La sociedad reclama un marco legal para la ingeniería genética

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Los científicos y el público ante los avances y riesgos de la ciencia
La antena parabólica, el rayo láser, el airbag o cualquiera de las aplicaciones de los avances científicos facilitan y protegen nuestra vida cotidiana. Pero al mismo tiempo somos cada vez más conscientes de que la ciencia no garantizará nunca la felicidad. Tras la fascinación por los descubrimientos científicos, empiezan a aparecer dudas acerca de esa falsa seguridad sobre la que ironizaba Aldous Huxley en Un mundo feliz. Y crece en todos los sectores de la sociedad el deseo de que la ética oriente ese progreso, especialmente en el campo de las manipulaciones genéticas.

Las lagunas del conocimiento actual respecto al impacto que pueden producir en nuestro entorno los organismos modificados genéticamente son una de las razones de esa desconfianza. Por este motivo, los representantes de 118 países que participaron en el Congreso sobre Biodiversidad celebrado en Madrid hace pocas semanas, acordaron establecer una legislación internacional para controlar los posibles riesgos de la ingeniería genética. La decisión se tomó a pesar de las reticencias de EE.UU., Alemania y Australia -que no dieron su brazo a torcer-, y con la ausencia de Francia, que ni siquiera asistió a la convención. La resistencia de todos ellos a firmar el documento final tiene mucho que ver con sus intereses económicos en la biotecnología.

Esta postura mayoritaria a favor de una legislación, cuyo contenido se irá concretando en sucesivas reuniones, recoge el interés de los ciudadanos por un marco legal para las modificaciones genéticas y responde a las dudas de los propios investigadores.

La opinión de los españoles

Según el Eurobarómetro de 1993 -cuyos datos proceden de sondeos regulares de opinión en los países europeos-, la actitud favorable de la sociedad hacia la ciencia y la tecnología va acompañada cada vez más de matizaciones éticas sobre la aplicación de las investigaciones, en especial, de la ingeniería genética. Y cuanto más informado está el público, más reservas plantea. En lo que respecta a las promesas de la biotecnología, contrasta la actitud crítica de los alemanes -cuyo nivel de conocimientos científicos es de los más elevados de Europa- con la credulidad reverencial de los españoles, que saben poco de estas materias.

Las actitudes que se observan en España ante la biotecnología se resumen en los resultados de algunas encuestas recientes. En un estudio realizado en 1995 por el Centro Superior de Investigaciones Científicas, que reúne las opiniones de biotecnólogos del sector público y del privado, de médicos relacionados profesionalmente con la universidad y de periodistas científicos, destacan tres puntos muy determinados: el firme rechazo de estos grupos hacia la eugenesia; la coincidencia en que las aplicaciones de la biotecnología tienen un riesgo mínimo para la salud de las personas y para el medio ambiente, y, a la vez, el deseo de que se lleve a cabo una regulación legal de la experimentación en el campo de la ingeniería genética, sobre todo en lo que se refiere a la liberación en el medio ambiente de organismos modificados genéticamente.

De estos grupos profesionales son los médicos los que menos peligros ven en en la manipulación genética y, con los biotecnólogos de la industria, los que más valoran los aspectos positivos. Los periodistas científicos, que tampoco ven grandes riesgos en estos aspectos de la ciencia, son menos entusiastas sobre las posibilidades de la investigación genética.

En el conjunto de los españoles, la actitud predominante es de una mayor prevención, quizá por el temor hacia lo desconocido. En un informe de 1992 de la Dirección General de Política Ambiental centrado en la percepción y las actitudes de la población respecto a la biotecnología, se descubren, junto al escaso conocimiento de los avances científicos más importantes y las quejas por la dificultad para acceder a la información, continuas susceptibilidades. Aun reconociendo los beneficios de tales investigaciones, se observa cierto temor a la liberación de organismos modificados genéticamente, a la posible alteración del código genético humano y a los perjuicios que se pueden derivar de la utilización comercial, policial o laboral de la información genética.

Las opiniones mayoritarias abogan por la regulación del desarrollo de la biotecnología y sus aplicaciones. Se da también una falta de confianza en la capacidad técnica de los administradores públicos para aplicar la normativa vigente, y se reclama la participación de la sociedad a través de un Consejo Nacional de Ética o un Consejo de Seguridad Biotecnológica para la Unión Europea.

Preocupados por la salud

En otro informe de ese mismo año, que se elaboró por iniciativa de la Fundación BBV, se refleja la actitud de los españoles ante la ciencia, la medicina y la tecnología en términos generales. Más del 50% manifiestan una credibilidad absoluta en todo lo científico, pero también se perciben los efectos negativos. Y son los más jóvenes los que manifiestan una postura más crítica y desconfiada, actitud que se da también en los adultos de nivel cultural más alto.

Para los españoles, la medicina está por encima de cualquier otro campo de la experimentación, y solicitan mayores esfuerzos y recursos para las ciencias de la salud y para la conservación del medio ambiente. La imagen social de los científicos es muy alta, pero lo es más la de los médicos, tal como se ve en el cuadro adjunto. También coinciden todos los segmentos sociales en que nunca está justificada la experimentación con seres humanos. El temor y la desconfianza hacia el uso indebido de la investigación científica lleva a que exista acuerdo general en cuanto a la creación de un organismo internacional que vigile la aplicación de los hallazgos de la ciencia.

El papel de la prensa

Con todo, los resultados de los distintos sondeos de opinión dejan ver que el conocimiento que, en general, tiene la sociedad sobre estas cuestiones es verdaderamente superficial. De ahí que la difusión de la ciencia y del alcance de sus resultados cobra, en la actualidad, una importancia creciente.

Y la realidad es que la mayor parte de la información que llega al público acerca de la ciencia procede de los medios de comunicación. Los grandes periódicos, además del espacio que dedican en la edición diaria a las noticias sobre ciencia, publican suplementos semanales dedicados a los avances científicos, la medicina, la tecnología o la informática. Y aunque la radio y la televisión suelen prestar su atención sólo a los descubrimientos espectaculares y a los sucesos más trágicos, también existen revistas de divulgación hechas en España y, sobre todo, traducidas de las de otros países, que venden en conjunto cientos de miles de ejemplares cada mes.

Pero, junto a la curiosidad por la ciencia, también la obsesión por el futuro y por la salud ha facilitado de tal manera el auge de las pseudociencias, que la astrología, la quiromancia o el curanderismo forman parte de la vida de muchas personas. El caso todavía actual del doctor Hamer -que en Alemania, su país de origen, tiene prohibido ejercer la medicina- y su particular método de tratar el cáncer sin quimioterapia, es sólo una muestra de la falta de formación e información que padecen los ciudadanos.

Condenados a entenderse

Para que los lectores puedan valorar el contenido de las noticias relacionadas con la ciencia y la salud, la prensa debe mostrar el contexto, también, en su caso, con las implicaciones políticas, sociales y económicas de la actividad científica. Sin embargo, la dificultad radica en la relación difícil y, en algunos pocos casos, incluso hostil, que mantienen científicos y periodistas.

Normalmente, el periodista quiere novedades, certezas y soluciones para los lectores, y las quiere con mucha prisa, porque ha de llegar a tiempo de publicarlas antes de que cierre la edición. Y, aunque sea un buen profesional, corre el peligro de caer en posturas acríticas que provocan habitualmente apasionamientos injustificados y confusión en los lectores.

El científico necesita los medios de mayor audiencia cuando quiere apoyo para su trabajo y cobertura para promocionarlo; pero a la vez desconfía de los periodistas, no siempre les facilita toda la información y casi nunca está de acuerdo con lo que escriben. Así, las fuentes no siempre son desinteresadas y neutrales, porque pueden buscar apoyo para una larga y costosa investigación o para la difusión de un medicamento concreto que ha tenido un elevado coste en tiempo, esfuerzo y dinero.

Pero las repercusiones que hoy tienen estos temas en la población hacen que científicos y periodistas estén condenados a entenderse. Los científicos, reprimiendo su tendencia a controlar la información y a promocionarse, y facilitando el periodismo de investigación en materias tan importantes para la sociedad; y los periodistas, mejorando su profesionalidad y su paciencia.

Los científicos saben que no saben

Frente a la confianza desmedida que buena parte del público tiene en la ciencia, la actitud de los científicos y los intelectuales suele estar, por el contrario, llena de moderación y de cautela. La revista francesa L’Express recogía este verano (10-VIII-95) una parte de sus incertidumbres en un reportaje que ofrecía la respuesta de unos y otros a la pregunta «¿Qué es lo que no se sabe?», aplicada a cada una de las especialidades representadas por los entrevistados.

Astrofísicos, antropólogos, biólogos, médicos, filósofos, historiadores o geógrafos aluden a la todavía importante falta de datos verificados acerca del origen y la evolución del hombre, a los secretos que guarda el universo, a la complejidad de la organización celular de los seres vivos, a las dificultades para combatir eficazmente el SIDA y otras graves enfermedades, a lo que falta para llegar a conocer por completo el entramado del código genético, a las dificultades para frenar el envejecimiento de las personas o para aliviar de alguna manera los sufrimientos psíquicos, etc.

Por ejemplo, para Luc Montagnier, profesor del Instituto Pasteur de París y descubridor del virus del SIDA, una de las cuestiones aún sin desvelar es el papel que juega la vida en el universo. Se sabe que en nuestro planeta está organizada en diferentes niveles que se entrelazan con un grado de complejidad creciente. Y si nos fijamos, por ejemplo, en las células de nuestro cuerpo, comprobamos que «saben», si es que se puede hablar así, que forman parte de un sistema que es el organismo, a la vez que ignoran que ese organismo vive dentro de otra estructura que es la sociedad. El investigador francés confiesa que a menudo se pregunta si no existirá otro nivel superior, una especie de organización biológica universal de la que ignoramos todo.

También dice Montagnier que hay grupos de genes de los que no se conoce una función específica, de los que, en realidad, no se sabe nada. Y aunque siempre es una mag-nífica sorpresa para un biólogo ver que el ser humano se forma de una célula embrionaria, y que la extraordinaria complejidad de un organismo vivo surge del diálogo precoz entre los genes, ¿no será todo producto de un lenguaje secreto del ADN cuya clave permanece oculta para los científicos? ¿No existirán otras formas de vida que no son el resultado de la actividad genética? La que conocemos es el resultado de una selección, pero no sabemos los motivos por los que desaparecen unos códigos genéticos y emergen otros que dirigen la vida sobre la tierra.

Otro de los entrevistados por L’Express, Hubert Reeves, astrofísico de la Universidad de Montreal, expresa sus dudas sobre la formación del universo. Con el correr del tiempo, el caos de hace miles y miles de años se ha ido organizando en complejas estructuras gobernadas por leyes físicas, por fuerzas que han combinado las partículas elementales, los átomos, las moléculas para formar los grandes cuerpos celestes. Estas leyes están perfectamente ajustadas, tienen las propiedades ideales y son exactamente las que hacían falta para salir de ese estado inicial, y los modelos matemáticos han demostrado que el menor cambio en su modo de actuar no hubiera permitido superar ese estado caótico. Pero ¿de dónde sale toda esa coherencia?, ¿cómo y por qué se han formado las galaxias? Tras un repaso de las zonas oscuras de la astrofísica, Reeves concluye que el verdadero problema es metafísico: ¿a quién y para qué sirve esta larga evolución del universo?

Concha EdoUsos y abusos de la información médicaLos malentendidos entre científicos y periodistas son a veces fuente de confusión para el público. Así lo hacía ver un artículo en Science (14-VII-95), a propósito de los estudios que buscan una relación entre la enfermedad y la dieta, el estilo de vida o los factores ambientales. Resumimos algunos párrafos:

En los dos últimos años, los lectores de Los Angeles Times han tenido noticia de un amplio elenco de potenciales causas de cáncer: hot dogs, implantes de silicona, dioxina, estrés, asbesto, medicamentos antialérgicos, escapes de gas… Esta letanía de amenazas iba acompañada de una similar, aunque más corta, serie de hábitos alimentarios y estilos de vida que podían reducir el riesgo de cáncer.

El problema, según muchos investigadores, es que a menudo los periodistas desfiguran el contexto de la investigación. «Con frecuencia la prensa interpreta mal los artículos publicados en revistas médicas, al considerarlos más definitivos de lo que realmente son», dice Larry Freedman, estadístico del Instituto Nacional del Cáncer. «El brécol previene el cáncer, el ajo evita el cáncer. Son cosas que aparecen en la literatura médica. Pero los expertos en epidemiología saben muy bien que estos estudios están lejos de ser concluyentes. Los epidemiólogos sólo deberían hacer recomendaciones al público cuando existiera un cuerpo de pruebas basado en muchos estudios».

En vez de presentar las investigaciones dentro de un conjunto en evolución, la prensa tiende a informar de cada estudio aislado, como si fuera un descubrimiento revolucionario. Este modo de informar, dicen algunos científicos, viene fomentado por los comunicados de prensa emitidos por las revistas médicas y los centros de investigación. Sea quien sea el culpable, dice Noel Weiss, epidemiólogo de la Universidad de Washington (Seattle), el resultado es «demasiadas falsas alarmas. Cuando tengamos que dar un mensaje sobre un asunto grave, temo que después de tantas falsas alarmas nadie nos hará caso».

Un ejemplo es la información de la revista Time que resumía lacónicamente una investigación reciente: «Un estudio indica que las mujeres que consumen aceite de oliva al menos una vez al día tienen un riesgo de cáncer de mama un 25% menor que las que no lo toman». Lo que Time no decía es que la reducción del riesgo es menor de lo que muchos epidemiólogos piensan que se puede detectar con fiabilidad en un estudio. Tampoco advertía que la investigación -un estudio sobre 1.750 mujeres españolas publicado varias semanas antes en el International Journal of Cancer- estaba en contradicción con muchas otras.

En su afán de buscar la noticia, la prensa puede centrar su atención en un estudio que relaciona una enfermedad con un determinado factor, aunque sea una gota dentro de un mar de conclusiones opuestas. Por ejemplo, el American Journal of Epidemiology se hizo eco la pasada primavera de dos estudios sobre la relación entre el cáncer y la exposición a campos electromagnéticos (CEM). El primer estudio, basado en 223.000 trabajadores de compañías eléctricas de Francia y Canadá, no encontró relación alguna entre los CEM y 25 de 27 formas de cáncer; las excepciones, dos raros tipos de leucemia, tenían una relación débil e inconcluyente con los CEM. Sin embargo, el titular del Wall Street Journal fue: «Los campos electromagnéticos, relacionados con la leucemia». Jerry Bishop, autor de uno de los artículos publicados sobre este tema en dicho periódico, explica: «La gente no está interesada en qué enfermedades no están causadas por un determinado factor, sino en lo que puede causarlas. En los últimos años hemos discutido muchas veces sobre esto con los científicos».

Pero a veces son los científicos los que confunden a los periodistas. Así ha ocurrido con un estudio del Journal of the National Cancer Institute que asociaba el aborto provocado con el aumento del riesgo de cáncer de mama, relación que no se había encontrado en 40 estudios previos. «La revista nos envió un largo comunicado presentando el estudio como si fuera lo nunca visto», dice un periodista del New York Times. «No recuerdo que nos dijera que era sólo uno entre 40 estudios anteriores y probablemente poco significativo».

«Los periodistas dan demasiada importancia a estudios aislados, pero a veces son inducidos a hacerlo por las revistas médicas», dice Ross Prentice, de la Universidad de Washington. «He visto algunos de los comunicados que las revistas y universidades envían a los periodistas. Y a veces me maravilla que la información sea tan buena como es».

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