La Universidad de “Bronxford”

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Con motivo de las recientes manifestaciones contra la subida de las tasas universitarias en España, Francisco J. Laporta, catedrático de Universidad, critica en El País (Madrid, 7-XII-93) las incoherencias de estas protestas. Laporta es también secretario general de la Fundación Giner de los Ríos – Institución Libre de Enseñanza.

Laporta comienza recordando que el premio Nobel de Medicina Severo Ochoa tuvo que estudiar fuera de España: «No fue un universitario español, fue un universitario extranjero». Ochoa «era el producto de una Universidad con exigentes controles de acceso, rígidos criterios de calidad, mucho laboratorio y poco manual, y sin masificación».

No es coherente, dice Laporta, exigir calidad de enseñanza y propugnar políticas que debilitan precisamente lo que se pretende defender. «Resulta así que, por paradoja, una semana podemos inclinarnos con respeto y reconocimiento ante la trayectoria universitaria de un Severo Ochoa y a la semana siguiente adherirnos por acción o por omisión a una manifestación estudiantil en favor de la gratuidad de las tasas y de la libertad para estudiar en el centro que se nos antoje, es decir, en favor de cosas que hacen imposibles tales trayectorias».

Los objetivos de los manifestantes son indiscutibles: «Quieren que les enseñen gentes como Severo Ochoa (sí a la calidad), que los grupos sean reducidos (no a la masificación), que todos puedan acceder a las aulas (no a la selectividad) y que la enseñanza sea barata (no a la subida de tasas)». Pero, comenta Laporta, «es preciso decir con toda contundencia que no hay estudios universitarios de calidad sin una rígida y severa selección de los que acceden a ella; que no hay investigación seria sin una infraestructura y una carrera de méritos, que son extraordinariamente costosas de financiar y desesperadamente morosas en dar resultados visibles; que no hay enseñanza que merezca tal nombre en la pura homilía de la clase magistral ante una masa pasiva de estudiantes; que el libro de texto, los parciales, las convocatorias incesantes y el mero regurgitar de temas de memoria no son ninguna variante aceptable de la actividad universitaria; (…) y que cuando ocho familias españolas de cada diez pagan todos los años a los chicos de las dos restantes un montante que se aproxima al 80% del coste de su plaza universitaria, seguir insistiendo en la baratura o la gratuidad, o en la lucha contra las convocatorias limitadas, no es igualitarista ni nada que se le parezca, sino franca y crudamente sangrante».

Para Laporta, la mediocridad de la enseñanza es también consecuencia de «esa ridícula concupiscencia electorera» por crear Facultades universitarias en cada ciudad. «Las Universidades son lo que son sus laboratorios y sus bibliotecas; y, por supuesto, son también lo que son sus profesores. Ponerlas en pie con rigor es extraordinariamente complejo, es decir, algo que no se inventa ni se improvisa».

«No tiene sentido que nadie insista en que sus movilizaciones pueden compaginar la lucha contra la selectividad y las tasas con la exigencia de calidad y equipamiento, porque ambas cosas no casan. En todos aquellos países que han desarrollado un tipo de Universidad digno de ser imitado, estas pintorescas discusiones se dan por saldadas, y cuando se plantea el problema de su financiación, que también se plantea, se sabe muy bien lo que no hay que decir. El trípode a que se apela para sustentarlas está ya inventado: matrícula anual aproximándose tendencialmente al coste real, programa de becas a partir del mérito y de los recursos y, en todo caso, un mecanismo riguroso de selección para el acceso».

En España, en cambio, nos encontramos con «mucha gratuidad y poca selección, una sociedad civil que sólo invierte en aspavientos culturales de verano, y todos colgados del presupuesto público». Es lo que el italiano Mario Losano «acaba de bautizar como la Universidad de Bronxford, ‘una universidad que persigue excelencias y armonías de campus oxoniense con métodos y miserias de los bajos fondos neoyorquinos'».

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