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Los jubilados que viven con sus hijos disponen de más renta

publicado
DURACIÓN LECTURA: 13min.

Estudio de la OCDE sobre el bienestar de las personas mayores
Ante el envejecimiento de la población, los países industrializados se plantean reformar los sistemas de pensiones. Un estudio (1) recién publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) examina la situación actual de los jubilados y trata de prever cómo les afectarán las reformas en marcha o en proyecto. Concluye que los efectos de retrasar el retiro o fomentar las pensiones privadas son dudosos: en la práctica, es más importante el crecimiento económico general que los cambios en el sistema. Y anota, en especial, que la familia sigue siendo una buena seguridad social para los ancianos: están económicamente mejor los que viven con sus hijos.

Los autores del estudio, Bernard Casey (London School of Economics) y Atsuhiro Yamada (Keio University), examinan los casos de nueve países miembros de la OCDE: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Finlandia, Gran Bretaña, Holanda, Italia, Japón y Suecia. La falta de datos completos de todos los Estados adheridos a la organización obligaba a tomar solo una muestra. La elegida incluye naciones americanas y europeas, entre estas algunas nórdicas, que se distinguen por el elevado nivel de protección social.

Que esté incluido Japón tiene particular interés. Japón es un caso especial entre las naciones industrializadas, por la alta proporción de mayores que viven con sus hijos. Además, el estudio no se basa en datos sobre hogares; el punto de referencia son los ingresos y demás recursos de los mayores, tomados individualmente. Esto facilita distinguir cuánto proviene de los medios que recibe cada persona y cuánto de las economías de escala que se producen en todo hogar. Así se puede apreciar las diferencias de bienestar entre vivir solo y vivir en familia.

Vida más austera

Con datos de mediados de la década pasada, resulta que en la mayoría de los países estudiados los mayores de 65 años tienen ingresos equivalentes al 70-80% de los ingresos de la población activa (18-64 años): un nivel bastante aceptable.

Pero la situación varía según los sexos y las edades. Las mujeres mayores de 65 años tienen ingresos individuales unos diez puntos inferiores a los de los hombres de la misma edad. Similar diferencia se da entre los mayores de 75 años y los de 65-74 años. De todas formas, aún no ha pasado tiempo suficiente para calibrar bien el descenso de renta a partir de los 75 años, pues quienes ahora tienen esta edad se jubilaron, en general, con pensiones más bajas que los retirados más tarde. Solo está claro que, hoy por hoy, los más viejos están peor que los demás jubilados. La excepción es Japón, donde los mayores de 75 años tienen prácticamente la misma renta individual (80% de los ingresos medios de la población activa) que los de 65-74 años (81%). La singularidad se debe a que muchos ancianos japoneses se benefician de vivir con los hijos.

De todas formas, la jubilación también reduce gastos. Por ejemplo, una persona mayor que vive sola gasta en transporte entre el 20% y el 50% -según los países- de lo que gasta un matrimonio joven. La disminución de otros gastos, como alimentación (20-30% menos) o esparcimiento (25-50% menos), puede responder tanto a las menores necesidades como a las menores posibilidades. Así pues, los mayores llevan una vida más austera, si bien es muy difícil determinar en qué medida la reducción del consumo delata una reducción del bienestar efectivo.

Más pobres entre los mayores

Cuando se quiere conocer el reparto de la riqueza en un país, se suele dividir la población en cinco partes iguales, de mayor a menor renta. La razón entre la renta media del 20% más rico y la del 20% más pobre da una medida, muy usada, de la desigualdad. Casey y Yamada emplean estos datos de otra manera. Si los mayores no fueran ni más ricos ni más pobres que la población total, en cada tramo de renta habría un 20% de mayores. Por tanto, examinar en qué tramos están sobrerrepresentados los mayores permite comprobar si son un grupo desfavorecido.

En los nueve países, las personas de 65-74 años están sobrerrepresentadas en los dos tramos inferiores de renta: es decir, en esos grupos están más del 40% de los mayores (ver tabla 1). Suecia es el único país donde los mayores no están sobrerrepresentados en el tramo más bajo, pero registra la segunda proporción más alta en el tramo siguiente.

Entre los mayores de 75 años ocurre lo mismo, solo que la desigualdad es más fuerte. Además, los mayores se concentran en el grupo más bajo, menos en Italia y Suecia. Esto confirma que los más viejos están peor, con la salvedad de Japón. Los italianos presentan porcentajes bastante próximos a la igualdad en los dos grupos.

En el otro extremo, con la desigualdad más fuerte en contra de los mayores, está Gran Bretaña, país con protección social relativamente débil. Pero es ilustrativo que también en Holanda, Finlandia y Suecia, que tienen Estados del bienestar muy desarrollados, los mayores de 75 años (y aun los de 65-74 años, en los dos primeros casos) estén muy concentrados en los tramos bajos de renta. En Suecia, esto se compensa con mayores ayudas en especie (atención médica, etc.). Pero no en Finlandia ni en Holanda, donde el valor de estas transferencias no es alta en comparación con los otros países, como el estudio señala en otro lugar. Y en Japón, las ayudas en especie son las más elevadas después de Suecia.

Ventajas de vivir con la familia

¿Qué tienen en común Italia y Japón? Son los dos países donde es más frecuente que los mayores vivan con los hijos, lo que incrementa la renta disponible para cada persona mayor. Es el efecto natural de las economías de escala que disfrutan quienes conviven en una misma casa.

La proporción de personas en hogares con tres o más miembros disminuye de modo continuo desde los 40-50 años en todos los países menos Japón, donde vuelve a crecer a partir de los 65 años. En Italia es el porcentaje de los que viven en hogares de cuatro o más miembros el que vuelve a crecer en ese momento.

Así, en todos los países excepto Italia y Japón, al menos el 30% de los mayores de 70 años viven solos, y la mayor parte (entre el 40% y el 55%) viven en pareja. La proporción de los que viven en hogares de más de tres miembros es despreciable. En cambio, en Italia los mayores de 70 años en hogares de cuatro o más personas se acercan al 20%, y en Japón son el 40% entre los 70 y 74 años, y el 45% a partir de los 75.

La sima de las viudas

Casey y Yamada señalan que la mayor parte de los mayores que viven solos son mujeres. De modo que las viudas o divorciadas forman la categoría más desfavorecida de las personas mayores (ver tabla 2). En cambio, los mayores de 75 años sin cónyuge que viven con parientes están subrepresentados en el tramo más bajo de ingresos.

En efecto, para una mujer mayor quedarse sola supone un descenso importante de renta, de entre un quinto y un tercio en casi todos los países (excepción, Alemania: -7%). Y eso, a pesar de que no faltan compensaciones. Las desgravaciones fiscales y las ayudas favorecen a las viudas. Por el contrario, donde las pensiones privadas son importantes (Estados Unidos, Holanda, Gran Bretaña…), como suelen suscribirlas los maridos, las viudas las pierden. Pero las causas principales del descenso de renta son la pérdida de ingresos correspondientes al marido y, sobre todo, de las economías de escala, que aumentan la renta individual disponible casi un 30%.

La creciente proporción de mayores que viven solos es motivo de preocupación. En parte, es síntoma de algo positivo: gracias a los modernos sistemas de pensiones, los mayores han alcanzado independencia económica. Pero también es consecuencia de la desintegración familiar traída por el divorcio, y de la baja natalidad. En cualquier caso, el declive de los hogares de más de dos generaciones significa que habrá cada vez más personas mayores necesitadas de atención por parte de instituciones públicas o privadas. Esto exige financiación adicional, y estudiar en qué medida se puede pedir a los mismos mayores que contribuyan a los gastos, a costa de su renta pasada o presente.

Y como en todo caso vivir sin familia priva de los beneficios de las economías de escala, Casey y Yamada proponen buscar nuevas fórmulas de vivienda para los mayores. Por ejemplo, si un jubilado es propietario de su casa, y llega un momento en que no puede mantenerla o sus limitaciones físicas le impiden seguir viviendo allí, se podría facilitarle mudarse a otra, quizá a un edificio de pisos adaptados a personas con problemas de movilidad y con servicios comunes para los mayores. Pero sería necesario que la nueva casa se ofreciera a precio razonable, para que el interesado pudiera sostener la nueva con la venta de la antigua. Otra idea, para los que no necesitan mudarse, sería promover fórmulas de «hipotecas inversas» (vender la casa por adelantado y a plazos, y seguir ocupándola mientras se viva). Claro que tales hipotecas habrían de estar libres del defecto común de los actuales contratos privados de este tipo: que suponen una longevidad superior a la media, de modo que rinden anualidades demasiado bajas.

Se necesita flexibilidad

Una finalidad principal del estudio es examinar cómo se puede asegurar el bienestar de los mayores, ahora que su número aumenta y muchos países se plantean reformar los sistemas de protección. Las propuestas más comunes son reducir las pensiones públicas, desalentar las jubilaciones anticipadas y fomentar las pensiones privadas. Casey y Yamada concluyen que esos cambios podrían aumentar el bienestar de los mayores si se les permitiera flexibilidad para combinar distintas fuentes de ingresos. Pero podrían ser perjudiciales en caso contrario, o si se da mayor peso a las ayudas condicionadas a la renta.

La extensión de las pensiones privadas no mejora la situación de los mayores si -como es frecuente- solo compensa las rebajas de las pensiones públicas o si los ingresos adicionales se gravan con mayores impuestos. Algo similar cabe decir del retraso de la jubilación (ver abajo: «¿Vale la pena seguir trabajando después de los 65?»).

Recordemos que los ingresos individuales medios de los mayores en los nueve países son el 70-80% de los ingresos medios de la población activa. Según los autores del estudio, la similitud entre países muy diferentes por otros conceptos (nivel de gasto público en pensiones, edad media de jubilación efectiva, importancia relativa de las pensiones privadas…) indica que las distintas protecciones a los mayores no se acumulan, sino más bien son alternativas. Esto concuerda con el notable efecto nivelador de los sistemas fiscales y de las prestaciones condicionadas a la renta. Y significa que las reformas centradas en un aspecto del sistema apenas tendrán consecuencias sobre el bienestar de los mayores: lo que ganen por un lado, lo perderán por otro. A este propósito, los autores señalan que el ligero incremento de las tasas de actividad en personas mayores, registrado en algunos países en los últimos años, no parece deberse a las medidas dirigidas a restringir la jubilación anticipada. Más bien responde a la vitalidad de la economía, que ha impulsado la demanda de mano de obra. En suma, a juicio de Casey y Yamada, lo más decisivo para la atención de los mayores es que crezca la riqueza del país.

_________________________________________-(1) Bernard Casey y Atsuhiro Yamada. Getting older, getting poorer? A study of the earnings, pensions, assets and living arrangements of older people in nine countries. OCDE. París (2002). 70 págs. Disponible en http://www.oecd.org/ageing.¿Vale la pena seguir trabajando después de los 65?

Trabajar pasados los 65 años es muy minoritario en todos los países examinados, excepto Japón, donde permanecen activas la mitad de las personas de 65-69 años. En las otras ocho naciones, las tasas oscilan entre el 2% de Finlandia y el 28% de Estados Unidos. En general, cuanto menor es la tasa de actividad después de los 65, menor es también a edades más tempranas. Fuera de Japón, las personas de 60-64 años jubiladas son por lo menos el 40% (Estados Unidos, Suecia); en Finlandia llegan al 78%. Este país es el segundo con mayor tasa de prejubilados en el tramo de 55-59 años (35%), después de Italia (39%).

Si se examina la distribución por tramos de ingresos, se ve que las personas de 60-64 años que aún trabajan están claramente mejor que los jubilados de las mismas edades, excepto en Finlandia, Italia y Suecia, donde hay fuertes incentivos para retirarse antes. En los países donde se puede trabajar y cobrar pensión a la vez, las personas en esta situación también tienen más ingresos que los pensionistas normales, aunque no tan altos como quienes aún siguen activos y no tienen pensión.

Pero esto se refiere a la situación actual; no dice qué efecto tendría cambiarla. Para tratar de determinarlo, Casey y Yamada hacen una simulación: ¿qué ocurriría si un país pasara a tener una tasa de actividad entre las personas mayores tan alta como la de Japón o tan baja como la de Finlandia (los dos extremos de la muestra)? Se trata de un «experimento mental» cuyos resultados no pueden ser totalmente ciertos, pero sí orientativos.

Si el modelo japonés fuera adoptado por los otros ocho países, los ingresos brutos medios de las personas de 55-69 años se incrementarían considerablemente. Pero, descontados los impuestos y las cotizaciones a la Seguridad Social, la ganancia neta queda drásticamente reducida. Sería solo modesta en Finlandia (+10%), Alemania (+12%), Holanda (+13%) e Italia (+17%), países donde está muy extendida la jubilación anticipada; sería negativa en Suecia (-2%), y muy pequeña en los demás casos.

Con tasas de actividad como la de Finlandia, los ingresos brutos descenderían en casi todos los países, pero el sistema fiscal y la Seguridad Social aliviarían el resultado final. La pérdida sería, como máximo, del 9% (Japón). Incluso, italianos y holandeses saldrían ganando un poco (+6% y +8%, respectivamente), si se retiraran aún más pronto que ahora.

En suma, deducen los autores, los sistemas de impuestos y de prestaciones sociales tienden a neutralizar los efectos de las reformas en las pautas de transición desde el trabajo al retiro. Si no median otros cambios, seguir trabajando después de los 65 años no saldría muy rentable.

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