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López Obrador: favorito con un precario equilibrio

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Guadalajara (México).— El próximo 1 de julio se llevarán a cabo las elecciones presidenciales en México. El período presidencial abarca 6 años, e incluye tanto la jefatura de estado como la de gobierno; no se permite un segundo mandato. En esta elección el clima político y social es muy distinto al de hace seis o doce años, cuando el candidato ahora puntero, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), también compitió por la presidencia.

López Obrador comenzó su carrera política en su juventud, como miembro del Partido Revolucionario Institucional (PRI); fue presidente del mismo partido en su natal Tabasco. Su carrera política despegó cuando ingresó al Partido de izquierda, el de la Revolución Democrática (PRD), del que más adelante se convertiría en su dirigente nacional. En el 2000 ganó las elecciones para jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, hoy Ciudad de México. Ese cargo lo proyectó como actor nacional y desde el 2006 ha sido el candidato de la izquierda. Ese año, casi logra ganar la presidencia.

Del tono bronco a la República Amorosa

En aquella ocasión, su discurso se percibía como duro, firme y, en ocasiones, hasta violento contra la clase empresarial, los políticos oligarcas (como él llama a sus rivales); fue especialmente crítico –y con razón– contra el régimen de corrupción representado por el PRI. Desde entonces sus posturas no permiten matices: los buenos –a quienes abandera– y los malos –el resto–; pobres por liberar y ricos que los oprimen; redentores y enemigos. Un discurso similar al que encumbró al Presidente Chávez en Venezuela.

El principal contrincante de AMLO en esos comicios, el entonces candidato del Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón Hinojosa, capitalizó el miedo contra un futuro similar al del país sudamericano, lo que le permitió al PAN retener la presidencia por muy poco margen. López Obrador alegó fraude electoral, incluso se proclamó el Presidente Legítimo de México en una simbólica toma de protesta.

En temas sociales controvertidos, AMLO ha mantenido un discurso ambiguo y plagado de frases hechas

Para la elección de 2012, López Obrador también competiría como candidato presidencial, aunque con un escenario muy distinto. Como sabía que su discurso violento y maniqueo no le favorecía, en su segundo intento diseñó una estrategia de “amor y paz”. Defendía una “República Amorosa” de valores como el perdón, la fraternidad y la solidaridad. La realidad se impuso y el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, mantuvo en todo momento la preferencia en prácticamente todas las encuestas y sondeos que se realizaban al respecto. El PAN, ya en el gobierno dos sexenios, se había desgastado ante el electorado e internamente.

Hartos de la violencia y la corrupción

Ahora, en 2018, López Obrador busca por tercera ocasión lo que parece su sueño frustrado, su anhelo, su deseo más profundo: la presidencia de México. Tras un sexenio plagado de escándalos de corrupción, con una violencia que no disminuye y con una sociedad cada vez más molesta, el Peje –como se le apoda– parece que ahora sí ganará la elección. Los votantes están cansados del PRI y no parecen muy dispuestos a darle otra oportunidad al PAN.

Pero esta vez, López Obrador parece haber aprendido de sus errores: ha incluido en su coalición de izquierda a un partido fundado por evangélicos; ha recibido entre sus filas a antiguos miembros del PAN, descontentos con los actuales dirigentes. Su discurso sigue conciliador en la forma –como en 2012–, pero conflictivo con cualquier disenso –como en 2006–. Ni los analistas, ni sus propios votantes se logran hacer una idea de cómo operará una coalición compuesta por personas con ideologías tan contrastantes. Para ser honestos, el PAN –tradicional partido de derechas– se coaligó con el PRD –tradicional partido de izquierdas– y otros partidos y candidatos con agendas opuestas.

A muchos simpatizantes de izquierda tampoco les ha caído bien su alianza, ni la ambigüedad con la que ha explicado sus convicciones en temas de tensión cultural como el aborto, la redefinición del matrimonio, separación Iglesia-Estado, etc. Más aún, porque sus explicaciones son elementales y plagadas de frases hechas propias del discurso político de su juventud: la mejor política exterior es la interior; el mejor tratado de libre comercio consiste en fortalecer la economía interna y la autonomía alimentaria; el combate a la corrupción se logra solo con el ejemplo; aborto y matrimonio se someterán a la voluntad del pueblo…

Incertidumbre para propios y extraños

Esta forma de entender la política –de forma simple pero antagónica– lo lleva a atacar a cualquier contradicción, a desconfiar del papel de la sociedad civil y de los medios de comunicación, a construir su política asumiendo que el pueblo es bueno y que él es el intérprete de su voluntad. Esto le ha ganado el apodo de Mesías Tropical, que genera incertidumbre en propios y extraños tanto en la izquierda como la derecha.

Mientras López Obrador ha incluido en su coalición de izquierda a un partido evangélico, el PAN (derecha) se ha aliado con el PRD (izquierdas)

¿Hay riesgo de que México se venezualice? Aunque algunos de su núcleo cercano simpatizan abiertamente con el régimen de Maduro, no parece que por la edad y la salud de López Obrador; por el diseño institucional del país; y por cercanía –geográfica y comercial– con Estados Unidos, el país siga ese camino.

¿Es un hecho que va a ganar la elección? Casi todas las casas encuestadoras auguran un triunfo holgado de López Obrador. ¿Se puede garantizar? Todavía se reconoce alrededor de un 19-23% de votantes indecisos. El candidato que va en segundo lugar, el panista Anaya, ha promovido el voto útil a su favor, pues quienes nunca votarían por el Peje son más de los que sí lo harían por él. Así que no hay que descartar que ocurra un fenómeno similar al de las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, donde las encuestas fallaron estrepitosamente.

En esta circunstancia es pertinente recordar lo que ha escrito el analista mexicano, Leo Zuckermann: “No me cansaré de repetir, hasta el último día antes de la elección, que una probabilidad baja no es una probabilidad nula. Las probabilidades bajas pueden acabar sucediendo en la realidad”.

Álvaro Jiménez Canale
@ajimenezcanale

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