La «sociedad tolerante», incómoda ante la objeción de conciencia

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Roma. Sólo una conciencia anclada en el valor de la verdad es capaz de resistir la presión exterior que empuja a admitir o a ser indiferente ante las agresiones contra la dignidad humana, especialmente en el ámbito de la biomedicina. Es la propuesta que Benedicto XVI hizo a los miembros de la Pontificia Academia para la Vida con motivo de la reunión que celebraron en Roma para tratar, precisamente, de «La conciencia cristiana como sustento del derecho a la vida».

El presidente de la Academia, Mons. Elio Sgreccia, señaló que ante «la fuerte presión social que tiende a ‘homogeneizar’ los comportamientos y a sustituir a las conciencias», se precisa una conciencia bien formada. En algunas situaciones se hace necesario también ejercer la objeción y la protesta de conciencia: no como fuga de la realidad, sino como testimonio contra el mal.

En esas coordenadas se movió el hilo conductor del congreso internacional, que reunió a más de trescientos participantes. La objeción de conciencia ocupó un amplio espacio en el debate, pues en el sector de la vida y de la sanidad se presentan nuevas situaciones en las que el personal sanitario está llamado a ejercerla, con el convencimiento, además, de que «la conciencia debe ser capaz de hablar también por aquellos que todavía no tienen voz o no pueden expresarse».

La historia ofrece ejemplos elocuentes de personas que, llegados a un momento decisivo de su existencia, se encontraron en la situación de tener que desobedecer a una ley civil, pues no podían contradecir a otras leyes inmutables, no escritas, de naturaleza religiosa o moral, presentes en su conciencia. Mons. Jean Lafitte, del Instituto Juan Pablo II para la Familia (Roma), y vicepresidente de la Academia, recordó a figuras como Sócrates, Antígona, los Macabeos o Tomás Moro.

En su repaso histórico de la objeción de conciencia, Lafitte destacó el cambio que supuso el concepto ilustrado de «tolerancia», entendida no como virtud práctica, sino como «tolerancia ideológica». Esa visión, de tipo político, ha llegado a configurar una sociedad «ideológicamente tolerante». La paradoja es que esa sociedad «no está dispuesta a tolerar la objeción de conciencia, pues ésta -de algún modo- escapa a su control. No tolera la idea de que haya una verdad que buscar, ni que tal verdad pueda tener un valor universal, ni que sean necesarios debates de fondo».

El Prof. Lafitte subrayó que uno de los temas sobre los que se ha impedido que la sociedad reflexione es el estatuto del embrión, por temor de que ese debate llegara a cuestionar la legislación sobre el aborto. Una vez eliminada esa reflexión, «la sociedad no tiene ya la capacidad de hacer frente a los desafíos que suponen un cierto número de prácticas médico-quirúrgicas y de manipulaciones ligadas a la investigación biomédica».

Defensa de la conciencia verdadera

Las falacias que hay detrás de las argumentaciones de políticos que se dicen católicos pero aprueban legislaciones contrarias al respeto a la vida desde la concepción, fue uno de los aspectos tratados por el prof. Rober P. George, de la Universidad de Princeton. George justificó desde un punto de vista moral la decisión de algunos obispos de no conceder la comunión a esos políticos. No se trata de una intromisión en temas políticos, subrayó, sino de coherencia. «Quienes critican esa decisión, en realidad usan otra música cuando la ‘intromisión’ es favorable a las causas que ellos aprueban». Y recordó la conformidad de la prensa norteamericana, en la década de los cincuenta, ante la decisión del entonces arzobispo de Nueva York, Joseph Rummel, de excomulgar a los políticos católicos que apoyaban la segregación racial en las escuelas.

Benedicto XVI constató en su discurso que el poder de los más fuertes y los medios de presión colectiva debilitan y parecen paralizar a veces también a las personas de buena voluntad. Esa situación exige reforzar el papel de la conciencia personal, que requiere criterios de valoración para saber distinguir el bien del mal. Es cierto, añadió Benedicto XVI, que la formación de una conciencia verdadera (porque está fundada en la verdad) y recta (porque está determinada a seguir sus dictámenes, sin contradicciones, traiciones ni componendas), es hoy una empresa difícil, pero imprescindible.

Entre los obstáculos que lo convierten en una empresa difícil, el Papa señaló que no sólo crece el rechazo hacia la tradición cristiana, sino que se desconfía también de la capacidad de la razón para percibir la verdad, de modo que el hombre se aleja del gusto por la reflexión. Algunos incluso sostienen que una conciencia individual necesita prescindir de esas referencias para ser verdaderamente libre. «La conciencia, que es acto de la razón que mira a la verdad de las cosas, cesa de ser luz y se convierte en un simple trasfondo en el que las sociedad de los media arroja las imágenes y los impulsos más contradictorios». Por esa razón, es preciso «reeducar hacia el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, de la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y las astucias de la propaganda, con el fin de nutrir la pasión por la belleza moral y la claridad de conciencia».

La conclusión es la necesidad de una «formación continua y cualificada» de la conciencia. Sin ella, resulta todavía más problemática la capacidad de juicio sobre los problemas que plantea la biomedicina en temas de sexualidad, vida naciente, procreación, así como en el modo de tratar y curar los pacientes y los estratos más débiles de la sociedad. Es una formación que no está reservada solo a los especialistas sino que hay que desplegarla a todos los niveles.

Diego ContrerasACEPRENSA

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