La necesidad radical de la formación humanística

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Ante los conflictos del mundo de hoy
El pragmatismo académico y social reinante en buena parte de Occidente es el enemigo principal de las humanidades. Los estudios humanísticos no son útiles en estos tiempos que exigen soluciones prácticas, argumentan sus detractores. Aunque, cuando se trata de resolver los problemas de hoy, lo que escasean no son tanto técnicas como ideas de hombres creativos. La importancia de las humanidades para la formación completa de la persona ha sido el tema que se ha debatido en un simposio que se acaba de celebrar en la Fundación Ramón Areces de Madrid (1). José Luis Martos, secretario de esta reunión, concluyó que el simposio ha demostrado que la «calidad educativa es un tópico a menos que se reconozca el valor que tienen las disciplinas humanísticas y se les ofrezca el tiempo y medios indispensables para optimizar la enseñanza».

«Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos. / Si no siempre entendidos, siempre abiertos / o enmiendan, o fecundan mis asuntos; / y en músicos callados contrapuntos/ al sueño de la vida hablan despiertos». Quevedo escribió estos versos en la torre donde estaba encarcelado. Es un modo hermoso y cierto de subrayar la importancia de las humanidades en la formación integral de la persona.

Quevedo, como otros clásicos, sigue hablando al hombre de hoy. También el simposio sirvió para entrar en conversación con Aristóteles, Tucídides, Séneca, San Agustín, Petrarca, Shakespeare, Tomás Moro, Cervantes, Ibsen, Kant, Descartes, Beethoven, Velázquez, Stein o Humbolt. Todos ellos dan muchas claves para conocernos y para comprender el mundo. Nos hablan de heroísmo y vileza, de amor y muerte, de codicia y amistad, de honradez y corrupción, de dolor y alegría, de hipocresía social y ciudadanía…

El fundamento olvidado

Y, de la mano de estos maestros, el pedagogo Víctor García Hoz, el filósofo José Antonio Ibáñez Martín, la historiadora Ángeles Galino, el geógrafo José Sancho, el catedrático de Estética Alfonso López Quintás o el filólogo José Lasso de la Vega, coincidieron en que hoy la educación escolar está concebida para que los estudiantes «sepan» y «hagan» cosas; pero olvida lo más básico, el fundamento: la formación humana, que hace objeto suyo al hombre, con sus virtudes y vicios, su grandeza y debilidades, sus deseos y proyectos.

El simposio no fue para añorar paraísos perdidos, ni lamentarse de la postergación que sufren los estudios humanísticos, sino para reafirmar que las humanidades están en la base de la formación cabal de la persona.

Nadie puso en duda la eficacia de la técnica. Pero insistieron en que la formación general es siempre superior a la especialización, como eficaz contrapeso de ésta. No ocultaron su malestar porque todavía, a las puertas del siglo XXI, muchas instituciones docentes siguen ancladas en la vieja idea de que la educación consiste en una enseñanza eficaz de un conjunto de materias en el que se margina la preocupación de los problemas fundamentales del hombre. A los estudiantes asistentes el catedrático de Filología Griega Lasso de la Vega les aseguró que las humanidades «pueden responder todavía a las necesidades de los jóvenes de nuestra época técnica e industrial».

La pregunta básica

¿Cómo se puede despertar el gusto por las humanidades en los alumnos de bachillerato?, preguntó un estudiante de magisterio a Ángeles Galino. «La clave del éxito -respondió la académica- está en que el profesor acierte a formular una pregunta básica, interesante, actual, estimuladora, y, a partir de aquí, ya se puede seguir trabajando».

Refiriéndose al modo de enseñar las humanidades, Galino sugirió que se dejaran a un lado los aspectos eruditos de los estudios humanísticos, que, aunque son importantes, no deben «comerse los aspectos creativos que éstos tienen». Existen, dijo, «publicaciones eruditas que, en último término, no hacen avanzar lo que yo llamaría la sabiduría que podemos extraer de las humanidades». Los griegos nos han transmitido una imagen del hombre que piensa y crea; los romanos, una imagen del hombre que innova en los dominios de la historia, el derecho y el orden. A ambas culturas les es común el fundamento ético-político, que orienta hacia el bien común el pensamiento y las acciones de los mejores.

Educación intercultural

Estos ideales no están petrificados. Pues la historia no es sin más la ciencia del pasado, sino de la presencia del pasado. Y los elementos de nuestro ser cultural siguen siendo, en forma más o menos desarrollada, los mismos elementos del espíritu y del pensamiento clásicos. La educación humanística nos pone en contacto directo con las fuentes de nuestra cultura. Y ese conocimiento nos hace más abiertos y comprensivos con los demás. Aquí radica la grandeza de las humanidades: ayudan a afrontar conflictos de hoy, tales como el sentido de la vida, los nacionalismos y choques de distintas razas y culturas, la regeneración de la vida política o la convivencia con el extranjero.

«Creo sinceramente que en la sociedad multicultural en que nos encontramos -indicó Galino-, la educación no puede responder con una monocultura, que acoraza a los ciudadanos para repeler cualquier contacto con otras culturas y que no deja respirar a los demás. Pero tampoco sirve la educación multicultural, que levantaría guettos. El ideal sería una educación intercultural que, manteniendo una determinada pertenencia a la entidad cultural, individual, grupal y nacional que cada uno posee, no fuera tan exclusiva que le negara el aire y el sol al resto de las personas.

«Esto importa hoy más que nunca. En una Europa sin fronteras y en un mundo interrelacionado, hay que revisar los conceptos de educación nacional que, en el siglo XIX, imponían los gobiernos. Porque lo que nos preocupa a los historiadores es ver cómo podemos revisar los textos de historia de los distintos países: por ejemplo, sobre la Guerra de los Cien Años los franceses e ingleses tienen enfoques distintos; lo mismo pasa con las revoluciones francesa, americana y rusa; o con el descubrimiento de América.

«Lo que se necesita es una síntesis, pero no una síntesis de café con leche, de mitad y mitad, sino sobre conocimientos que ya no se balancean porque están establecidos sumándoles las rectificaciones de unos y otros».

Carlos CachánHacia una formación humanísticaEl simposio ha pretendido ofrecer un conjunto de reflexiones sobre por qué y cómo los estudios humanísticos son un factor necesario en la formación completa de la persona. El enfoque fue multidisciplinar. Todas las disciplinas del saber clásico estuvieron presentes: filosofía, historia, geografía, latín y griego, y lengua y literatura españolas. Cada una aportó su pincelada al fresco clásico.

– La filosofía tiene un lugar central en la formación humanística. Trata de una acción -el pensamiento- de la que estrictamente el hombre es sujeto, y analiza las facultades humanas que explican sus acciones, determinando el lugar respectivo que las diversas facultades poseen dentro de nuestro ser. Da luces para orientar en la búsqueda de la auténtica plenitud humana. Proporciona el orden general en el conjunto de los saberes, los principios fundamentales a los que todo conocimiento ha de referirse.

– La historia se ocupa de los hombres, de sus luchas y progresos, y les ayuda a comprender el mundo en que viven, para que les sirva de arma en su lucha y de herramienta en la construcción de su futuro. A los jóvenes aporta un conocimiento explicativo útil para el presente. Muchos fenómenos particulares e, incluso, valores y actitudes -libertad, racionalidad, individualismo, solidaridad, sociabilidad- que informan nuestro actuar, tienen un componente histórico indiscutible. La historia no puede ofrecer ninguna ley fija, ni postulado, ni solución inevitable para resolver las alternativas de hoy. Pero sí despierta en el hombre el «sentido de lo posible», antes que el sentido de lo probable, y le facilita elegir entre las alternativas racionales de su tiempo.

– La educación humanística clásica es una escuela de la mente, porque nos obliga al estudio de una lengua de estructura tan dominantemente lógica como la latina o de la lengua griega, madre de la gran poesía, la ciencia y la filosofía. Además, el aprendizaje de las lenguas clásicas promueve hábitos de trabajo imprescindibles para el estudio científico: minuciosidad, paciencia, curiosidad espiritual, capacidad de juicio.

— La literatura enseña a vivir y a morir. Los clásicos, antiguos y modernos, han conseguido expresar mediante una forma estéticamente lograda un contenido que se refiere a valores constantes en la apreciación humana: el amor, el honor, la libertad, la conciencia, la lealtad, la amistad, los remordimientos, los celos, la esperanza, el miedo, el ansia de poder, la ambición, la serenidad ante la muerte, la búsqueda de Dios… La literatura es un vehículo privilegiado para el conocimiento del mundo y de la complejidad de lo real. Es un modo de sabiduría: hace saborear la verdad y la belleza, enseña a escuchar y a hablar a tiempo.José Lasso de la Vega: «Los estudios clásicos hacen al hombre interiormente libre»José Lasso de la Vega, catedrático de Filología Griega, Premio Nacional de Literatura, es uno de los intelectuales que más han luchado para que el humanismo clásico siga ocupando un puesto destacado en la educación en España. En la siguiente entrevista, sintetiza algunas de sus ideas.

– Prof. Lasso, ¿necesitan las humanidades una reconversión en cuanto a sus contenidos o al modo de enseñarlas?

– Los contenidos de las humanidades no son reconvertibles; el modo de enseñarlas, probablemente, sí. La pedagogía se debe adecuar en cada época a métodos e inquietudes diferentes.

– ¿Cree que las humanidades tienen que estar presentes también en las carreras técnicas?

– Sí. Las humanidades deben convertirse en la base de la formación actual. En la época de las técnicas avanzadas, de las cabezas pensantes demasiado circunscritas a los problemas de la técnica y de los hombres de acción atentos a la ganancia y al negocio, tenemos que seguir planteándonos qué cultura es existencialmente necesaria para el hombre occidental.

Científicos particularmente distinguidos, como Werner Heisenberg -apasionado fervoroso de los griegos- y Erwin Schrödinger, postulan que el contacto con los griegos y romanos es el deseable correctivo y contrapeso de la especialización, que empobrece cada vez más la formación humana.

Un mensaje actual

– Pero la realidad muestra una llamativa ausencia de las humanidades clásicas en los planes de estudio.

– En efecto, las novísimas reformas de las humanidades, que durante muchos siglos representaron la defensa e ilustración de la formación completa del hombre, prácticamente han suprimido el humanismo clásico de los programas educativos. Esta ausencia, decretada por la política educativa, se justifica curiosamente por razones de demandas sociales y de la falta de actualidad de dichos estudios, como si para entender la historia y para el buen vivir histórico fueran hoy aquéllos asuntos de ociosa curiosidad arqueológica.

Sin embargo, yo llevo más de 40 años en la cátedra universitaria y conozco lo que los alumnos quieren. Y lo que puedo decirle es que hoy menos que nunca en España desean ese tipo de culturilla barata dominante. Lo que anhelan profundamente es tener una idea de lo que son, de su papel en el mundo y de la cultura general. Durante trece años fui catedrático de Instituto. Tengo una experiencia inolvidable de aquella época, la más feliz de mi carrera como profesor. Daba griego a los estudiantes de preuniversitario y el tema central era Homero. Puedo asegurar que muchos de mis alumnos de los años sesenta, cuando me los encuentro por la calle, me paran para decirme: «¡Cuánto nos han servido en la vida aquellas clases!»… Y son ingenieros o economistas o cualquier otra cosa; casi ninguno se ha dedicado a ser helenista. Pero reconocen y agradecen aquella formación general. Es una pena que eso se haya perdido.

– ¿Cuál es el mensaje de los estudios humanísticos?

– Es un mensaje de amor al hombre, que sig-nifica generosidad, comprensión, condescendencia con todos, no encastillarse. El tejido de nuestra cultura lo urden unos hilos maestros: Grecia, Roma y el Cristianismo. Sobre ellos han seguido entretejiendo los europeos hasta la fecha. Por eso, esta época nuestra, deslumbrada por los adelantos de la técnica y, a la vez, atemorizada por algunas de sus consecuencias, necesita más que nunca hombres capaces de sentirse dueños de la tecnología y de manejarla con la libertad responsable que es esencial al hombre.

La educación humanista coloca en el centro de su interés el problema del hombre, y lo intenta comprender situándose en los orígenes del pensamiento europeo sobre el hombre. No sólo nos muestra un camino que otros han seguido, sino que nos enseña a andar. Los estudios clásicos dotan al espíritu de un saber vital, de los factores decisivos de nuestra cultura, y hacen al hombre interiormente libre y capaz de enfrentarse con la complicada vida actual; nos ayudan a formarnos espiritualmente, esto es, en nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestras fuerzas morales.

La seña de identidad

– ¿Tiene sentido una educación humanista ante las exigencias tan materialistas y pragmáticas de nuestra época?

– Los grandes avances técnicos han traído también un proceso de deshumanización que nos hace sentirnos obreros, empresarios, profesores, estudiantes…, pero cada vez menos hombres libres. ¿Cuál es la cuestión? ¿Queremos formar únicamente técnicos o queremos formar, antes que nada, hombres, seres que tengan conciencia de su valor y de todas sus posibilidades? Evidentemente, no se trata -Platón y Aristóteles jamás lo pensaron- de formar únicamente hombres contemplativos. Toda sociedad necesita de técnicos y, puesto que ha de ser gobernada, necesita gobernantes.

Pero, precisamente con vistas a este fin político -político en el sentido moral de la palabra-, Platón pide que el político sea, ante todo, plenamente hombre, consciente de todas las posibilidades de su alma. La seña de identidad del auténtico técnico o político es el haber reflexionado sobre el sentido de la vida y sobre las cuestiones primeras, de las que dependen todas las demás. Sólo un hombre así es capaz de vivir, si el caso llega, solo consigo mismo, de bastarse a sí mismo. Pero lo más sorprendente que hoy encontramos en muchísimos hombres es que no tienen nada en su interior. Una vez concluida la faena que constituye su ganapán, se aburren lo más a menudo, tienen necesidad absoluta de divertirse, de salir de sí mismos, de no estar solos.

Carlos Cachán_________________________(1) «Los estudios humanísticos y la formación completa de la personalidad». Fundación Ramón Areces. Madrid, 11 y 12 de noviembre de 1993.

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