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La necesidad del diálogo entre Pekín y el Vaticano

publicado
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La Santa Sede puso muchos medios durante el pontificado de Juan Pablo II para intensificar el diálogo con el régimen de Pekín, y tratar también de resolver el problema de la iglesia patriótica. Con Benedicto XVI se dieron nuevos pasos.

Hace unos días, Joseph Wei Jingyi, obispo de la llamada Iglesia “clandestina” de Qiqihar, en la provincia nororiental de China, insiste en esa necesidad, en una entrevista con Gianni Valente aparecida en Vatican Insider (22-01-2015). Considera esencial ese diálogo para superar las divisiones entre los católicos chinos.

Muchos problemas derivan de la insuficiente libertad religiosa en China, y de la obsesión de Pekín por no renunciar al control de la “Iglesia patriótica”, con el consiguiente nombramiento de obispos sin intervención o autorización de Roma. El prelado considera que los católicos no tienen un criterio único sobre el trato que reciben del gobierno; esa división se ha ido cristalizando a lo largo de la historia. Por eso, entiende que, si se resolviera el problema de las relaciones con Pekín, las divisiones internas se resolverían a corto plazo, y se superarían los problemas continuos que las autoridades causan a los católicos.

Las conversiones se producen en personas relativamente jóvenes, con mayor formación cultural

Los cambios sociales influyen en la práctica religiosa

Joseph Wei Jingyi tiene 57 años, y ha sufrido hasta ahora tres períodos de detención, el más largo desde septiembre de 1990 a diciembre de 1992. El primer cristiano de su familia fue el abuelo. Luego, especialmente en tiempos de la Revolución Cultural, estuvieron años y años sin ver a un sacerdote. No se podía manifestar la fe cristiana públicamente. Las cosas cambiaron a partir de finales de los setenta. Fue entonces cuando descubrió su llamada al sacerdocio.

Ahora, el cambio de ritmo en la sociedad afecta también a las familias cristianas, que tienen dificultades para encontrar tiempo para rezar juntos, como en otras épocas. Hace años, los sacerdotes esperaban a los fieles en las iglesias para confesarles, celebrar la misa y administrar los demás sacramentos. Ahora, para difundir el Evangelio, es preciso salir de las parroquias y mostrar a todos el amor de Dios, y cómo la fe puede florecer en la vida de cada día.

A la vez, las nuevas tecnologías permiten estar informados al día sobre la Iglesia y las enseñanzas del papa. El prelado explica cómo siguen por Internet las homilías matutinas del Papa Francisco en Santa Marta, los discursos, la catequesis de los miércoles, las audiencias, los viajes. Y considera muy pertinentes las sugerencias del pontífice para la condición actual de la Iglesia y la sociedad en China, dentro de su criterio específico de mantener como brújula la Carta de Benedicto XVI a los católicos chinos en 2007.

Con independencia del método elegido para seleccionar a los obispos, lo esencial es que el nombramiento no se haga sin el reconocimiento del Papa

La Carta de 2007 a los católicos chinos

De modo particular, la enseñanza del papa debe contribuir a superar problemas actuales que derivan de la división entre católicos “oficiales” y “clandestinos”, alimentada a menudo por ambiciones personales y afán de poder. El obispo lamenta que esas corruptelas se hayan producido en la Iglesia casi desde los comienzos, pero “en la China de hoy, en su raíz, son el resultado de una presión que viene desde el exterior”. Por eso acentúa la importancia de avanzar en las relaciones entre la jerarquía y el poder político, mediante los oportunos cauces diplomáticos, aunque implique riesgos y malentendidos a corto plazo. Se trata de una herida abierta, que debe ser tratada y curada.

En la carta de 2007, Benedicto XVI deseaba “un acuerdo con el gobierno para resolver algunas cuestiones acerca de la elección de los candidatos al episcopado”. Los obispos deben estar en comunión con el Papa, sucesor de Pedro. Esta comunión, en condiciones normales, se expresa públicamente. Con independencia del método elegido para seleccionar al candidato, lo esencial es que el nombramiento de nuevos obispos no se haga de manera autónoma e independiente, sin el consentimiento y reconocimiento del Papa. Se puede discutir el modo de realizarlo, pero es el primer punto insoslayable. Luego, se pueden encontrar fórmulas, también respecto de las instituciones oficiales de la Iglesia “patriótica”, siempre que el gobierno renuncie a la pretensión de controlar la vida íntima de los creyentes y de sus pastores.

Al final, todo depende de la vida sobrenatural, como señala Joseph Wi al terminar la entrevista: “Ahora todo el mundo utiliza el teléfono celular. Es una herramienta útil. Pero si la batería está baja y no hay corriente para recargarla, no funciona y no sirve para nada. También en la Iglesia es así Podemos esforzarnos por buscar la unidad. Pero si no hay unidad en el amor de Dios, percibido en la oración, nada funciona. Y nuestros intentos de construir la unidad entre nosotros no llegarán a ningún término”.

La acción de la Santa Sede tiene como brújula la Carta de Benedicto XVI a los católicos chinos en 2007

La impresión de que las negociaciones entre el gobierno chino y la Santa Sede avanzan, se reflejó también en un artículo publicado a finales de noviembre por el periódico de Hong Kong Wen Wei Po, considerado expresión del gobierno. Una fuente anónima, presentada como cercana a las negociaciones, describía los términos de un acuerdo que Pekín habría propuesto a la Santa Sede.

El contexto de la nueva religiosidad china

Todo esto resulta inseparable del fenómeno señalado por sociólogos de la religión, como Yang Fenggang, de la universidad Purdue, o Rodney Stark, emérito de Baylo University de Waco (EE.UU.), sobre la atracción que ejerce el cristianismo sobre la población de China, después del desierto de la Revolución Cultural. En 1949 los cristianos eran el 1% de la población. En 2010, entre católicos y protestantes, eran ya 67 millones de personas, lo que supone el 4,8%. El incremento se debe –según una explicación sociológica– a que los chinos ven el cristianismo como una religión compatible con el mundo moderno, que incluiría libertad y democracia (más que las religiones tradicionales).

De hecho, las conversiones se producen en personas relativamente jóvenes, con mayor formación cultural. En el siglo XXI, como consecuencia de la urbanización masiva, pasan a primer plano los jóvenes, estudiantes, personas de clase media, siempre con un predominio femenino, que se sitúa en torno al 70%. En las próximas décadas, China podría ser el país del mundo con más cristianos, a pesar de las actuales persecuciones, que incluyen la destrucción física de templos. Basta pensar que, en la misa del gallo de 2014, se bautizaron tres mil personas en Pekín.

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