La igualdad, más valorada en Francia que la libertad

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Le Monde ha publicado en días recientes los resultados de la encuesta titulada Francia a través de sus valores, un amplia indagación sobre las formas de actuar, de pensar y de sentir de los franceses, que se realiza desde 1981 cada nueve años. Financiado por varios ministerios, el estudio ha estado a cargo de la Asociación para la Investigación de los Sistemas de Valores y ha sido dirigido por Pierre Bréchon y Jean-François Tchernia. Las conclusiones que ahora se publican corresponden a datos recopilados entre mayo y agosto de 2008, vísperas de la tormenta financiera y al año de la elección de Nicolas Sarkozy como presidente de la república francesa.

Individualización, pero no individualismo

Como explica uno de los responsables del sondeo, Pierre Bréchon, del Institut d´études politiques (IEP) de Grenoble, la tendencia a la individualización, que se acentúa en los resultados de la encuesta, no debe confundirse con un incremento del individualismo. Para Bréchon, la primera corresponde a “una cultura de la elección, en la que cada uno afirma su autonomía, su capacidad de orientar sus acciones sin ser controlado ni coaccionado”. El individualismo en cambio tiene un sentido más egoísta: es el culto de “cada uno para sí mismo”.

Respecto de esto último, el investigador señala que “los franceses no han sido nunca altruistas ni solidarios, pero tampoco parecen serlo ahora menos que antes”. Siempre recelosos respecto del prójimo (en todas las ediciones de la encuesta no han pasado del 24% los que dicen confiar espontáneamente en los demás), esta característica no se interpreta tanto como una auténtica suspicacia, sino como el deseo de atender a los propios asuntos sin inmiscuirse en los ajenos, haciendo y dejando hacer.

El respeto a la vida privada es también una demanda de permisividad en la esfera de la conducta personal, que implica decidir sobre la vida y sobre la sexualidad propias sin juzgar el comportamiento de los otros. De aquí que la eutanasia, el aborto o la homosexualidad vayan ganando progresivamente aceptación, mientras que en cambio se toleran menos licencias para todo lo que concierne a la organización social y a la vida en comunidad (como la evasión de impuestos o el exceso de velocidad al conducir).

Trabajar más…o al menos seguir trabajando

Dos terceras partes de los franceses reconocen el trabajo como un valor esencial en sus vidas, mientras que un porcentaje superior a los tres cuartos estima que es necesario contar con un empleo para la plena realización personal. Sin embargo, y a propósito de la consigna sarkozyana de “trabajar más para ganar más”, la encuesta revela sólo una adhesión relativa a determinados temas del liberalismo económico, mientras que en otros existe una mayoría que se pronuncia por la solidaridad social. En cambio subsiste entre un 60% de encuestados la opinión de que quien no trabaja se vuelve perezoso; algo que, en opinión de Jean-François Tchernia, otro de los directores de la investigación, explica la capacidad de seducción que el eslogan del presidente tuvo en su momento.

Existe consenso entre los franceses a propósito de la necesidad de combatir la inflación: mientras que en 1999 apenas pasaban de un tercio los que colocaban este objetivo como prioridad de la economía, ahora lo hacen tres tercios de los encuestados. Más que la salida hacia delante del “ganar más”, la población se muestra preocupada por proteger los recursos con los que ya cuenta, bien con iniciativas individuales o con políticas económicas por parte del gobierno.

Más orgullo patrio, aunque menos xenofobia

La encuesta de 2008 ha registrado dos fenómenos aparentemente contradictorios: mientras que Francia progresa en valores de tolerancia y en repudio del racismo, el sentimiento de orgullo nacional se reafirma y crecen las inquietudes respecto de las relaciones con Europa.

Interrogados sobre los grupos de individuos que no querrían tener como vecinos, sólo un 3% de los franceses se ha pronunciado por “personas de otra raza” (frente al 9% que lo había hecho en 1990 y en 1999), y un 4% se refirió a “trabajadores extranjeros o inmigrantes” (contra un 13% en 1990 y un 12% en 1999). También descendió el número de quienes creen que, en caso de escasez de puestos de trabajo, los empleadores deben dar prioridad a los franceses (41% frente a los 61 % de 1990).

A propósito de la inmigración, se nota igualmente un desplazamiento desde la postura de quienes opinan que debe “limitarse de modo estricto” a la de los que creen que “se les debe dejar venir siempre que haya trabajo” (40% de los encuestados piensan esto último, frente al 33% de 1999). Según creen Bruno Cautrès, del Centro de Investigaciones Políticas de Sciences Po, y Céline Belot, del IEP de Grenoble, lo que los franceses declaran no tiene por qué corresponderse con lo que hacen, pero “el hecho mismo de que adopten aquel discurso muestra que la norma social sobre la tolerancia es más fuerte que en el pasado”.

Para los investigadores -y aunque juzgan necesario diferenciar entre categorías sociales y divisiones políticas para sacar conclusiones- esta evolución refleja “un movimiento de larga duración de los sistemas de valores, que consiste en conceder más importancia a lo que los individuos hacen de sus vidas y no a los atributos de nacimiento: el origen geográfico, el género masculino o femenino, la confesión religiosa, el color de la piel, el origen étnico”.

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