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La polémica en torno a los valores familiares

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En Estados Unidos, como en otras partes, el término «valores familiares» enciende la mecha de una viva polémica. Mientras unos defienden la familia «tradicional», otros la consideran resto de un pasado patriarcal que es preciso enterrar, en beneficio de las conquistas individuales modernas, en particular de la mujer. Al margen de este debate teórico, la gente corriente sigue prefiriendo la familia tal como básicamente ha sido siempre, sin por eso aferrarse a formas de vida trasnochadas. Lo que demuestra que la familia es una institución natural que permanece en medio de los cambios sociales. Esto es lo que sostiene James Q. Wilson en un artículo aquí resumido (1).

Wilson comienza señalando que existe una discrepancia entre la gente común y los expertos. Para el público estadounidense, la familia es la institución donde se inculca a los niños los valores más básicos. Sin embargo, en los últimos años la familia se ha debilitado, lo que ha afectado a la transmisión de esos valores. Una de las causas principales del debilitamiento de la familia es el aumento de niños que viven en familias de un solo progenitor. Otra razón es que los padres pasan menos tiempo en casa con los hijos.

En cambio, no es ésa la opinión unánime entre los expertos. No pocos especialistas en ciencias sociales sostienen que considerar necesaria y normal la familia «tradicional» es una postura nostálgica, no una verdad científica, que arroja un estigma sobre los niños -cada vez más numerosos- que se crían en hogares de un solo padre.

Ahora bien, anota Wilson, en cualquier caso, «es falso que la familia de dos progenitores se haya convertido en una reliquia histórica». Pese al aumento de familias a cargo de un solo padre, «la inmensa mayoría de los niños -casi el 73% en todo el país- vive en hogares donde los padres están casados». El cambio con respecto a otras épocas es que hoy es más frecuente que la madre tenga un trabajo remunerado, aunque en la mayoría de los casos no es de jornada completa.

La visión individualista

La fuerza con se discuten estas cuestiones revela que no estamos ante un debate puramente académico. «Lo que aquí está en juego, por supuesto, es el papel de la mujer. A juicio de los críticos, la tesis en favor de la familia de dos progenitores equivale a defender una institución donde la mujer se subordina a su esposo, se condena a las tareas domésticas, no tiene oportunidad de hacer carrera».

Tal postura deriva de una visión del matrimonio basada en los derechos individuales de los cónyuges, en la que los hijos parecen un elemento accidental. Esa concepción es discutible en sí misma; pero más importante es atender a las recientes investigaciones que han observado la evolución de diversos grupos de niños según los tipos de familia en que se han educado.

«El estudio importante más reciente (…) fue realizado en 1988 por la Secretaría de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos. Ésta hizo una encuesta de la distribución familiar de más de 60.000 niños, residentes de todas las regiones del país. El resultado fue sorprendente. En todos los niveles de ingresos, salvo el muy alto (más de 50.000 dólares al año), tanto en uno como en otro sexo, y para los blancos, negros e hispanos por igual, los niños que vivían con una madre divorciada o que nunca se había casado, estaban claramente peor que los que vivían con sus dos progenitores. En comparación con los niños que convivían con sus dos padres biológicos, los niños de las familias de un solo progenitor eran dos veces más propensos a ser expulsados o suspendidos en la escuela, a sufrir problemas emocionales o de la conducta, y a tener dificultades con sus compañeros. También eran mucho más proclives a tener una conducta antisocial».

Un niño necesita a sus dos padres

Otro trabajo, llevado a cabo por Charles Murray, del Instituto de la Empresa, ha analizado los datos del Estudio Longitudinal Nacional de los Jóvenes, que observa la vida de una muestra de personas -que ahora rondan los 30 años-, desde que estaban en la escuela secundaria. De este modo, los hogares de esos sujetos se pueden clasificar según su situación, de mejor a peor. «Murray ha comparado el entorno del hogar con la situación económica de los padres y el estado legal de cada niño. Dos factores influyeron poderosamente en las posibilidades de los niños que vivían en el ambiente familiar calificado de peor: si los padres estaban casados cuando nació el niño y si recibían habitualmente asistencia pública.

«La pobreza es nociva para los niños, así como vivir en un barrio miserable; y se puede asegurar que tener padres fríos e indiferentes les hace daño. También les perjudica el hecho de ser ilegítimos y de vivir a expensas de la asistencia pública. Esto se aplica, en general, tanto a los blancos como a los negros».

También es malo para las adolescentes ser madres solteras. Así lo muestra un estudio dirigido por Frank Furstenberg, sociólogo de la Universidad de Pensilvania, sobre la vida de 300 madres adolescentes. Entre ellas es mayor la proporción de las que dependen de la asistencia pública y menor la probabilidad de formar un matrimonio estable. Además, sus hijos suelen tener más dificultades en la escuela y -sobre todo los varones- se muestran más agresivos y con menos dominio de sí mismos.

«Siempre ha habido madres adolescentes en todos los países, y eso es lo más normal en algunas de las sociedades menos desarrolladas. Lo que nos parece nuevo e inquietante en la situación que hoy priva en Estados Unidos es el gran aumento registrado en el número de madres solteras, y el hecho de que éstas se concentran en los mismos barrios».

Los estudios recientes, concluye Wilson, corroboran la intuición de la gente. «Educar bien a un hijo es una responsabilidad enorme que a menudo exige todas las energías de los dos progenitores; pero, para uno solo de ellos, lo más seguro es que la tarea sea abrumadora. En la gran mayoría de los casos, los niños que nacen fuera del matrimonio llegan al mundo en la pobreza».

La institución más básica

Está claro también que la familia experimenta profundas transformaciones. A juicio de Wilson, las principales causas son el cambio en la función económica de la familia y el cambio del entorno cultural. La familia ya no es la unidad que administra la producción económica, como lo fue cuando la agricultura era la forma de producción predominante.

El cambio cultural se remonta al siglo XVIII: desde entonces se registra una tendencia dominante a la emancipación del individuo de todas las formas de tutela, incluida la familiar. Sin embargo, es admirable «lo bien que la familia ha logrado sobrevivir en este proceso. Si, como suponen algunos expertos, la familia sólo fuera un convencionalismo social, habría desaparecido hace mucho tiempo, al igual que las microindustrias o las pequeñas explotaciones agrícolas, como víctima inevitable de las tendencias de la vida moderna hacia el individualismo y la racionalización».

Las medidas económicas no bastan

La gente común coincide con los conservadores en que la familia es la institución fundamental de la sociedad. Pero también está de acuerdo con los liberales en que no se debe recluir a la mujer en las tareas domésticas ni condenarla a la sumisión al varón.

En especial, la mayoría de los padres y madres coinciden con el bando conservador en un tema central. «Desean que los líderes políticos, los medios informativos, los programas de televisión y el cine se pongan de su parte en la lucha por definir qué es la familia. Ésta no es una opción más entre varios estilos de vida; no es un foro donde se negocian los derechos; no es una barrera anticuada y reaccionaria contra la vida sexual promiscua; no es un montón de cálculos de costos y beneficios: es un compromiso. Sólo por el hecho de que la mayoría de la gente lo entiende así, la familia moderna no ha sido destruida por las presiones de tipo económico y cultural».

Ahora bien, esperar que los políticos defiendan la familia no debe hacer creer que la llave de los remedios estén en la acción del Estado. Para robustecer la familia no bastan las medidas económicas. «Los aspectos más importantes de la vida familiar están fuera del alcance de las directrices políticas».

Se necesitan soluciones de otro tipo, advierte Wilson. «Sospecho que va a ser preciso edificar de nuevo la cultura de la familia, de principio a fin. A mi juicio, la mayoría de los estadounidenses entiende muy bien la diferencia entre la familia tradicional y la familia opresiva; desea la primera y no le gusta la segunda. Supongo también que la mayoría de las mujeres pueden distinguir con gran facilidad entre los derechos que han conquistado y los deberes que no han dejado de tener; sienten gran aprecio por ambas cosas y no ven un conflicto básico entre ellas, salvo el problema innegable de que no tienen tiempo para ocuparse de todo y tienen que seleccionar sus actividades». Y el hecho es que, en una época en que tantos medios de comunicación y expertos ridiculizan el tipo de vida familiar que la mayoría de los padres y madres desean, éstos han logrado resistir admirablemente bien.

________________________(1) «Los valores familiares y el papel de la mujer», publicado originalmente en Commentary (abril 1993) y reproducido en Facetas (1/1994). Entre otras obras, James Q. Wilson es coautor de Crime and Human Nature, estudio sobre los factores psicológicos y sociales que favorecen las conductas delictivas.

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