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La Iglesia y los desaparecidos de Argentina

publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

Al conocerse nuevas revelaciones sobre la «guerra sucia» durante el régimen militar en Argentina, se ha acusado a la jerarquía católica de haber guardado silencio ante los abusos (ver servicio 65/95). Un libro reciente, Iglesia y dictadura, de Emilio Mignone, sostiene esta tesis. El Card. Pio Laghi, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, que fue nuncio en Argentina en aquellos años, contesta a las acusaciones en una entrevista publicada en Alfa y Omega, suplemento semanal de Religión del diario La Información de Madrid (11-VI-95).

– ¿Una dictadura no informa a un embajador…?

– ¿Cómo podía presentar una denuncia pública si no sabía nada? Ahora han aparecido más piezas de este mosaico. Pero entonces se desconocían muchos elementos. (…) Cuando pedía [a las autoridades] noticias sobre aquellas personas cuya desaparición me había sido denunciada, me respondían: ¡Ah!, ese señor se encuentra en el extranjero. ¡Ah, sí!, ese otro ha cambiado de identidad y ahora vive en Brasil. Los mismos embajadores que trataban de hacer algo, como los de Suecia o Noruega, sabían bastante poco.

– Al leer el libro de Mignone da la impresión de que usted supiera algo más, que hubiese recibido un dossier sobre los «desaparecidos».

– No. Tanto el secretario de la Nunciatura, como yo, recibíamos a muchas personas cada día, porque la puerta de nuestra Nunciatura estaba abierta a todos, escribíamos las denuncias de los familiares de los desaparecidos y las presentábamos a las autoridades. Pero el jefe del Ejército me mandaba al jefe de la policía, y éste último me mandaba a la oficina de otro. Era como ir de Herodes a Pilatos. Las informaciones seguras que podíamos recoger eran mínimas. (…)

– ¿De cuántos casos se ocupó la Nunciatura?

– De unos cinco mil quinientos. En cuanto me llegaban informaciones, intervenía; logramos la libertad de muchas personas. En otros casos las autoridades me habían dicho que se habían ido al extranjero.

Visité también las cárceles donde había detenidos no denunciados y hablé con ellos: no habían sido torturados, parecía que simplemente iban a ser interrogados. Quizá, aquellos que fueron torturados hasta ser destruidos son los que después hicieron desaparecer. Pero entonces nadie sabía nada de esto. Si lo hubiera sabido, habría alzado la voz en público.

– ¿No sabía nada de los activistas de la oposición drogados y arrojados al mar?

– Nunca me hubiera imaginado que en Ar-gentina se hubiera podido hacer algo semejante.

– La jerarquía católica argentina, ¿conocía mejor la situación?

– Creo que sí y algunos obispos, como Novak, De Nevares, Hesayne, o Zaspe, presentaron denuncias muy valientes. En más de una ocasión me obligaron a tener que defenderles antes las autoridades.

– ¿Cuándo se dio cuenta de que el régimen militar violaba los derechos humanos?

– A finales de 1979 declaré que la represión se había degradado al mismo nivel que la guerrilla. Tres comandantes militares me hicieron llamar. (…) Me preguntaron con arrogancia que cómo me permitía hacer denuncias de este tipo. Recibí incluso amenazas de muerte anónimas. Sé que después de una conferencia que dicté sobre la Populorum progressio, un oficial de alto rango dijo que me merecía que me metieran en la cárcel. Con toda sinceridad, mi situación era muy delicada, en parte también porque, desde 1978, estaba comprometido en la mediación de la Santa Sede entre Argentina y Chile sobre la controversia de la zona austral. El éxito de aquella mediación ahorró a estos países los lastres de una guerra que, en aquel entonces, parecía casi inevitable.

– ¿No tiene nada que reprocharse sobre su comportamiento durante la dictadura argentina de los generales?

– Tengo la conciencia tranquila porque hice lo que me era posible en las condiciones y en el ámbito de mi misión. Ahora que sabemos mucho más, comprendo mejor el drama de la situación. E l tener más información sobre aquellos crímenes me provoca un peso sobre el corazón y algunas noches me pregunto si no hubiera podido hacer algo más, pero en aquella situación, ¿qué más podía hacer?

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