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Los nuevos caudillos de Latinoamérica

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The Economist (Londres, 6-V-95) observa que en varios países latinoamericanos los partidos pierden importancia política en favor de personalidades fuertes y populares.

Para la mayoría de los europeos occidentales y norteamericanos, la rivalidad entre partidos es parte integrante del sistema democrático. Para muchos electores latinoamericanos, es una cruz.

El mes pasado los peruanos reeligieron presidente a Alberto Fujimori por una abultada mayoría del 64%, contra el 22% para su rival más próximo, y el 4% para el candidato de la APRA, el partido más antiguo y en tiempos más importante de Perú. ¿Y por qué es conocido principalmente Fujimori fuera de su país? Por haber mandado a casa hace tres años a los políticos de partido, que estaban enzarzados en continuas disputas en el Parlamento, y arrogarse poderes cuasi-dictatoriales.

El presidente argentino Carlos Menem (…) ha conseguido cambiar la Constitución para permitir que sea reelegido. (…) En noviembre pasado, el histórico Partido Blanco de Uruguay perdió la presidencia, y la ganó el igualmente histórico Partido Colorado. Enfrentado con una izquierda en ascenso, el nuevo presidente, Julio Sanguinetti, no tardó en acordar con su predecesor blanco un gobierno de coalición para impulsar reformas que antes los colorados habían impedido en el Parlamento (…). Brasil tiene infinidad de partidos, en su mayoría notoriamente indisciplinados. En octubre pasado los electores dieron el triunfo, por mayoría del 54%, a Fernando Henrique Cardoso, un candidato que ni siquiera citaba a su propio partido -que aún hoy no es más que el tercero en número de diputados en el Parlamento- en las trescientas páginas de su manifiesto electoral. Diez meses antes, en Venezuela, los candidatos de los grandes partidos fueron barridos por Rafael Caldera, apoyado por una coalición ad hoc de partidos minúsculos.

Para algunos demócratas, esto es preocupante. La historia política de Latinoamérica está sembrada de caudillos (…). Ante la decadencia de los partidos, ¿vuelve el caudillo civil? (…) Los cinco [Fujimori, Menem, Caldera, Cardoso y Sanguinetti] coinciden en algo: no en ninguna megalomanía personal, sino en que cada uno de ellos ha hecho -o planea hacer- cosas que su electorado considera más importantes que el derecho -y la constante disposición- de los parlamentarios a hacer política de partidos.

Fujimori no se deshizo sólo de la oposición parlamentaria; también domó la inflación y el terrorismo de Sendero Luminoso, dos rasgos de la vida peruana que a sus víctimas preocupaban mucho más que las sutilezas de la democracia parlamentaria. También Menem, tras su elección como presidente en 1989, y Cardoso el año pasado, cuando era ministro de Hacienda, hicieron frente a una inflación desbocada; ambos la derrotaron, fueron recompensados con la gratitud pública y han seguido acometiendo otras tareas igualmente necesarias pero mucho menos populares (…). En Venezuela, la primera tarea de Caldera, a juicio de los electores, era restaurar la honradez en la vida política; la segunda, una vez en el cargo, era poner orden después de una temible crisis de la banca. En Uruguay, Sanguinetti tiene ante sí un largo programa de reformas, desde privatizaciones hasta la enseñanza pasando por la seguridad social.

En un mundo ideal, todas esas cosas se harían mediante la política de partidos y demás mecanismos de la democracia, como unos medios de comunicación y tribunales independientes y honrados. En la Latinoamérica real -y no sólo allí-, los presidentes elegidos tienen que ver cómo hacer lo que los electores quieren, y a veces lo que necesitan pero no quieren, y hacerlo: la democracia requiere hechos y no sólo la expresión de diversas opiniones. En los tiempos de los generales, lo que más necesitaba Latinoamérica era libertad. Hoy los electores piden más a los gobiernos que han elegido: sobre todo, lo que les piden es eficacia.

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