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La nueva religión secular

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Con el declive de las Iglesias protestantes que hasta ahora eran “mainstream” se ha erosionado el consenso de fondo, de carácter social y cultural, que durante siglos había dado forma a la sociedad estadounidense. La erosión de este consenso ha sido aprovechada por el progresismo secular. Así lo explica Joseph Bottum, ex redactor jefe de la revista First Things, en un libro sobre el malestar de un país dividido por fuertes convicciones ideológicas (1).


Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 37/14

An Anxious Age no es propiamente un libro histórico ni sociológico. Más bien, es la visión intuitiva de un pensador profundo –que además es poeta– sobre el ambiente intelectual de EE.UU. Aquí radica la fuerza de su análisis, pero también su debilidad: hay muchas ideas sugerentes que no siempre se pueden contrastar con hechos y cifras. En cualquier caso, ha logrado provocar un debate con otros pensadores que reconocen su talla intelectual.

El protestantismo –explica Bottum– dio a EE.UU. una unidad social y una identidad cultural, que no habría podido conseguir con acuerdos políticos ni económicos. Pero este consenso de fondo se fue resquebrajando con el declive de las Iglesias protestantes tradicionales (episcopalianos, metodistas, baptistas, presbiterianos…), que desde los años 60 y 70 del siglo pasado han tomado una deriva laxa en cuestiones de fe y moral (cfr. Aceprensa, 9-01-2014).

Mientras crece el número de estadounidenses que no se adhieren a ninguna Iglesia o confesión, las confesiones protestantes que hasta ahora eran “mainstream” y los evangélicos están perdiendo fieles; el porcentaje de estadounidenses que se declaran protestantes ha caído del 62% en 1972 al 48% en 2012 (cfr. Aceprensa, 3-01-2013).

Y sin embargo, puritanos
La erosión del consenso cristiano de fondo se ha traducido en más ansiedad espiritual. Bottum recupera esta idea del clásico estudio de Max Weber sobre La ética protestante y el espíritu del capitalismo para explicar cómo algunas actitudes protestantes siguen vigentes bajo forma secular.

“EE.UU. está lleno de gente que busca frenéticamente confirmar su propia bondad esencial. Somos un país de individuos desesperados por situarnos en el lado de la moralidad; ansiosos de saber si somos rectos y si vivimos en la luz. El problema, claro, es que hemos perdido cualquier noción compartida de lo que puede significar el bien”.

El progresismo secularizado que hoy domina buena parte de la vida cultural y social estadounidense ha encontrado una mina en este ambiente de ansiedad espiritual. Y así ha triunfado gracias a un discurso que mimetiza una convicción “religiosa”: lo que nos hace progresar es la adhesión incondicional a una estructura de corrección política. El nuevo “evangelio de la prosperidad” nos promete que la salvación viene de que nos situemos en el lado correcto de la historia.

Como cualquier religión, el progresismo secularizado tiene sus dogmas, sus mandamientos, su liturgia… e incluso su Inquisición. “Los post-protestantes –dice Bottum– creen que el mejor modo de actuar como un ser moral es definirse en contra del fanatismo y la opresión, entendiendo el bien y el mal no en primer lugar en términos de conducta personal sino como actitudes mentales sobre la condición social. En otras palabras, el pecado aparece como un hecho social, y la personalidad redimida confía en su propia salvación siendo consciente de este hecho, reconociendo y rechazando el mal que oscurece la sociedad”.

En Estados Unidos se extiende la idea de que la forma en que votamos es la forma en que salvamos el alma

Un ejemplo reciente mencionado por Bottum es lo que le ha pasado a Brendan Eich, cofundador de Mozilla, quien se ha visto obligado a abandonar su cargo en la compañía por haber donado mil dólares a la campaña a favor de incluir en la Constitución de California la definición del matrimonio como la unión entre hombre y mujer, enmienda que fue aprobada por la mayoría de los votantes (cfr. Aceprensa, 4-04-2014).

Del sexo a la comida
Paradójicamente, después de haberse desembarazado de las antiguas constricciones de la religión, esta nueva élite cultural ha optado por un moralismo muy rigorista. “Como los viejos puritanos, están deseando utilizar la ley para obligar a los demás a comportarse de acuerdo con lo que ellos consideran correcto”.

Los post-protestantes comparten con el establishment wasp de hace 50 años “la confianza moral y la certeza espiritual” de que sus valores y su visión del mundo es la más completa y progresista de las posibles. La gran diferencia es que “se han despojado del cristianismo por el camino”.

También se distinguen de sus ancestros puritanos en que “han desplazado el centro de sus preocupaciones morales relativas al cuerpo, del sexo a la comida”. Aceptarán sin pestañear 50 sombras de Grey, pero condenarán –también sin pestañear– los pecados de obesidad y tabaquismo.

Han desplazado el centro de sus preocupaciones morales relativas al cuerpo del sexo a la comida

Una débil cultura católica
Pero la ansiedad espiritual no solo acampa en el bando de los progresistas. La creencia de que existen unas “ideas sociales y políticas elevadas a la posición de extrañas divinidades” también ha sido abrazada con entusiasmo por los conservadores, incluso por algunos creyentes. “A lo largo y ancho del país, tanto entre progresistas como entre conservadores, merodea el perturbador sentimiento de que la forma en que votamos es la forma en que salvamos el alma”.

Al resquebrajarse el consenso cristiano de fondo, la ansiedad espiritual se ha desatado en cada rincón de la sociedad estadounidense. “Pensemos en nuestro empeño por creer que los adversarios políticos no solo están equivocados sino que además son malos. Pensemos en la forma en que hablamos de la comida, el peso, el tabaco; o en la forma en que usamos términos como género, raza o medio ambiente”.

“Somos incapaces de distinguir entre la maldad absoluta y la gente con la que discrepamos: ¡Los republicanos del Congreso son unos talibanes! ¡Obama es un comunista! ¡El gobernador de Wisconsin es un nazi!”. Esta tendencia a demonizar a los contrincantes políticos, atribuyéndoles intenciones perversas, realimenta la ansiedad del espacio público americano.

Los católicos, concluye Bottum, podían haber aprovechado el declive del protestantismo “mainstream” para convertirse en un revulsivo de la nueva cultura norteamericana. Pero la idea de que “solo la cultura política es la cultura que importa” (y otros factores) les ha llevado a abandonar el interés por influir en determinados ambientes intelectuales.

Para la nueva élite post-protestante, lo que nos hace progresar es la adhesión incondicional a una estructura de corrección política

Es cierto que no han faltado en estos últimos años muchos filósofos, teólogos y ensayistas, pero apenas ha habido cineastas, poetas o novelistas católicos influyentes. “La cultura católica, que llegó a su apogeo en los años 50, desapareció en las siguientes décadas a una velocidad asombrosa”.

Del libro de Bottum se ha dicho que es muy negativo y desesperanzado, algo que no es tan extraño en una obra que tiene por objetivo diagnosticar el malestar de una cultura.

Pero quizá la crítica más seria es la que le hace el escritor protestante Greg Foster en un artículo publicado en Public Discourse. A su juicio, Bottum –que es católico– carga demasiado las tintas contra el protestantismo cuando en realidad tendría que haberlas cargado contra sus desviaciones. Y así, olvida algo fundamental: “que el ‘evangelio de la prosperidad’ creó la ansiedad religiosa precisamente porque abandonó la religión protestante”.

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Notas

(1) Joseph Bottum, An Anxious Age: The Post-Protestant Ethic and the Spirit of America. Image. Nueva York (2014). 320 págs.

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