La fe de Rose Kennedy

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Un artículo publicado en The Washington Post (24-I-95) cuenta algunos aspectos de la vida religiosa de Rose Kennedy, recientemente fallecida. Recogemos algunos párrafos.

En los bancos de la iglesia de San Francisco Javier, Rose Kennedy rezaba el rosario, asistía a misa -diariamente durante años- y explicaba a sus hijos el significado de los sacramentos, tal como se lo habían enseñado a ella cuando era una joven irlandesa católica en Boston.

Durante sus once décadas de vida, los papeles que el mundo político aplaudió -hija de un diputado y alcalde, esposa de un embajador, madre de un presidente y dos senadores, abuela de dos diputados- fueron, según sus propios valores, una extensión de sus convicciones religiosas, creencias que ella abrazó como un «ancla de fe».

Frente a algunas de las más llamativas expresiones de la religiosidad contemporánea -desde las escandalosas disonancias dentro del catolicismo hasta la rigidez de algunos fundamentalistas-, el permanente compromiso de fe de Rose Kennedy podría confundirse con una especie de piedad caída en desuso. Pero la sinceridad de su fe sin adornos exige el respeto incluso de los más recalcitrantes escépticos religiosos.

¿Quién se atrevería a despreciar estas palabras de Rose Kennedy, encontradas en sus memorias, acerca de las dos promesas que hizo cuando era una colegiala?: «Hacer el esfuerzo necesario para practicar aquellas virtudes familiares adecuadas a mi posición de hija, esposa, madre, tales como la amabilidad, el don de sí, la abnegación y la serenidad»; y «en momentos de dificultad, obtener de Nuestra Señora de los Dolores el coraje para sufrir como Ella hizo, de pie junto a la Cruz». (…)

Rose Kennedy, madre de nueve hijos, perdió cuatro de muerte prematura: dos en accidente de aviación y dos asesinados. Al morir el primero, Joseph, la pena de Rose Kennedy duró meses, sin que nada pudiera consolarla, hasta que su fe resurgió:

«Tan pronto como acepté sin reservas que Dios tenía sus razones para llevarse a Joe, comencé a recuperarme», escribió. (…)

«He llegado a la conclusión de que el elemento más importante en la vida humana es la fe. Si Dios fuera a quitarme todos sus dones -salud, bienestar físico, riqueza, inteligencia- y me dejara escoger uno solo, yo pediría la fe. Porque con fe en Él, en su bondad, en su misericordia, en su amor por mí, y con la fe en la vida eterna, creo que podría sufrir la pérdida de mis otros dones y todavía ser feliz: llena de confianza, abandonando todo a su Providencia inescrutable».

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