Las esperanzas palestinas se topan con el muro de Israel

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Hace apenas dos meses todo apuntaba a una guerra civil inevitable entre las dos facciones principales palestinas, la secular de Al Fatah, dirigida por el presidente de la Autoridad Nacional, Mahmud Abbas, y la islamista de Hamás, vencedora en las elecciones legislativas del año pasado. La prudencia de Abbas, un cierto sentido del patriotismo en todos los sectores y la mediación final de Arabia Saudí despejaron el peligro de guerra fratricida, y han vuelto a poner sobre la mesa un acuerdo de gobierno de unidad nacional entre Al Fatah y Hamás.

Israel se niega, no obstante, a negociar con ese gobierno, y alude a que en la declaración de Riad los dirigentes de Hamás no hicieron una mención explícita al reconocimiento del Estado de Israel y al abandono de la lucha armada. Era de esperar su desdén. No así la actitud igualmente displicente de Estados Unidos y de la Unión Europea -miembros del llamado Cuarteto para Oriente Próximo, formado también por Rusia y la ONU-, que no han pagado los esfuerzos palestinos con ningún gesto de carácter político o económico.

El Cuarteto asume en este punto las mismas tesis del Gobierno israelí conservador de Ehud Olmert. Para todos ellos, Hamás debe renunciar explícitamente a la violencia, reconocer a Israel y honrar los acuerdos existentes entre palestinos e israelíes, firmados en su día por Arafat. Mientras no se den esas condiciones se mantendrá no sólo el ostracismo político de todos los dirigentes palestinos en Occidente sino también el embargo económico, que ha convertido la vida en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania en un infierno.

¿Cómo se puede negociar con un gobierno, compuesto en su mitad por políticos que quieren destruir el Estado de Israel? La pregunta que formula Olmert es buena. Pero existe otra mejor. ¿Cuál es la alternativa? Para los «duros» en el poder en Israel la respuesta es clara: mantener la actual presión diplomática mientras se avanza en la construcción del muro que separa su territorio de Cisjordania (la mínima Franja de Gaza ya es una jaula), y consagrar así su proyecto de Bantustán para los palestinos.

La pasividad de la Unión Europea

Lo sorprendente es la complacencia occidental, y en particular europea, respecto a la presión israelí. El presidente Abbas ha conseguido mucho en los dos últimos meses, pero ninguno de sus esfuerzos ha sido recompensado por la comunidad internacional. Bastaría un alivio del embargo económico -o al menos una actitud más diligente de Occidente frente a la agresividad israelí en la construcción del muro, la hostilidad diaria hacia los palestinos que trabajan en Israel, o los asentamientos ilegales judíos que siguen su curso en Cisjordania-, para que Abbas y los moderados pudieran ofrecer esos logros a su pueblo, y descendiera rápidamente el apoyo popular a los radicales de Hamás.

Pero por un extraño mecanismo, ni la Administración Bush, ni -lo que es más sorprendente- la Unión Europea parecen dispuestas a ayudar a los moderados palestinos, o a enfrentarse a los duros del Likud israelí.

El gueto palestino

En el fondo, lo que piden los palestinos moderados es algún gesto claro por parte de Israel, o al menos de Occidente, de que va en serio su proyecto de creación de un Estado palestino, aunque se establezcan plazos y condiciones a fin de calmar la ansiedad israelí de absoluta seguridad.

En cambio, lo que se encuentran los observadores que viajan a la zona es una política progresiva de absorción y arrinconamiento de los millones de palestinos que se resisten a marchar al exilio, musulmanes y católicos.

Cualquier comentario en ese sentido, como el reciente de algunos obispos alemanes, levanta ampollas no sólo en Israel sino en toda la comunidad judía mundial. Los prelados alemanes observaron que la construcción del muro de Israel les recordaba el de Berlín, y la situación límite en ciudades palestinas como Ramallah las vividas por los propios hebreos en el gueto de Varsovia.

Lo cierto es que, emboscado en el remolino de los enfrentamientos interpalestinos, el proyecto de muro avanza a un ritmo mayor incluso que el que fue en su día aprobado por el Gabinete israelí. Según los últimos datos del Ministerio de Defensa israelí, se han construido ya 406 de los 790 kilómetros de muro de hormigón a lo largo del perfil de Cisjordania.

El pasado 31 de enero, el primer ministro israelí decidió un cambio en la construcción de la «barrera de seguridad» con Cisjordania para incluir dentro de Israel a 1.500 colonos de dos asentamientos judíos, lo que dejará aislados a 20.000 palestinos. Dos semanas antes, Israel había anunciado la construcción de 300 nuevas viviendas en Maale Adumim, violando sus propios acuerdos de paralización de nuevos asentamientos. La progresión de esta política hace cada vez más difícil pensar en que Israel aceptará algún día el proyecto de paz global que lanzará Arabia Saudí a finales de este mes en la cumbre árabe, a saber, un reconocimiento general del Estado hebreo a cambio de un regreso a las fronteras de 1967.

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