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La «tercera vía», un camino con pocas señales

publicado
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La nueva mayoría socialdemócrata en Europa
El triunfo del líder socialdemócrata, Gerhard Schröder, en las recientes elecciones generales alemanas ha coronado la entrada de la socialdemocracia europea en la tierra prometida, después de varios lustros de travesía por el desierto. Desde ahora, las tres primeras potencias de la Unión Europea están gobernadas por formaciones de la misma familia política. Antes de saber si Schröder será capaz de integrar a Londres en el tradicional eje París-Bonn, la sintonía política entre las tres capitales hace prever que Blair, Jospin y Schröder no regatearán esfuerzos para marchar al unísono. La cuestión radical es: ¿hacia dónde?

Nada más conocerse la victoria de Schröder sobre el canciller Kohl, Tony Blair se congratuló por el «formidable triunfo» del dirigente del SPD «gracias al cual tenemos en Francia, Alemania y Gran Bretaña gobiernos que comparten la misma perspectiva». ¿En qué consiste ésta? «En contribuir a crear una Europa próspera y competitiva económicamente a la vez que se garantiza un nivel alto de justicia social», en palabras del líder laborista.

El feliz binomio «competencia con justicia social» suena a rancio eslogan electoral del socialismo europeo, y sin embargo, y pese al tiempo ya transcurrido desde la llegada al poder de laboristas británicos y socialistas franceses, nada parece haber evolucionado en el discurso de sus líderes. La buena coyuntura económica de la Unión Europea -la menos dañada por la reciente «gripe» financiera asiática- y el, hoy por hoy, alto nivel de popularidad de los gobernantes socialistas ha hecho hasta ahora innecesario desprenderse de la cómoda ambigüedad ideológica. Pero algo está cambiando. Los cuarteles generales de la izquierda han puesto los motores en marcha para articular una nueva ideología -la denominada «tercera vía»- que reconcilie la conversión a la economía de mercado de los ex cachorros de la revuelta estudiantil del 68 con las viejas utopías sociales: la cabeza en la derecha pero el corazón a la izquierda.

Hagan juego

La primicia ha sido servida, como suele ser habitual, por el órgano de expresión de la izquierda bienpensante europea. En su edición del pasado 1 de octubre, el vespertino francés Le Monde afirmó que la victoria de Gerhard Schröder «debe facilitar la búsqueda de una tercera vía económica y social en Europa», aprovechando la circunstancia de que once de los quince países de la Unión Europea están ahora gobernados por socialdemócratas. Sólo España, Irlanda, Bélgica y Luxemburgo permanecen al margen de los beneficios que sin duda reportará el nacimiento de lo que Le Monde denomina, no sin cierta cursilería, la «Europa rosa plural».

En el terreno político, la nueva aventura está abonada por una serie de declaraciones de Lionel Jospin y Tony Blair, en las que se insta a conciliar las leyes del mercado y la competitividad de las empresas europeas con una intervención del Estado en favor de la creación de empleo como prioridad absoluta. Así, los partidarios de Blair y Jospin aseguran que gracias a la presión francobritánica se vinculó la aprobación del Pacto de Estabilidad, que estableció duras reglas de disciplina fiscal entre los Quince para optar a la moneda única europea, a la adopción de una resolución sobre el empleo, y el compromiso de dedicar a ese problema una cumbre extraordinaria. Por su parte, el grupo socialista en el Parlamento Europeo ha manifestado su intención de elaborar un «programa común» de legislatura para las elecciones de junio de 1999. Los socialistas europeos adoptarán en un primer momento un «manifiesto» en su próxima cumbre de enero.

El encanto de la ambigüedad

En vísperas de la puesta de largo en común de la «nueva izquierda» europea, los think tanks apuran los términos del nuevo vocabulario político. Los más aventajados son los británicos, habida cuenta de su estancia más dilatada en el poder. Anthony Giddens, director de la London School of Economics (LSE), aparece en estos momentos como el más prominente de los heraldos de la nueva filosofía política socialista tras la publicación de su obra La Tercera Vía a mediados del pasado mes de septiembre, que aspira a convertirse en el espinazo retórico del gobierno de Tony Blair.

Si en la fraseología sartreana la «elección fundamental» consistía en no elegir, en la nueva la tentación parece ser elegirlo todo, para no cerrar ninguna puerta. Así, Giddens define en su obra cinco «dilemas» que justifican la necesidad de «amplitud de miras» por parte de los nuevos gobernantes europeos de izquierdas: la globalización está cambiando el viejo concepto de nacionalidad, gobierno y soberanía; existe un nuevo individualismo que no es necesariamente egoísta, y que exige una intervención mucho más discreta del poder en favor de los desfavorecidos por el sistema; existe una categoría de problemas -como por ejemplo los ecológicos, o el futuro de la Unión Europea- para los que ya resulta anacrónica la vieja dualidad izquierda versus derecha; algunas áreas de acción corresponden exclusivamente al gobierno -como la defensa, o la legislación-, aunque cada vez son más influyentes los grupos de presión y decae el protagonismo del político; y, finalmente, Giddens apunta que no es necesario exagerar los problemas medioambientales porque, entre otras cosas, hasta los científicos disienten en torno a su gravedad.

Aunque el autor de La Tercera Vía afirma que sus ideas no son más que un apunte, no duda en reivindicar un programa político para la nueva socialdemocracia europea que abarque «todos los sectores de la sociedad». Su recetario de fórmulas vagas pero biensonantes -una de las críticas más habituales a los discursos electorales del líder del SPD alemán, Schröder- comprende asertos como el de que el proteccionismo es indeseable, pero también lo es otorgar un cheque en blanco al mercado; que la sociedad debe ser «integracionista», pero no «igualitarista»; o que es preciso establecer controles en el mercado financiero, aunque la naturaleza de esas normas es «problemática»… Un crítico de la obra de Giddens afirma en el semanario The Economist que, al término de la lectura del libro, la perplejidad y la falta de otras pistas conduce a sacar la conclusión de que la «tercera vía» será en realidad lo que haga en cada momento el Partido Laborista británico.

La reforma del Estado del Bienestar

En el terreno de la acción, la política de Tony Blair ha sido en líneas generales fiel a los dos grandes logros de Margaret Thatcher: las privatizaciones y el rigor presupuestario. Pero su discurso aparece cada vez más empapado por la nueva terminología de la «tercera vía». Así, uno de sus eslóganes favoritos es abogar por la reforma del Estado Providencia «antes de que venga la derecha a desmantelarlo», aunque las claves de dicha reforma sigan siendo una incógnita.

En la reciente conferencia anual del Partido Laborista en Blackpool, el primer ministro anunció la inyección de nuevos fondos para salud, educación y seguridad pública, pero no explicó de dónde procederán, ni cómo encaja esa promesa con la de la reforma del Estado del Bienestar británico. Sólo quedó claro que a partir de ahora se reforzarán los controles respecto a los subsidios, para luchar contra el fraude y el absentismo laboral.

No puede negarse, no obstante, a Blair una carga emocional inédita en un dirigente socialista europeo cuando subraya la necesidad de recuperar valores cívicos y personales que antes se relacionaban con la derecha política, como la protección de la familia y de la juventud, o la existencia de deberes paternos y ciudadanos (ver servicios 150/95 y 56/96).

Nada queda en el nuevo ideario «de las políticas nacionalizadoras, de la sumisión a los sindicatos, del falso pacifismo a ultranza, de la lucha de clases, de la repulsa del capitalismo, es decir, de los ingredientes y tópicos de la vieja y fracasada farmacopea», escribe Ignacio Sánchez-Cámara en ABC. La dimensión religiosa personal -ausente en la mayor parte de los dirigentes socialistas- es otra de las peculiaridades que convierten a Tony Blair en un izquierdista atípico.

Socialismos distintos

Jospin y Schröder están lejos del tono moralizante de su colega británico, pero se sienten también llamados a reformar el socialismo europeo para adaptarlo a los nuevos tiempos. Lionel Jospin preside el gobierno quizá más estatista de Europa, debido en cierto modo a su necesaria alianza con los comunistas. Pero su afán de experimentar la «tercera vía» en materia de creación de empleo desde un planteamiento de vieja factura socialista y cartesiana, es contemplado con escándalo y recelo no sólo por los empresarios franceses sino también por los correligionarios británicos y alemanes.

Durante la campaña electoral, el SPD de Schröder se cuidó muy mucho de incluir en su programa el proyecto de «empleo para jóvenes» y la semana laboral de 35 horas, que son símbolos del nuevo activismo socialista francés. Sin necesidad de imposiciones desde el poder, Alemania lleva tiempo experimentando la semana laboral de 35 horas en algunos sectores, aunque por ahora no se haya traducido en una significativa creación de puestos de trabajo. La socialdemocracia alemana se verá obligada a descubrir su propio camino para aplicar la reforma del Estado del Bienestar, impuesta por el hecho de que hoy su coste alcanza en Alemania la mitad del Producto Nacional Bruto, cuando hace cuarenta años representaba el 25%. Los asesores de Gerhard Schröder y los «verdes», futuros socios en el gobierno, creen que ha llegado el momento de emprender una audaz reforma que pasa no tanto por recortar las prestaciones sociales como por sustituir el actual sistema de recursos del Estado.

En vez de gravar con tantos impuestos y cotizaciones sociales a empresarios y trabajadores, el Estado Providencia debe encontrar su mejor filón en la tasa sobre el uso de la energía, un viejo banderín de los ecologistas. La idea ha recibido críticas desde todos los sectores y en particular desde el empresarial, que argumenta que -dado que la economía alemana consume el doble de energía que la norteamericana- gravar fuertemente su uso se traducirá en menor competitividad y en destrucción de empleos.

Schröder no quiso comprometerse durante la campaña, pero pocos dudan de que si el nuevo canciller logra finalmente elaborar en su marmita alguna medicina amarga, ésta será aplicada al Estado del Bienestar y no a la industria alemana.

El camaleón germano¿Q uién es en realidad Gerhard Schröder? La cuestión no obtuvo una respuesta fácil durante la campaña electoral alemana, ni tampoco durante los últimos años de mandato de Schröder al frente del gobierno de la Baja Sajonia. «Tratar con él es como intentar atrapar una anguila», dijo del líder socialdemócrata alemán el canciller Kohl. Otros críticos menos piadosos lo han calificado de «camaleón», por su capacidad para cambiar de color según las circunstancias y la audiencia. El mismo que, en sus años de juventud, gritaba por el megáfono contra la energía nuclear mientras la otra mano retenía invariablemente un pitillo, no dudó en enviar, cumplidos los 54 años, a la policía de la Baja Sajonia para proteger el paso de convoyes con desechos de vertidos. El mismo que en 1982 contribuyó a la caída de Helmut Schmidt tras aliarse con pacifistas y ecologistas, se ha convertido hoy en un defensor a ultranza de la industria del automóvil tras su paso por el Consejo de Vigilancia de la Volkswagen, y no quiere ya oír hablar de la «tasa ecológica». El mismo que protestó por la instalación de los misiles crucero de la OTAN, preconiza hoy el abandono de la energía nuclear después de una negociación… a no menos de veinte años vista.

¿Evolución natural tras la reflexión política? Quizá. Pero la imagen acomodaticia de Schröder ha sido explotada por sus adversarios. «Tres mujeres no se pueden equivocar. Gerhard Schröder no es el hombre que necesitamos», proclamaban las camisetas electorales de los jóvenes democristianos alemanes para descalificar a un político divorciado tres veces, y casado en la actualidad con una periodista de 33 años.

El nuevo canciller alemán ha sabido aprovechar el aburrimiento del electorado después de 16 años de «reinado» de Helmut Kohl, tras dar a entender que procurará no dar notas falsas, tampoco hacia el electorado conservador.

Si la «tercera vía» en el Reino Unido es, hoy por hoy, lo que decide el Gobierno laborista, la norma de actuación de Schröder estará probablemente marcada por el dictado de las encuestas y lo políticamente correcto: modelo Bill Clinton. ¿Los alemanes se sienten incómodos por el proyecto de memorial en Berlín por las víctimas del Holocausto? Gerhard Schröder se pronuncia a favor de su aplazamiento. ¿La opinión pública no distingue entre auge de la criminalidad y entrada masiva de extranjeros? El líder del SPD clama por la expulsión del país de los extranjeros que incurran en algún delito. ¿Los alemanes tienen miedo de la inmigración? Gerhard Schröder pide que se amplíe el período de transición antes de otorgar la libertad de circulación a los trabajadores polacos dentro de la Unión Europea. ¿Quién da más por menos?

Los principios de la «tercera vía»Según sus principales representantes, la Tercera Vía es un camino que va más allá -no en medio- del neoliberalismo de la vieja derecha y la socialdemocracia de la vieja izquierda. ¿En qué se concreta eso?

Anthony Giddens hizo un bosquejo en un seminario para intelectuales neolaboristas organizado por Demos, el think tank británico que ha suministrado a Tony Blair gran parte de su arsenal dialéctico. Según la crónica de The Economist (2-V-98), Giddens propuso en aquella reunión siete campos en los que se manifiesta el nuevo modo de pensar.

1. Política. Tanto la vieja izquierda como la vieja derecha se basaban en la clase; pero la clase ha dejado de ser un criterio que define posturas políticas. La Tercera Vía ha de basarse en nuevas alianzas, que no encajan en las categorías clásicas de izquierda y derecha.

2. Estado. Ni Estado máximo (vieja izquierda) ni Estado mínimo (vieja derecha): reestructurar el gobierno en todos los niveles. La Tercera Vía refuerza la subsidiariedad, la democracia en el nivel local y la transparencia de la administración pública.

3. Sociedad. La izquierda desconfiaba de la sociedad civil, considerándola competidora del Estado y del interés público; la derecha creía que la sociedad sólo puede prosperar si se la libera de la rémora que es el Estado. La Tercera Vía valora la sociedad civil, pero sostiene que el Estado tiene la misión de intervenir para favorecerla.

4. Nacionalismo. Ni desconfianza hacia la idea de patria (izquierda), ni chauvinismo (derecha): la Tercera Vía reconoce que la nación sigue siendo importante, pero también que en la actualidad es una realidad compleja. Por eso adopta las ideas de «nación cosmopolita», «nacionalismo difuso» y «soberanía múltiple».

5. Economía. Ni exaltación del mercado (derecha) ni simples correcciones para humanizar el capitalismo (izquierda): la Tercera Vía propone una «nueva economía mixta» que pone el acento no en la propiedad, sino en la competencia y en la regulación.

6. Protección social. El Estado del Bienestar no es ni la varita mágica para redistribuir la riqueza (izquierda) ni la bestia negra (derecha). La Tercera Vía aspira a transformarlo en el «Estado de inversión social», cuyo objetivo no será gastar dinero en subsidios, sino «invertir en capital humano».

7. Relaciones internacionales. La vieja izquierda no tenía ideas al respecto: sólo un internacionalismo proletario; la vieja derecha enfocaba las relaciones internacionales en términos de rivalidad. Según la Tercera Vía, ya no vivimos en un mundo bipolar, y los Estados ya no se enfrentan a enemigos, sino sólo a peligros.

También Tony Blair ha descrito la Tercera Vía en algunos artículos publicados en la prensa internacional. Esta nueva corriente, señala en International Herald Tribune (28-IX-98), «persigue adoptar los valores esenciales del centro y del centro-izquierda y, liberada del peso de una ideología anticuada, aplicarlos a un mundo de cambios económicos y sociales». Tales valores son «solidaridad, justicia social, responsabilidad y oportunidades».

La Tercera Vía es una izquierda, añade, alejada de las dos corrientes tradicionales: «una izquierda fundamentalista que veía el control del Estado como un fin en sí mismo, y una izquierda más moderada que aceptaba esa dirección básica, pero estaba a favor del compromiso». La Tercera Vía «no encaja ni el laisser faire ni en la intromisión estatal». Para Blair, «la función del gobierno es favorecer la estabilidad macroeconómica, desarrollar políticas fiscales y de bienestar que fomenten la independencia -no la dependencia-, dotar a los ciudadanos de los elementos necesarios para poder trabajar merced a una mejora de la educación y de las infraestructuras, y apoyar a la empresa». En el terreno social, el principal objetivo de la Tercera Vía no es redistribuir, sino dar oportunidades: por eso se propone atacar las raíces de la exclusión, haciendo de la educación «una prioridad absoluta». El neolaborismo británico quiere sacudirse la imagen de partido «blando con la delincuencia» y «despreocupado de la familia». Y promete «más rigor con la delincuencia juvenil» y reforzar la «responsabilidad de los padres».

En suma, la Tercera Vía, según Blair, propugna un Estado activo, pero ocupado no en controlar, sino en dar oportunidades. Así lo expresaba Blair en otro artículo (El País, 7-IV-98): «Nadie debe ser privado de oportunidades y, a cambio, todos deben ser responsables. Esta es la síntesis entre individuo y comunidad que genera esperanzas de crear una sociedad cívica y moderna. Durante demasiado tiempo nos ha paralizado la oposición entre lo individual y lo colectivo. Pueden y deben estar unidos, no siempre a través del Estado, sino de unas redes sociales y comunitarias fuertes».

Francisco de Andrés

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