La información médica en el bazar mediático

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Roberto Pelta y Enrique Vivas, médicos y divulgadores
Las páginas y programas sobre temas de salud parecen el terreno idealpara una «sinergia» entre médicos -las fuentes de información- y periodistas -los transmisores-. Pero, como afirman Roberto Pelta y Enrique Vivas, alergólogos con larga experiencia divulgativa, a veces periodistas y médicos no tienen la misma idea sobre lo que se debe difundir y cómo difundirlo. Los medios de comunicación tienden a resaltar lo novedoso o llamativo, con lo que pueden hurtar al público el fondo científico de las cuestiones.

Roberto Pelta, doctor en Medicina, alergólogo del Hospital Gregorio Marañón (Madrid), es profesor universitario e historiador médico. Enrique Vivas, jefe del Servicio de Alergia e Inmunología de la Clínica Naval Nuestra Señora del Carmen (Madrid) y miembro de la Sociedad Española de Bioética. Los dos son coautores de varios libros de divulgación médica, como Las flores del mal o la primavera del alérgico (IMC, 1994), Entender las alergias (Temas de Hoy, 1995) o Los 100 mitos de la salud (Temas de Hoy, 1996). Colaboradores habituales de las cadenas de radio Onda Cero y COPE, y del periódico Diario 16, pertenecen a la Junta Directiva de la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión.

En los medios de comunicación abundan las informaciones sobre medicina y salud. Parece que estamos en una época dorada para los divulgadores como ustedes.

Dr. Vivas: No tan dorada. Para aparecer en un medio de comunicación -incluso público-, lo primero que te piden es que alguien pague el espacio que va a ocupar en detrimento de publicidad. No importa que tu mensaje sea importantísimo y lo hagas gratuitamente. Te piden dinero. Llega el curandero con sus hierbas, que paga religiosamente, y se lleva ese espacio. Lo único que importa, al parecer, es la cuota de audiencia, que trae publicidad y beneficios. El médico está para servir de comodín del comunicador cuando a él le conviene. «Oye, háblame un poco del SIDA»; para esto no hay problema. Pero cuando se trata de difundir un mensaje importante, divulgativo, moral, científico…, entonces hay que pagar. ¿Qué programas médicos hay en estos momentos en la televisión que no sean pagados? Ninguno.

Bazar de falsas esperanzas

¿Qué se puede hacer entonces para que los médicos den, a través de los medios de comunicación, una buena educación para la salud?

Dr. Pelta: La batalla no es fácil. Hay médicos que están en contra de la divulgación sanitaria. Ponen una cortina de humo: «Como el tiempo es escaso, yo no puedo explicar al diabético hábitos de vida saludables. Sí es mi obligación, como médico del Sistema Nacional de Salud, mandarle insulina o un antidiabético o decirle que haga una dieta». Así justifican su falta de tiempo para la educación sanitaria. También dicen que dar excesiva información al paciente conduce a crear una sociedad hipocondriaca.

Un tercer problema aparece cuando el periodista transmite noticias de salud y no es médico ni periodista especializado. Es decir, surge un nuevo avance científico-médico y, en seguida, los medios le dan un realce que no coincide con el alcance y la dimensión real que tiene.

Dr. Vivas: De esa forma, los medios de comunicación frivolizan la medicina, la convierten en un bazar de falsas esperanzas.

Dr. Pelta: En definitiva, falta educación sanitaria. Hay médicos que se niegan a divulgar las cuestiones de salud. Y los periodistas crean falsas expectativas con ciertos mensajes extravagantes.

Diferencia de criterios

¿Qué actitud encuentran ustedes en los periodistas?

Dr. Vivas: Nuestra misión, como especialistas dedicados a la divulgación médica, es contar al público unos temas que le resulten útiles. Al periodista, por su parte, le interesa la noticia como tal. No le importa tanto su contenido como que sea vendible y que atraiga publicidad. A los médicos nos importa mucho que se halle una vacuna contra el paludismo -como la del Dr. Patarroyo- o contra el SIDA. Pero al periodista, en general, le da igual. Lo que quiere es la noticia: «Se ha descubierto una vacuna contra el SIDA». Esa diferencia de criterios marca las estrategias de comunicación: son intereses diferentes y, a veces, encontrados.

Dr. Pelta: Además, nosotros -como el resto de los científicos divulgadores- recibimos duras críticas de algunos periodistas, que nos acusan de intrusismo. Pero ¿es responsable que un periodista tome la noticia de que las prótesis de silicona producen cáncer de mama y la difunda por los teletipos, los telediarios y las emisoras de radio, sin haberla contrastado con un médico?

No. Pero ustedes, ¿cuántas veces han acudido a los medios de comunicación para desmentir una noticia falsa?

Dr. Vivas: Bastantes. Pero no suelen hacernos caso. Nuestro mensaje de expertos no interesa tanto como el escándalo y la frivolidad. ¿Qué valor tiene nuestra llamada o carta de rectificación, frente a una gran cadena de 95 emisoras con un programa pagado y patrocinado, que lo que quiere es la noticia impactante?

Epidemia de debates

Pero los medios ¿no recurren muchas veces a los expertos?

Dr. Pelta y Dr. Vivas: Sí, pero cuando llaman a los médicos en busca de asesoramiento, suele ser para que participemos en debates, que a menudo no son las tribunas más adecuadas. En el debate, todos hablan, y parece que la opinión del médico vale tanto como la del actor de moda o el curandero de turno. Con esto fácilmente se hurta al público lo esencial, que no es cuestión de gustos u opiniones, sino de conocimientos. Esto ocurre sobre todo en la televisión, el gran bazar mediático de comercialización de los dichos y los hechos.

¿Cuál es, entonces, el principal medio para que los médicos hagan llegar su mensaje a los ciudadanos?

Dr. Pelta: Nuestras consultas: mediante el diagnóstico, el tratamiento y la educación para prevenir. Si yo he detectado en un paciente un colesterol alto de forma reiterada, le pondré tratamiento; pero también tendré que intentar que cambie sus hábitos para evitar que el colesterol siga subiendo.

Sin embargo, también es preciso que por los canales de comunicación habituales -como la radio o la televisión- haya espacios de educación sanitaria.

Miedo al sufrimiento

¿Qué es un médico hoy, cuál es su misión?

Dr. Pelta: Un tecnócrata. El médico está excesivamente confiado en la tecnología. Pero también excesivamente presionado por la sociedad -que, si no recibe de él lo que quiere, le puede demandar- y por esa misma tecnología. Así, surge la medicina defensiva: si el médico no prescribe al enfermo una batería completa de pruebas y pasa algo, entonces puede ser objeto de demanda.

Y entramos así de lleno en el terreno de la «judicialización». Como consecuencia de tanta tecnología, lo que se ha perdido en realidad es la relación médico-enfermo. El médico ha pasado de hablar mucho con el enfermo a hablar muy poco, porque apenas le mira a los ojos y ya está haciendo una raya en un papel para pedir un escáner o un montón de analítica…

Dr. Vivas: Hay un aforismo muy antiguo, de Hipócrates, que dice: «Si no curar, al menos consolar». El médico tiene que ajustarse a unos criterios morales. El principal es que los médicos estamos para salvar vidas, para curar y para aliviar. Todo lo que no sea eso es tergiversar el fin de la medicina. De ahí, hoy más que nunca, la importancia de la bioética. Para mí, es impresentable y alejado completamente de la mínima ética profesional médica el plantear la eutanasia o cualquier tipo de atentado a la vida. Con semejantes planteamientos, cesa nuestra razón de ser, en el momento en que nos ajustemos únicamente -como dice el Dr. Pelta- a parámetros de bienestar social. Hoy lo que prima es el confort, basado en la sociedad de consumo y en el Estado del Bienestar. Pero no se puede perder de vista la dimensión y el sentido auténticos del dolor. Hay que decir al paciente que lo normal es morirse.

Dr. Pelta: Sí, la sociedad actual es muy hedonista: no quiere dolor ni sufrimiento. Y por eso nuestras consultas están llenas de enfermos psicosomáticos, que no tienen ninguna enfermedad orgánica. Pero, claro, cuenta tú a un señor que está muy estresado y tiene un colon irritable que tiene que modificar sus hábitos. «Sí -dirá-, pero ¿cómo lo hago, si vivo en una ciudad ruidosa, frenética, acelerada, alocada?».

En realidad, estamos sobremedicando al paciente. ¿Por qué? Sinceramente, para descargarnos de responsabilidades. Porque no podemos dedicarle el tiempo suficiente.

Curanderos

¿Cómo ahora, cuando la tecnología médica ha adquirido tanta importancia, proliferan los curanderos?

Dr. Pelta y Dr Vivas: Si el curandero tiene, a veces, más predicamento que el médico, es porque no se acepta el sufrimiento. Pensemos en los médicos ortodoxos con más éxito: sus consultas parecen hoteles de lujo, no tienen nada que ver con los clásicos ambulatorios. El paciente no quiere sufrir ni siquiera en el momento en que está aguardando en una lista de espera. Quiere que el médico sea simpático, porque es una forma de aliviarle; que tenga un sillón cómodo, porque es parte de ese placer; que no le haga esperar; si es posible, que las medicinas que le receten no le hagan daño ni tengan efectos secundarios… Todo ello es consecuencia del rechazo de cualquier mínima molestia que pueda producir la enfermedad. Por eso oímos a veces cosas tan paradójicas como: «Oiga, doctor, este medicamento es muy fuerte. ¿No tiene algo más flojo?». Pero el doctor le dirá que el medicamento no es ni más fuerte ni más flojo: es el indicado.

Estamos sometidos a una fuerte presión porque el paciente -el «usuario»- no quiere tener la mínima distorsión en su confort cotidiano. Le recetas cualquier antihistamínico en cinco minutos, y se va encantado. Pero si te explayas, lo estudias, le haces venir varias veces, acaba escapándose de tu consulta. Va al curandero, que le da lo que quiere: le quita importancia a todo, le pone las manos, no le hace daño en absoluto. Además, utiliza la demagogia: «Mi medicina no hace daño», lo que lleva implícito que la del médico, sí. Y eso es lo que quieren muchos pacientes, por la idolatría del placer que existe en nuestra sociedad.

Enfermos no rentables

¿Hasta qué punto es lícito que un enfermo sufra en una unidad de cuidados intensivos (UCI)?

Dr. Pelta: Hace poco, Santiago Grisolía rechazaba la eutanasia porque un científico valenciano -contemporáneo suyo y de gran talla científica-, que yacía desahuciado en una UVI, un día se despertó y aún sigue vivo. Hay que haber estado en hospitales y ver gente que pasa en coma meses o años. ¿Son ilimitados los recursos sanitarios? No. Pero ¿dónde ponemos el límite?

Mis hijos son prematuros: a uno le tuve en mi mano con poquísimo peso. En Suecia o en Holanda no habrían nacido o les habrían desconectado en seguida de la máquina, porque no son rentables. En algunos países parece más importante ahorrar dinero al Estado que dar una alegría a unos padres. Con todo, es muy importante, para todos los sistemas sanitarios del mundo, ahorrar dinero. Porque la sanidad es voraz: consume todos los recursos habidos y por haber.

Dr. Vivas: Tus hijos [se dirige al Dr. Pelta] no son rentables. ¡Por Dios! ¿Y qué es lo que es rentable? No son rentables, ahora. Pero pueden serlo más tarde o en otra sociedad más humana. Tomemos el caso de los niños con síndrome de Down. ¿Quién tiene autoridad para decidir, según su criterio de vida digna, que hay que abortar? ¿Por qué se aborta al mongólico: para que el niño no sufra o porque es una complicación?

El aborto está despenalizado hasta cierto momento del embarazo. ¿Qué relevancia tienen tales plazos desde el punto de vista científico?

Dr. Vivas: Ahora se puede abortar legalmente hasta las 12 semanas. ¿Por qué no hasta las 14, 18 ó 25, o esperar a que nazca el niño y lo arrojamos al cubo de la basura? ¡Ah! Es que ya… ¿Ya qué? Ya lo ves y te da pena. Antes no. ¡Pero si era el mismo niño! Es más, cuando se hace el aborto con 12 semanas ya hay órganos formados. En un debate por televisión al que asistí, una mujer, dedicada a la política, justificaba el aborto sólo hasta las 12 semanas. Luego no, porque -argumentaba- «dan pataditas», y entonces ¡cualquiera aborta! Le dije: «Señora mía, los tranquilos lo llevan crudo».

Carlos CachánCarlos Cachán es profesor de Periodismo Especializado en la Universidad Europea-CEES de Madrid.

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