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La guerra fría del gas

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Numerosos puntos oscuros han quedado en la “guerra del gas”, que se cerró una vez firmado el nuevo contrato entre Gazprom y Naftogaz, las compañías gasísticas de Rusia y Ucrania. El gas vuelve a fluir hacia Europa y el nuevo acuerdo tiene una validez de diez años. Pero pocos son los que pronostican un largo periodo de tranquilidad energética.

Varsovia. Ucrania en tiempos de Leonid Kuchma recibía gas por el precio de 50 dólares por 1.000 m3. “Eso era un sinsentido”, afirma Oleh Krykavskyy, experto ucraniano en asuntos energéticos de la consultora Gide Loyrette Noeul. En ese tiempo otros países, como Polonia, pagaban por el gas unos 300 dólares. “El precio tenía que subir. Pero nuestra industria no estaba preparada, especialmente la química, en la que el gas constituye el 80% de los costes. Fue un mazazo. A partir de entonces sólo se podía ser competitivos gracias a los bajos costes laborales”.

El momento elegido para subir el precio no respondió a una casualidad. Tuvo lugar tras la “revolución naranja” de 2004 que encumbró a Yuliya Tymoshenko, como primer ministro, y a Viktor Yushchenko, como presidente, y vino precedido de una semana sin suministro que obligó a los nuevos mandatarios a capitular: se firmó un contrato renovable cada año, el precio quedó fijado en 175 dólares por 1.000 m3 de un cóctel de gas procedente de Rusia y de Asia Central y 1,7 dólares para Ucrania por cada 100 km de tránsito de 1000 m3 de gas.

Apareció además un oscuro intermediario del que Ucrania compraría el gas: RosUkrEnergo. Oficialmente esta empresa pertenece a la rusa Gazprombank en un 50%, en un 5% a Ivan Fursin y en un 45% a Dmytro Firtash, multimillonario ucraniano dueño del canal televisivo Inter. Es difícil demostrar qué intereses representa el último, aunque un chiste ucraniano dice que “la pronunciación correcta del apellido Firtash es Mogilevich”, reputado boss de la mafia rusa, ahora encarcelado.

¿Qué es el precio de mercado?

El pasado invierno, con Yanúkovich de primer ministro, Gazprom no vio motivo alguno de discordia. Las cosas cambiaron cuando, tras las elecciones de septiembre de 2007, Yuliya Tymoshenko volvió a ocupar el sillón de premier. Pero los motivos expuestos por la gasista rusa para cortar el 1 de enero de 2009 el suministro a los consumidores ucranianos dejan muchas dudas. Según Gazprom, la crisis comenzó por el impago de 2.400 millones de dólares, deuda de la que Naftogaz reconocía sólo la mitad. Rusia amenazó que, si no se pagaba la deuda, el precio a partir de enero sería “de mercado”, con exigencias de hasta 450 dóalres.

Poco claros eran también el presidente de la Federación Rusa, Dmitriy Medvédev, y Alexey Miller, presidente de Gazprom, cuando hablaban del paso de Ucrania al “precio de mercado centro-europeo”. “No existe tal cosa”, sostiene Oleh Krykavskyy. “¿Es ese el precio que paga, por ejemplo, Alemania por el gas noruego? No hay un único precio de mercado. Alemania, por ejemplo, paga un precio inferior a Gazprom por ser un cliente que consume mucho. Eslovaquia y Hungría pagan más, al ser sus necesidades mucho menores. Ucrania debería tener también un precio asequible, porque compra grandes cantidades de gas y es el principal país de tránsito”. Además, “el gas natural no es un artículo de libre mercado, sino de precio reglamentado. Se puede hablar de libre mercado en Estados Unidos y Canadá, pero no aquí”, concluye.

No hubo gas robado

Después de cortar el gas a los ucranianos el 1 de enero por supuesto impago de deudas, varios días después, en una escena teatral grabada por las principales televisiones rusas, Putin mandó a Miller suspender totalmente el suministro de tránsito por tierras ucranianas. La excusa era esta vez que el país vecino robaba gas dirigido a otros países y la orden suponía dejar sin líquido azul a varios países europeos.

Naftogaz rechazó las acusaciones y alegó que seguía cumpliendo la entrega de gas a terceros países y que el único gas que se “perdía” era el llamado “gas técnico”, que sirve para hacer presión en el gasoducto y hacer posible el tránsito. Gazprom pretendía que Naftogaz comprara ese gas a 230 dólares, y éste sostenía que no puede pagar por un gas que sirve al negocio ruso, no a Ucrania, y que además ese precio sería absurdo si se mantuviera el precio de tránsito de 1,7 dólares por 1.000 metros cúbicos cada 100 km.

Tampoco se sostienen las acusaciones del Kremlin de robo si tenemos en cuenta las enormes reservas de gas de Ucrania. En cualquier caso, Putin siguió el juego y trató de montar un consorcio europeo que comprara ese gas técnico, lo cual le serviría para conseguir el control sobre los gasoductos ucranianos. No alcanzó este objetivo y Europa, que no estaba interesada en encontrar al culpable sino en resolver el problema, seguía sin el 80% de suministro de gas, que sólo recibían los países conectados al gasoducto que atraviesa Bielorrusia. Las hostilidades alcanzaron su momento cumbre y Putin exigió el envío de observadores europeos a Ucrania.

Mientras tanto la situación en las calles y fábricas de toda Ucrania era de la más completa normalidad, al contrario de lo que ocurría en esos mismos momentos en Eslovaquia, Bulgaria, Hungría y Moldavia. “Ucrania estaba muy bien preparada, había llenado sus depósitos de gas y, es más, los rusos eran conscientes de ello. Ucrania ha sido sólo un pretexto para cerrar el grifo”, comenta Alexander Huppal, redactor de la revista especializada «Energo-Biznes».

Ucrania no tuvo problema en enviar gas en dirección a la Unión Europea hasta la interrupción definitiva del envío de gas por parte de Rusia, y luego pudo incluso abastecerse a sí misma y a Moldavia.

Rusia quería demasiado

La impresión una vez finalizado el conflicto es que Rusia pretendía conseguir demasiados objetivos a la vez, y algunos de ellos eran contradictorios: humillar a Ucrania por la tendencia occidental que siguen impulsando los “naranjas” de Yuliya Tymoshenko y Viktor Yushchenko; mostrarla a Europa como un compañero de negocios poco fiable; tomar el control de los gasoductos que recorren Ucrania con ayuda de un consorcio “europeo” en el que estuvieran involucradas sus filiales en la UE; enseñar los dientes a Europa y conseguir a la vez apoyo para sus proyectos gasísticos (los gasoductos North Stream y South Stream).

La última escena del drama, la de la resolución del conflicto el 19 de enero, también levanta numerosas sospechas. Después de la definitiva reunión en Moscú con Tymoshenko, Putin aseguró que las deudas estaban ya solventadas. “¿Llevaba Tymoshenko el dinero en el bolso?”, bromea Huppal. No falta quien, empezando por el presidente Yushchenko, afirma que el acuerdo entre Gazprom y Naftogaz supone una capitulación ante Moscú. No le falta razón, pues en el primer trimestre de este año pagarán 360 dólares por 1.000 m3, con un descuento del 20%. Eso explicaría las felicitaciones del primer ministro ruso y de todos los medios de comunicación dependientes del Kremlin a la dama de hierro ucraniana, que hasta no hace mucho se encontraba en la lista de enemigos públicos de Rusia.

Aunque sea cierto que en el momento de más elevada tensión el presidente y su primera ministra mantuvieron la misma posición, no hay unanimidad de opiniones sobre el acuerdo entre los propios políticos ucranianos. Es difícil que sea de otra manera, si tenemos en cuenta la compleja situación política del país a menos de un año de las elecciones presidenciales y con los tres principales candidatos (Yushchenko, Tymoshenko y Yanúkovich) inmersos en una lucha política en la que todo vale. Yushchenko no podía ver con buenos ojos que su rival volviera al país con la gloria de haber resuelto por sí sola el conflicto. En el curso de los últimos días el presidente ucraniano ha llegado a acusar a la primera ministra de traicionar a su país con un contrato humillante y caro, quizá a cambio de apoyo en la campaña electoral.

Pero el propio Yushchenko no queda libre de sospecha, y en cualquier caso, Yuliya Tymoshenko tiene las ideas clareas: “RosUkrEnergo sirve a los rusos para corromper al establishment ucraniano. Es una estructura del mercado gris que ha corrompido a los más altos funcionarios de Ucrania”. Acusa además de recibir dinero de RosUkrEnergo tanto a miembros del partido “azul” del rusófilo Viktor Yanúkovich como a personas del entorno del presidente Yushchenko. Para ella, deshacerse del intermediario en el nuevo contrato ha sido un éxito personal.

¿Quién chantajea?

La contienda ha tenido un importante factor mediático. Parecería que en este punto los cálculos no han salido bien al dúo Putin-Medvédev a pesar de partir con una gran ventaja: todos los principales medios de comunicación rusos están a su servicio, mientras que en la propia Ucrania la mitad (y más, si hablamos sólo de las televisiones) pueden considerarse rusófilos. Y no sólo eso, sino que disponían del potente lobby de Gazprom en países de la UE. Fundamental en este punto ha sido la hábil gestión en Bruselas de Borys Tarasiuk, ex ministro de asuntos exteriores de Ucrania, que ahora preside la comisión ucraniana de integración europea.

Ha quedado también de manifiesto el cinismo de los mandatarios rusos. Han acusado a Ucrania de emplear su posición de país de tránsito para chantajear a la Unión Europea. Podría ser, pero pocos han caído en que es incluso peor el juego que ellos practican en Asia Central con países como Turkmenistán, por ejemplo: quien quiera comprar el gas a este país no puede hacerlo directamente, ya que Rusia adquiere todo su gas en la frontera, dictando el precio de compra, y luego lo vende a terceros, igualmente a su antojo.

Sin duda, la reputación de ambos países ha salido mal parada del envite, pero es innegable que Kiev, contra todo pronóstico, ha resistido esta prueba de fuerza. Es más, quizá intentando humillar al enemigo Putin se haya disparado a su propio pie.

Quienes más sufrieron las consecuencias de la disputa fueron precisamente los que eran hasta la fecha los más leales socios de la Federación Rusa en Europa: Eslovaquia, Serbia, Hungría… “Es pegar a los tuyos para que los extraños se asusten”, comenta Huppal, citando un conocido proverbio eslavo. Esta vez quizá el golpe fue demasiado fuerte y especialmente Hungría ha pasado a engrosar la lista de fervorosos partidarios de la construcción del gasoducto Nabucco, que transportaría gas desde Asia Central a Europa pasando por Turquía y reduciría la dependencia del gas ruso.

De todas formas, en Gazprom son perfectamente conscientes de que la realización de los proyectos North Stream y South Stream es cada vez menos probable debido a su elevado coste y poca fiabilidad, sobre todo en tiempos de crisis económica.

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