La misión de Mons. Cipriani en la crisis de los rehenes

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Mons. Juan Luis Cipriani, arzobispo de Ayacucho, habla en una entrevista publicada en la revista italiana Tracce (febrero 1997) de su intervención en la crisis de la embajada japonesa en Lima. La revista precisa que la entrevista ha sido posible gracias al nuncio apostólico en Perú, Mons. Fortunato Baldelli.

– Mons. Cipriani, ¿qué papel ha desarrollado la Iglesia desde el comienzo de estos dramáticos acontecimientos?

– La Iglesia, fiel a su misión, ha sido desde el primer momento el signo de un camino hacia la reconciliación y hacia una solución pacífica del problema. El mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la Jornada de la Paz del 1 de enero de 1997 contiene numerosos elementos de reflexión que han sido muy útiles.

Al mismo tiempo, se ha verificado una movilización popular «fuera de programa» que ha reunido a todo el pueblo peruano en torno a la plegaria. La religiosidad popular se ha expresado de modo masivo con manifestaciones de todo tipo: rezo del santo rosario, procesiones con candelas, velas de oración ante el Santísimo Sacramento.

– ¿Cuáles han sido los testimonios más significativos durante estas semanas?

– Los «testimonios invisibles» de muchos rehenes que, llenos de fe y de esperanza, han sabido ver en esta situación una llamada de Dios. Puedo afirmar que muchos de ellos han redescubierto su interioridad y han encontrado a Alguien; es decir, la presencia de un Dios paternal, ante el cual abandonarse como hijos pequeños que se saben en manos seguras.

El contraste entre un mundo lleno de cosas superfluas, que muchas veces desprecia la dimensión moral de la existencia y se mueve frenéticamente sin rumbo, un mundo donde las noticias pasan por encima del respeto de la persona y de su dignidad, que deberían estar en el corazón de los que informan; y, por otra parte, la calma tensa y peligrosa que se respira en el interior de la embajada japonesa, ha generado una solidaridad y un sentido de la dignidad humana realmente sorprendentes y maravillosas. Es como estar presente ante el diálogo entre lo temporal y lo Eterno, entre la miseria y la misericordia, entre la violencia y la paz, entre el dolor y la alegría, que son algunos de los aspectos de cualquier intinerario que conduce a la conversión.

– ¿Por qué decidió acudir a la residencia del embajador del Japón, ocupada por los rebeldes?

– Desde el primer momento, la Cruz Roja se ocupó de los aspectos materiales del asunto, de lo que se llama ayuda humanitaria: de la alimentación, las condiciones higiénicas y sanitarias, etc.

Mi presencia obedece a una petición hecha al nuncio apostólico, expresada tanto por el gobierno peruano como por los miembros del MRTA. Después de valorar varias opciones, las dos partes se pusieron de acuerdo en aceptar mi presencia. Me llamaron entonces para entrar en la embajada, con el fin de ocuparme directa y exclusivamente de eso que podríamos llamar «ayuda espiritual». Como es fácil de imaginar, en circunstancias como esta la dimensión espiritual ocupa un lugar principal, no sólo para los rehenes sino también para sus parientes.

Al mismo tiempo, es una oportunidad para «buscar» entre los miembros del MRTA esa semilla de humanidad y de respeto por la vida que puede facilitar una mayor comprensión. Explicarles que la violencia no es nunca un camino hacia el bien de ningún tipo, y que nunca puede justificarse como medio.

Como se sabe, he celebrado allí la misa varias veces y he confesado durante horas, además de escuchar a todos los que querían abrir su corazón para confiarme una infinidad de penas y de preocupaciones. Creo que hasta este momento se ha conseguido obtener el respeto por la vida de los rehenes. Además, está teniendo lugar cierto diálogo entre las partes. (…)

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