Los héroes ¿nacen o se hacen?

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No nos referimos aquí al origen del superhéroe -la causa de los superpoderes-, sino del proceso por el que un personaje con superpoderes termina convertido en superhéroe. En esa ficción, los poderes pueden ser innatos (o de origen extraterrestre), aparecer de modo fortuito (casi siempre por cuestiones de biotecnología fuera de control) o tener un origen inexplicado (forma parte del misterio que envuelve su identidad). También puede apuntarse un suceso que actúe como detonante —como ya se ha comentado, abundan los superhéroes con una agenda de venganza disfrazada de justicia—; pero, como señalaba Sánchez Escalonilla en el título de su libro, un héroe se forja. Según sea la catadura moral de la «persona», así será luego el «héroe».

Cuando falta, el héroe parece desvalido —o herido— y sin norte, inclinado al error, incapaz de ajustarse a la misión para la que ha sido designado. Sucede con Spider-Man, con el último Batman, y hasta con Águila Roja y con todos los que pierden o rechazan la figura del mentor. Con la misión y los poderes especiales viene siempre —¿un guiño a la providencia o una simple casualidad?— el sabio, guerrero o hechicero que instruirá y enderezará al héroe. Cuando falta, como sucede con los modernos superhéroes de Heroes y, especialmente, en Los protegidos, se echa de menos en el desarrollo del personaje.

Quizá una de las mayores diferencias entre el héroe clásico y el moderno esté precisamente en el modo en que se forja el héroe: el paso del «para qué sirven» los superpoderes al más completo de «a quién sirven». En la actualidad, muchos superhéroes parecen haber perdido la noción de sacrificio y autodominio, se han convertido en «héroes absolutos»: es el caso de Batman en The Dark Knight, que termina rechazado por su mentor y colaborador cuando rebasa el límite de lo ético, aunque sea por una buena causa. También es el caso de personajes como Iron Man o Ghost Rider, que transgreden todo tipo de normas cuando se trata de hacer justicia o, con mayor frecuencia, de ejecutar una venganza.

Justicia y venganza son dos referentes ambiguos para esos superhéroes que se saltan las normas morales por las que se rige la humanidad… para salvar a la humanidad. Es la tentación del atajo: soluciones fáciles y rápidas, sobre todo en cuestiones éticas, porque no queremos reflexionar (falta madurez). Y la tentación del apaño: viajar al pasado para corregir las consecuencias de nuestros actos, porque no queremos rectificar en el presente y asumir esos errores (falta responsabilidad).

En nuestra sociedad, que confunde a menudo la satisfacción del deseo con la afirmación personal o con una manifestación de independencia, el autodominio que debería caracterizar al superhéroe acaba mermado. Los «héroes absolutos», como el superhombre de Nietzsche, no conocen límites —poco queda de templanza en el moderno héroe de acción—; pero el héroe verdadero conoce el alcance de su misión y sabe que «con mayor poder viene una mayor responsabilidad».

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