La esperanza, un ancla y una vela para el cristiano

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El 7 de diciembre de 2016, el Papa inició una catequesis sobre la esperanza, a la que ha dedicado 38 audiencias generales. Completamos el resumen que empezamos cuando llevaba 15 audiencias. De las palabras de Francisco surge una visión llena de confianza en la vida de cada personas, que se fundamenta no en los propios méritos sino en la misericordia de Dios.

En la audiencia del 5 de abril, en el contexto del tiempo pascual, el Papa explica que el fundamento de la esperanza es una Persona y no una idea o una doctrina: “El Señor está siempre junto a nosotros y no nos abandona nunca, sobre todo en las fases más delicadas y difíciles de nuestra vida. Nuestra esperanza es una Persona, es el Señor Jesús que reconocemos vivo y presente en nosotros y en nuestros hermanos, porque Cristo ha resucitado”.

“No existe una persona, por mal que haya vivido, a la cual le quede sólo la desesperación y le sea prohibida la gracia”

Para los cristianos, los motivos para la esperanza no deben ser terrenales, “milagros y grandes signos, manifestaciones de poder e incluso la libertad de los enemigos invasores”. Estos se caen delante de la cruz, “pero renacen esperanzas nuevas, las que duran para siempre. Es una esperanza diferente la que nace de la cruz. Es una esperanza diferente de las que caen, de las del mundo” (12 de abril).

Insiste en la centralidad del misterio pascual: el hecho de que Jesús ha resucitado. Para que la pasión sea fuente de esperanza no puede haber terminado con la cruz, “porque la fe nace de la resurrección. Nuestra fe nace la mañana de Pascua”. (19 de abril) Ante el conocimiento de los propios pecados y bajezas, el hombre debe ir al sepulcro y comprobar cómo “Dios hace crecer a sus flores más bonitas en medio de las piedras más áridas”.

También advierte contra el sentimiento de soledad: “El cristiano no se siente nunca abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera solo al final de nuestro viaje, sino que nos acompaña en cada uno de nuestros días” (26 de abril).

“Cada hombre es una historia de amor”

Francisco utiliza la imagen del ancla para explicar que la esperanza no es vaga, no se confunde con un “sentimiento transitorio de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de forma poco realista, basándose solo en la propia fuerza de voluntad” (26 de abril). La esperanza se fundamenta en que “Dios se preocupa por nuestra vida”, y no tanto en que nosotros busquemos a Dios. “Cada hombre es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra” (17 de mayo).

“¡Piensa, allí donde Dios te ha plantado, espera! Espera siempre. No te rindas a la noche: recuerda que el primer enemigo a derrotar no está fuera de ti: está dentro”.

Si el ancla da seguridad a una barca entre las olas del mar, la esperanza también se parece a una vela que la hace avanzar en las aguas. “La esperanza es realmente como una vela; esa recoge el viento del Espíritu Santo y lo transforma en fuerza motriz que empuja la barca, según los casos, al mar o a la orilla” (24 de mayo). Dios no es solo el objeto de la esperanza cristiana, sino que ya ahora nos hace esperar y nos hace “alegres en la esperanza (Romanos 12, 12): alegres de esperar, y no solo esperar ser alegres” (31 de mayo).

Pensar que el amor hay que merecerlo puede hacer al hombre caer en una “fea esclavitud”. “Quizá gran parte de la angustia del hombre contemporáneo deriva de eso: creer que si no somos fuertes, atractivos y guapos, entonces nadie se ocupará de nosotros” (14 de junio). Sin embargo, el verdadero amor es gratuito y eso es fuente de esperanza.

El Papa previene contra el desánimo: “No es cristiano caminar con la mirada dirigida hacia abajo –como hacen los cerdos: siempre van así– sin levantar los ojos hacia el horizonte. Como si todo nuestro camino se apagase aquí en el palmo de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no hubiese ninguna meta y ningún desembarque, y nosotros estuviésemos obligados a un eterno vagar, sin alguna razón para nuestras muchas fatigas” (23 de agosto).

“Quizá gran parte de la angustia del hombre contemporáneo deriva de eso: creer que si no somos fuertes, atractivos y guapos, entonces nadie se ocupará de nosotros”

Para lograr esa visión cristiana de la esperanza, debemos educarnos. Por eso, en la audiencia del 20 de septiembre, Francisco habla dirigiéndose a un “tú” a quien quiere enseñarle a cultivar esta virtud: “¡Piensa, allí donde Dios te ha plantado, espera! Espera siempre. No te rindas a la noche: recuerda que el primer enemigo a derrotar no está fuera de ti: está dentro. Por lo tanto, no concedas espacio a los pensamientos amargos, oscuros. Este mundo es el primer milagro que Dios hizo y Dios ha puesto en nuestras manos la gracia de nuevos prodigios”. Termina esta audiencia con unas breves recomendaciones: “Relaciónate con las personas que han mantenido su corazón como el de un niño. Aprende de la maravilla, cultiva el asombro. Vive, ama, sueña, cree. Y, con la gracia de Dios, no desesperes nunca” (20 de septiembre).

Misioneros de esperanza

En el día de la misión, el Papa Francisco distinguió la esperanza del optimismo. Explicó que los creyentes son personas con “un pedazo de cielo” sobre la cabeza. Por eso, es deber de los cristianos llevar estos “espacios de salvación” al mundo. “Cuando el cielo está completamente nublado, es una bendición quien sabe hablar del sol” (4 de octubre).

Incluso al hablar de la muerte, una realidad ante la que todos somos pequeños e indefensos, el cristiano es capaz de encontrar la esperanza. Podremos escuchar la llamada de Jesús, “nos tomará de la mano y nos dirá: ‘Ven, ven conmigo, levántate’. Allí terminará la esperanza y será la realidad, la realidad de la vida” (18 de octubre).

“El cristiano no se siente nunca abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera solo al final de nuestro viaje, sino que nos acompaña en cada uno de nuestros días”

En la última audiencia del ciclo (25 de octubre), el Papa concluye hablando de la meta de la esperanza cristiana: el Paraíso. “En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de las prisiones este milagro se repite innumerables veces: no existe una persona, por mal que haya vivido, a la cual le quede sólo la desesperación y le sea prohibida la gracia”. Esto es así porque siempre nos presentamos ante Dios con las “manos vacías, un poco como el publicano de la parábola que se había detenido a orar al final del templo”; al final de la vida descubrimos nuestras muchas faltas pero no debemos desanimarnos. Dios es Padre y espera nuestro regreso hasta el último momento, dice el Papa. Por eso, quien conoce a Jesús no teme a la muerte y puede esperar partir del mundo de forma serena. “Y en aquel instante, finalmente, ya no tendremos necesidad de nada, ya no veremos de forma confusa. Ya no lloraremos inútilmente, porque todo ha pasado; también las profecías, también el conocimiento. Pero el amor no, eso permanece. Porque ‘la caridad no acaba nunca’ (cf. 1 Corintios 13, 8)” (25 octubre).

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