo el 27 por ciento recibe un tratamiento combinado de fármacos y psicoterapia; el 34 recurre únicamente a medicinas, mientras que el 18 por ciento solo a psicoterapia. Dejando al margen la automedicación, difícil de regular, una propuesta coherente para la reducción de estos medicamentos tendría que llevar aparejada una red más amplia de servicios psicológicos complementarios y eso supondría una inversión de recursos y de personal.

Según Julio Bobes, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo, el alto nivel de consumo de tranquilizantes se debe, entre otras causas, «a trastornos de ansiedad, al impacto de unas exigencias sociales cada vez más competitivas y a los bajos niveles de tolerancia de la frustración». Para María Gudín, «sería más lógico incidir en las causas y promover un fortalecimiento de la vida psíquica de los individuos. Muchas veces se prescriben los antidepresivos en las consultas de atención primaria, porque los médicos de cabecera están sobrecargados y resulta más fácil recetar que hablar con el paciente sobre las causas de su situación: hay múltiples remedios naturales, resortes morales o técnicas de relajación antes que prescribir un fármaco».

M. Ángeles Burguera

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