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Los documentos del Magisterio y el disenso público

publicado
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Ante el «cristianismo a la carta»
Los documentos del Magisterio y el disenso público La historia es antigua, pero ha vuelto a repetirse ante los pronunciamientos del Magisterio de la Iglesia católica sobre la ordenación de mujeres o las enseñanzas morales de algunas encíclicas: los discrepantes dentro de la Iglesia alegan que no son doctrinas definitivas, porque no han sido propuestas de modo infalible como dogmas de fe. Para aclararlo, Monseñor Tarcisio Bertone, secretario de la Congregación para la doctrina de la fe, escribe un largo artículo en L’Osservatore Romano (edición española, 3-I-97). Seleccionamos una serie de párrafos, precedidos con preguntas elaboradas por nuestra redacción.

¿Qué ideas distorsionan entre fieles la recepción del Magisterio?

En primer lugar, se debe señalar la tendencia a medirlo todo con el metro de la distinción entre «Magisterio infalible» y «Magisterio falible». De este modo, la infalibilidad se convierte en la medida principal de todos los problemas de autoridad, hasta el punto de que se sustituye de hecho el concepto de autoridad por el de infalibilidad. Además, se confunde a menudo la cuestión de la infalibilidad del Magisterio con la cuestión de la verdad de la doctrina, suponiendo que la infalibilidad es la característica previa de la verdad y de la inmutabilidad de una doctrina, y haciendo que la verdad y la índole definitiva de una doctrina dependa de la infalibilidad o falibilidad del pronunciamiento magisterial.

En realidad, la verdad e inmutabilidad de una doctrina depende del depositum fidei, transmitido por la Escritura y la Tradición, mientras que la infalibilidad se refiere sólo al grado de certeza del acto de la enseñanza magisterial. En las diversas actitudes críticas con respecto a los recientes documentos del Magisterio se olvida también que la índole infalible de una enseñanza y la índole definitiva e irrevocable del asenso debido a la misma no es una prerrogativa que competa sólo a lo que ha sido «definido» de modo solemne por el Romano Pontífice o por un concilio ecuménico. Cuando los diversos obispos dispersos por el mundo, en comunión con el Sucesor de Pedro, enseñan una doctrina que se ha de tener como definitiva (cf. Lumen Gentium 25, 2) gozan de la misma infalibilidad, propia del magisterio del Papa ex cathedra o del Concilio.

Pero las enseñanzas del Magisterio no tienen siempre el mismo grado de autoridad.

Aunque la autoridad de las enseñanzas del Magisterio admite grados diversos entre sí, eso no implica que la autoridad de un grado menor se pueda considerar como una opinión teológica, o que, fuera del ámbito de la infalibilidad, sólo cuenten las argumentaciones y resulte imposible una certeza común de la Iglesia en materia doctrinal.

Definiciones definitivas, que no solemnes

Cuando una enseñanza se propone sin recurrir a una definición solemne, ¿quiere decir que es siempre reformable?

Esa idea carece de fundamento y manifiesta una errónea comprensión de la doctrina de la Iglesia católica sobre el Magisterio. (…) El Magisterio puede proclamar una doctrina como definitiva -es decir, que ha de creerse con fe divina o ha de tenerse de modo definitivo- mediante un pronunciamiento solemne del Papa ex cathedra o de un concilio ecuménico. Sin embargo, el Magisterio ordinario pontificio puede enseñar como definitiva una doctrina en cuanto es constantemente conservada y mantenida por la Tradición y transmitida por el Magisterio ordinario universal. El ejercicio del carisma de la infalibilidad en este último caso no se configura como acto definitorio del Papa, sino que concierne al Magisterio ordinario y universal, que el Papa recoge con su pronunciamiento formal de confirmación y de reafirmación (por lo general, en una encíclica o carta apostólica).

Sostener que el Papa debe intervenir necesariamente con una definición ex cathedra cada vez que quiera declarar como definitiva una doctrina equivaldría implícitamente a devaluar el Magisterio ordinario y universal, y la infalibilidad quedaría reservada sólo a las definiciones solemnes del Papa o de un concilio. Pero eso está en contraste con las enseñanzas de los concilios Vaticano I y del Vaticano II, que atribuyen índole infalible también a las enseñanzas del Magisterio ordinario y universal. (…) Por consiguiente, es esencial conservar el principio según el cual una enseñanza puede ser propuesta de forma infalible por el Magisterio ordinario y universal, incluso con un acto que no tiene la forma solemne de una definición.

El consenso unánime de los obispos

Algunos plantean una condición para que el Magisterio ordinario reconozca una doctrina como revelada o como definitiva: que se manifieste de forma explícita el consenso unánime del episcopado no sólo para proponer una afirmación determinada, sino también para declarar su carácter definitivamente vinculante. Y dudan de que esta condición se dé en algunos casos.

El Magisterio ordinario y universal consiste en el anuncio unánime de los obispos en unión con el Papa. Se expresa en lo que todos los obispos (incluido el Obispo de Roma, que es la cabeza del Colegio) testimonian en común. (…) «Este Magisterio ordinario es, así, la forma normal de infalibilidad de la Iglesia» (Ratzinger). De ahí se sigue que no es necesario que todo lo que forma parte de la fe deba convertirse explícitamente en dogma; por el contrario, es normal que la sola unanimidad del anuncio -que no sólo incluye palabras, sino también hechos- proponga la verdad; el relieve particular y explícito de la definición dogmática es propiamente un caso extraordinario, provocado generalmente por motivos completamente particulares y muy precisos. (…) Además, el consenso moralmente unánime abarca todas las épocas de la Iglesia y sólo si se tiene en cuenta esta totalidad se permanece en la fidelidad a los Apóstoles. «Si en alguna parte -observa en un ensayo el Card. Ratzinger- se formara una mayoría contra la fe de la Iglesia de otros tiempos, no se trataría efectivamente de una mayoría».

El valor de la Tradición

En el caso de la reserva del Orden sacerdotal a los varones y en las enseñanzas morales de las encíclicas «Evangelium vitae» y «Veritatis splendor», ¿se trataría de enseñanzas irreformables?

En las encíclicas Veritatis splendor y Evangelium vitae, al igual que en la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, el Romano Pontífice quiso, aunque no de forma solemne, confirmar y reafirmar doctrinas que pertenecen a la enseñanza del Magisterio ordinario y universal y que, por consiguiente, han de tenerse como definitivas e irrevocables.

La carta apostólica Ordinatio sacerdotalis confirmó que esa doctrina es conservada por la constante y universal Tradición de la Iglesia y ha sido enseñada con firmeza por el Magisterio en los documentos más recientes. (…) En este caso específico, con unanimidad y estabilidad la Iglesia no ha considerado nunca que las mujeres pudieran recibir válidamente la ordenación sacerdotal, y esta misma unanimidad y estabilidad revela no una decisión de la Iglesia, sino su obediencia y dependencia de la voluntad de Cristo y los Apóstoles. Por consiguiente, en la Tradición universal en esta materia, con sus características de estabilidad y unanimidad, se descubre una objetiva enseñanza magisterial definitiva y vinculante de modo incondicional.

El mismo criterio se debe aplicar también en el caso de otras doctrinas referentes a las normas morales universales: matar a un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral; el aborto es siempre gravemente inmoral; el adulterio o la calumnia es siempre un mal… Estas doctrinas, aunque hasta ahora no hayan sido declaradas con juicio solemne, pertenecen a la fe de la Iglesia y son propuestas de forma infalible por el Magisterio ordinario universal.

En resumen, ¿qué se requiere para que se pueda hablar de «Magisterio ordinario y universal infalible»?

Para que se pueda hablar de Magisterio ordinario y universal infalible, se debe exigir que el consenso entre los obispos tenga como objeto una enseñanza propuesta como formalmente revelada o como ciertamente verdadera e indudable, y, por tanto, capaz de exigir de los fieles un asenso pleno e irrenunciable.

Se puede aceptar la exigencia de la teología de hacer análisis esmerados buscando motivar la existencia de ese consenso o acuerdo. Pero no tiene fundamento la interpretación según la cual la verificación de una enseñanza infalible del Magisterio ordinario y universal requiere también una particular formalidad al declarar dicha doctrina. De lo contrario, se caería en el caso de la definición solemne del Papa o del concilio ecuménico.

Causas y soluciones del disenso

¿Cuáles son las principales causas del disenso público, de la oposición sistemática de algunos grupos frente a la fe que asienta el Magisterio de la Iglesia?

No se puede olvidar el dato de fondo, que se presenta como primario: la verdadera raíz del disenso es una crisis de fe. Por ello, es preciso hacer todo lo posible por fortalecer la vida de fe, como dimensión prioritaria de la acción pastoral de la Iglesia. Y ese fortalecimiento de la fe exige y supone el llamamiento a una conversión interior mayor y cada vez más profunda.

La crisis espiritual de fe conlleva como una de sus manifestaciones la crisis de la autoridad del Magisterio, que es crisis en la autoridad de la Iglesia fundada en la voluntad divina. Se opone de forma artificiosa la autoridad y la libertad, separándolas de la cuestión de la verdad.

¿Qué remedios sugiere ante tal crisis de fe?

El remedio primario parece que ha de encontrarse en el esfuerzo por promover una formación espiritual, doctrinal e intelectual seria y de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia. A este respecto, se pueden poner de relieve algunos elementos importantes:

ante todo, la necesidad de una formación teológica orgánica y sistemática; la creciente especialización de la teología tiende a una fragmentación de la misma, hasta el punto de convertir la teología en una colección de teologías. (…);

la necesidad de una sana formación filosófica, en la que sea irrenunciable la instancia metafísica, que hoy brilla por su ausencia en muchos centros de estudio (…);

la necesidad de armonizar nuevamente la exigencia de salvaguardar el derecho del individuo con la exigencia de conservar y tutelar el derecho de la comunidad y del pueblo de Dios a la verdadera fe y al bien común (…);

la urgencia de formar una opinión pública eclesial de acuerdo con la identidad católica, que no dependa de la opinión pública laicista que se refleja en los medios de comunicación social.

¿Cuál es la responsabilidad de los obispos en esta tarea de custodia del Magisterio?

Desde el punto de vista disciplinar, resulta sumamente oportuno recordar que los obispos tienen el deber de aplicar de modo efectivo la disciplina normativa de la Iglesia (…). La aplicación de la disciplina eclesiástica no constituye una negación ni un obstáculo para la verdadera libertad y para la obediencia al Espíritu, sino que es instrumento indispensable para la comunión efectiva y ordenada. La aplicación de la norma canónica resulta, por tanto, una protección concreta en favor de los creyentes contra las falsificaciones de la doctrina revelada y contra la adulteración de la fe, provocada por el «espíritu del mundo» que se quiere presentar como voz del Espíritu Santo.

La libertad y el papel de los teólogos

¿Hay oposición entre la libertad del teólogo y el Magisterio?

En palabras dirigidas a los miembros de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Juan Pablo II decía en 1995: «La unidad de la fe en función de la cual el Magisterio tiene la autoridad y la potestad deliberativa última en la interpretación de la palabra de Dios escrita y trasmitida, es valor primario que, si se respeta, no ahoga la investigación teológica, sino que la confiere un fundamento estable.

«En su tarea de explicitar el contenido inteligible de la fe, la teología expresa la orientación intrínseca de la inteligencia humana hacia la verdad y la exigencia insuprimible del creyente de explorar racionalmente el misterio revelado.

«Para alcanzar esa finalidad, la teología jamás puede reducirse a la reflexión privada de un teólogo o de un grupo de teólogos. El ambiente vital del teólogo es la Iglesia, y la teología, para permanecer fiel a su identidad, no puede menos de participar íntimamente en el entramado de la vida de la Iglesia, de su doctrina, de su santidad, de su oración.

«En este contexto, resulta plenamente comprensible y perfectamente coherente con la lógica de la fe cristiana la persuasión de que la teología tiene necesidad de la palabra viva y clarificadora del Magisterio. El significado del Magisterio de la Iglesia ha de considerarse en orden a la verdad de la doctrina cristiana».

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