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«Los intereses de la mujer occidental no siempre coinciden con los de la mujer del Tercer Mundo»

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Oslo. Entre los miembros de la delegación de la Santa Sede en la Conferencia de Pekín estaba la noruega Janne Haaland Matlary. Como Doctora en Ciencias Sociales, periodista experta en relaciones internacionales y madre de cuatro hijos, muestra con su misma vida que trabajo y familia no son incompatibles para la mujer moderna. Conversa al catolicismo, ya antes de la conferencia había tenido un papel de primer plano en la prensa noruega explicando la visión de la Iglesia católica sobre la dignidad de la mujer. A la vuelta de Pekín, nos cuenta sus impresiones sobre la conferencia.

– Una de las críticas hechas al borrador de la Plataforma de Acción era que en puntos claves reflejaba los criterios de algunos grupos feministas occidentales, que pretendían ponerse como modelo al mundo. ¿Hasta qué punto se ha corregido esto durante la conferencia?

– Los intereses de la mujer occidental no son necesariamente los intereses de la mujer del Tercer Mundo. Por eso es un error poner el modelo occidental como un modelo de desarrollo para todos. En el fondo, en todo esto subyace un temor de Occidente: y es que en el año 2020 el 80% de las mujeres serán de lo que ahora consideramos Tercer Mundo.

Las mujeres occidentales estaban de hecho más pendientes de sus propios intereses que de remediar la situación de la mayoría de las mujeres en los países pobres. A pesar de que la conferencia de Pekín no tenía competencias para crear nuevos derechos, los grupos feministas radicales de Occidente, de Europa, insistían, por ejemplo, en conseguir el aborto como un derecho universal, cuando es un asunto que compete a las leyes de cada país. También se centró más la discusión en aspectos de la salud sexual que en la salud general, cuando problemas mucho más graves del Tercer Mundo, como las diferentes enfermedades tropicales, no llegaron siquiera a ser tema de debate. Pero gracias a que las mujeres occidentales se cerraron de alguna manera en sus posturas, salieron ganando negociadores con más experiencia y con otros puntos de vista. Las delegadas de la Santa Sede hicieron hincapié, entre otras cosas, en que la Iglesia católica está totalmente a favor de la igualdad jurídica y económica entre el hombre y la mujer, y que tanto el hombre como la mujer tienen que poder elegir si quieren trabajar en casa o fuera. También se rechazó la idea de reconocer una orientación sexual distinta a la existencia de dos sexos.

– Casi cuarenta países -más de los que se esperaba- han manifestado sus reservas al documento final, especialmente en lo que se refiere a la «salud reproductiva» y al aborto. ¿No implica esto que hay grandes discrepancias en el modo de entender los derechos de la mujer en este campo?

– Efectivamente, hay grandes discrepancias en este punto, y hay que ver el problema en su contexto. La Santa Sede da un enfoque ético a los problemas planteados en Pekín. Por eso gran parte de mi labor -dentro del grupo de los derechos humanos- era negociar hasta las tantas de la madrugada, defendiendo todos los derechos humanos, también el derecho de la familia como unidad básica de la sociedad, el derecho de los padres a vigilar la salud y las decisiones de los hijos adolescentes. Había que evitar el lenguaje que pudiera parecer un respaldo legal a la relación homosexual, y lo que supusiera trivializar la familia tradicional y la maternidad. Después debía hallar aliadas entre otras delegaciones, de modo que estas posturas pudieran constar en el documento final.

– Esta vez la delegación vaticana estaba formada en gran parte por mujeres -14 sobre un total de 22- y dirigida por una de ellas. ¿En qué medida ha contribuido esto a explicar la visión católica sobre la mujer?

– Esta composición de la delegación vaticana tuvo como fin primario colaborar mejor en la conferencia. De este modo, la cabeza de la delegación, la catedrática de Derecho estadounidense, Mary Ann Glendon, planteó la necesidad de luchar por los derechos de la mujer también en el hogar y subrayó la necesidad de la paternidad responsable. Diré, a modo de ejemplo, que una periodista salió muy sorprendida, positivamente, de un debate en el que los delegados de la Santa Sede habían planteado la necesidad de que los hombres colaboren más en las tareas domésticas. En suma, creo que ha servido para dar una visión más positiva de la mujer católica, cambiando los enfoques negativos que se difundieron en la conferencia de El Cairo.

Yo he insistido en que el hombre y la mujer son diferentes, pero iguales en dignidad, y que el cristianismo constituye una fuerza liberadora para la mujer. Ha habido mujeres líderes en la Iglesia desde siempre y las mujeres han tenido el mismo acceso a la educación en las instituciones católicas de enseñanza. Hay mujeres en la curia, pero puede y debe haber muchas más.

– ¿Tiene el documento de Pekín importancia política?

– Sí y no. Por una parte, la mayoría de los hombres con responsabilidades políticas no lo han considerado importante. Para las mujeres de los países en desarrollo, tampoco tiene mucha importancia, porque las conclusiones son demasiado vagas y generales. Pero será importante en la medida en que influya en el sistema de Naciones Unidas, que es donde se definen los problemas. La ONU es importante, porque crea una unidad en la comprensión de las causas de los problemas generales.

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