La tolerancia como excusa para no escuchar

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Escribe Josep M. Lozano Soler en La Vanguardia (Barcelona, 2-IX-93):

No sé si ustedes han tenido alguna vez la misma sensación que yo cuando han seguido algún debate. Pero muchas veces, cuando alguien se dirige a su interlocutor diciéndole «yo respeto mucho su opinión», parece que le está comunicando algo así como «usted ya puede decir lo que quiera, que a mí no me interesa lo más mínimo». Y a eso, encima, lo consideran un brillante ejemplo de tolerancia.

Hay gente que asume la tolerancia como una forma plausible de chulería: le permito a usted que hable, pero no cometa el error de creer que va a servir de algo. Hay gente que reduce la tolerancia a una variante de las listas de espera: hable usted, porque después me toca a mí. Hay gente que utiliza la tolerancia como una especie de blindaje moral personal: ¿no decimos que vivimos en una sociedad plural y tolerante?; pues que nadie se meta conmigo, que yo no tengo por qué cuestionarme nada.

La tolerancia, así entendida y practicada, deviene una coartada para el conservadurismo y la mediocridad. (…) Los diálogos públicos convocados en nombre del pluralismo acaban habitualmente sin cambios perceptibles en los diversos enfoques, puesto que la tolerancia y el respeto sólo sirven para legitimar monólogos en compañía. En nombre de la tolerancia y del pluralismo desaparece el debate público, cuando supuestamente se trataba de potenciarlo y enriquecerlo.

Así, el respeto retórico a los demás no expresa una actitud hacia sus planteamientos, sino una afirmación sobre los propios: nada ni nadie me hará cambiar de opinión, por eso le permito hablar. El diálogo que se proclama se vacía de contenido porque falla un supuesto indispensable: nadie está dispuesto, realmente, a escuchar. La tolerancia y el respeto son un verbalismo para maquillar algo mucho más prosaico: la indiferencia mutua.

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