La mediación familiar, una vía de salida para los conflictos

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Buena parte de los casos que llegan a los jueces de familia entrañan disputas agrias, y resulta difícil dictar una sentencia satisfactoria para ambas partes. Otro método de resolver conflictos -la mediación familiar- ofrece un porcentaje de éxitos nada despreciable, aunque no siempre vaya dirigido a restaurar la unidad de la familia. Este tipo de intervención no se encamina directamente a curar las heridas emocionales causadas por el conflicto -cosa que habitualmente corresponde a profesionales sanitarios-, sino más bien a lograr, con la colaboración de un agente externo y sin necesidad de recurrir a los tribunales, un acuerdo amistoso.

Aunque en la mayoría de los casos la mediación se aplica a crisis conyugales, también puede extenderse a otros conflictos entre miembros de la familia: hijos de sangre o adoptivos, distintos parientes, etc. Los protagonistas de la mediación son los propios implicados, pero la figura clave es naturalmente la del mediador. Este puede ser o no abogado, aunque si lo es, deberá abstenerse de participar después en un posible proceso judicial. En todo caso, el mediador actúa como el estratega que observa desde fuera los puntos de discordia y plantea a las partes alternativas para el acuerdo. Además de la adecuada preparación, se exige al mediador imparcialidad, un cierto distanciamiento de los problemas y, por supuesto, confidencialidad, según resume Javier Escrivá-Ivars, catedrático de la Universidad de Navarra y director del Máster Universitario en Matrimonio y Familia (1).

Una mediación con éxito supera sin duda uno de los mayores obstáculos que presenta toda crisis: la dificultad de comunicación entre las partes. Se trata -afirma Escrivá-Ivars- de ofrecer a los cónyuges «una pausa en el conflicto que les enfrenta», con el fin de que «los esposos elaboren por sí mismos las bases de un acuerdo duradero», incluso homologable por el juez. Si se alcanza el pacto, las ventajas de la mediación son claras: se consigue un consenso amistoso, que tiene en consideración las futuras relaciones entre padres e hijos, y resulta mucho más económico y menos traumático que un proceso de separación donde el arreglo es impuesto por los tribunales.

Los más optimistas consideran que todo proceso mediador se convierte en un «estímulo para la reconciliación», al hacer hincapié en el diálogo. Javier Escrivá-Ivars advierte que la mediación no es «la panacea para resolver todos los casos», pero resalta tres aspectos positivos: «el alto porcentaje de acuerdos que se consiguen a través de ella, el alto grado de cumplimiento de los acuerdos y el nivel de satisfacción de las partes».

Pero la mediación tiene también sus limitaciones. Desde que comenzó a aplicarse en Estados Unidos y Canadá en los años setenta y en Europa más tarde, se ha comprobado que ha de usarse con prudencia. La mediación sería inútil si alguno de los cónyuges tiene la voluntad limitada, como en el caso de alcohólicos o drogadictos. Tampoco se aconseja cuando hay violencia familiar, porque el proceso negociador quedaría condicionado por el temor de la parte más débil.

M. Ángeles Burguera____________________(1) Javier Escrivá-Ivars, «Matrimonio y mediación familiar», Documentos del Instituto de Ciencias para la Familia, n. 30, Rialp, Madrid (2001).

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