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Las madres, unas empleadas bajo sospecha

publicado
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Hervé Fernández y François Olivennes, médicos de la maternidad de un hospital francés, denuncian las presiones que sufren en el trabajo las mujeres para disuadirlas de tener hijos (Le Monde, 28-V-93).

Hay dos logros fundamentales que parecen estar cada vez más amenazados en la empresa: el derecho al embarazo y la igualdad profesional entre hombres y mujeres. (…) La preocupación por la competitividad lleva a algunos empresarios a subordinar todo a la sacrosanta productividad. Con semejante planteamiento, no es extraño que el embarazo sea el enemigo número uno y la mujer embarazada, el terror del departamento de personal.

(…) Sea como sea su conciencia profesional y su productividad efectiva, siempre se mira a las madres con malos ojos: ellas son las que se van un poco antes por la tarde y las que, tal vez, faltan al trabajo más a menudo. Convendría que algún día se estudiara el efecto devastador de esta culpabilización en el equilibrio personal de estos millones de mujeres, así como la repercusión que tiene en la eficacia en su trabajo. Esta «culpabilización» está dando hoy un paso más. Vemos llegar a la maternidad la generación de embarazos cuasi clandestinos. Las mujeres ocultan su embarazo al empresario todo el tiempo que pueden, pues temen ser objeto de una guerra de nervios que podría llevarles a renunciar al puesto, si no a un cese con compensación económica que en realidad es una forma de sortear la prohibición de despedir a una mujer embarazada.

(…) [Las trabajadoras embarazadas] se resisten a aceptar la baja por enfermedad, incluso cuando es terapéuticamente necesaria y podría evitar un parto prematuro, que es peligroso para el hijo, acarrea dificultades psicológicas a la madre y supone un costo no despreciable para la sociedad (…).

Estas presiones contra el embarazo en nombre de un mal entendido imperativo productivista son intolerables y escandalosas. Constituyen una regresión profunda y una burla a los derechos de las mujeres y en particular a los de las embarazadas (…). La finalidad de estas conquistas no es penalizar a las empresas, sino asegurar la calidad de los cuidados que requiere el embarazo y, por tanto, el nacimiento. Esta actitud dirigida a disuadir a las mujeres de tener hijos produce miles de hogares en los que una de las aspiraciones fundamentales resulta frustrada por el riesgo de perder el empleo. Es, además, estúpida desde el punto de vista de las empresas mismas, pues la satisfacción personal de los asalariados no se opone a su rendimiento profesional, sino que lo garantiza. Es preciso idear formas de organización del trabajo que permitan a las mujeres llevar su «doble vida» [familiar y profesional], en vez de forzarlas a malbaratar una u otra.

He aquí un campo concreto de acción para los agentes sociales y los políticos. De nada sirve fijar la jubilación a los 60 años si, por otro lado, se hace todo lo posible para disminuir los nacimientos de los cotizantes de mañana.

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