Los norteamericanos trabajan más que antes

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Se supone que cuanto más rico y desarrollado es un país, la población trabaja menos y tiene más ocio. Pero en Estados Unidos, donde la economía crece de modo sostenido y la productividad el año pasado recuperó el primer puesto que le había arrebatado Japón en 1985, la semana laboral en la industria está aumentando desde 1970. Ahora dura 42 horas, la media más larga registrada en los últimos cincuenta años. Y parece que en otros sectores ocurre lo mismo.

En los demás países desarrollados, la tendencia es la contraria. La industria alemana va a reducir la semana laboral de 36 a 35 horas, lo que satisfará una vieja demanda de los sindicatos. Allí, los trabajadores disfrutan de seis semanas anuales de vacaciones pagadas; en Japón empiezan a generalizarse las tres semanas; los norteamericanos se conforman con dos. Así, al final del año los estadounidenses han trabajado un poco más de tiempo incluso que los proverbialmente laboriosos nipones (al menos según los datos oficiales) y, por supuesto, un 15% más que los alemanes.

Eso se debe, en gran parte, a las horas extraordinarias. La dedicación semanal media al trabajo de los empleados industriales norteamericanos incluye 4,6 horas fuera de la jornada establecida. Pero esto no despeja la incógnita fundamental: ¿por qué en Estados Unidos la prosperidad no se traduce en un aumento del ocio?

Aunque no hay una explicación única ni definitiva, casi todas las que se sugieren tienen que ver con las peculiaridades del mercado laboral norteamericano, que se distingue -a diferencia del europeo- por la capacidad para crear más empleos, pero menos seguros y con menos ventajas sociales. Así, se aduce que el crecimiento económico y el aumento de la productividad se han logrado a base de reducciones de plantilla y de una proliferación de empleos «precarios» (de dedicación parcial, temporales, subcontratados) y de baja cualificación (ejemplo clásico: dependientes de hamburgueserías). Esto lleva a una prolongación de la jornada para los empleados cualificados de dedicación completa, que son quienes aumentan la semana laboral media. A lo que quizá contribuya también la debilidad de los sindicatos, incapaces de evitar que las empresas produzcan por el método más barato: menos empleados en nómina y más horas de trabajo para cada uno.

Sin embargo, las encuestas coinciden en señalar que los norteamericanos no quieren trabajar menos. Tal vez sea simplemente para mantener el nivel de vida, pues los salarios reales llevan más de veinte años estancados o en baja. También puede influir la reducción de los impuestos, que permite a los trabajadores norteamericanos quedarse con una proporción mayor de lo que cobran por horas extraordinarias. En cambio, en Alemania casi no vale la pena trabajar más de la cuenta, ya que la hacienda pública se queda con gran parte del pago adicional.

The Economist (22-X-94), al comentar estos datos, propone otra explicación: los norteamericanos aprecian menos el ocio. O tal vez aprecian más el ocio caro, y quieren ganar más dinero para disfrutar de bienes y servicios muy por encima de las necesidades básicas: en fin, el consumismo.

Si todo parecía ya poco claro, un estudio recién publicado ha venido a aumentar la perplejidad. El McKinsey Global Institute, de Washington, contradice las creencias comunes sobre las particularidades de Estados Unidos en relación con el empleo. A partir de sus investigaciones sobre seis países (Alemania, España, Francia, Italia y Japón, además del propio), afirma que de 1980 a 1993 Estados Unidos creó más empleos cualificados por mil trabajadores que Francia o Alemania. Además, sostiene que el problema del paro en Europa no se debe tanto a la «rigidez» del mercado laboral, sino sobre todo al intervencionismo estatal en los mercados de bienes y servicios, así como en las finanzas, que dificulta la formación de empresas.

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